La nada acampa en Riazor
Un cabezazo de Capdevila sirve al Deportivo para sobrevivir a otro choque horroroso
Durante un tiempo, el Deportivo vivió bajo la ilusión de que la debacle de hace mes y medio en Mónaco había sido un simple accidente con consecuencias inocuas para el ánimo del equipo. La conclusión era excesivamente prematura. Para comprobar la incidencia de esa clase de derrotas tan dolorosas se necesita cierta perspectiva temporal. Y cuando ya han pasado algunas semanas, el diagnóstico resulta de lo más inquietante para el conjunto de Javier Irureta. Puede que se trate de una mera coincidencia, pero lo cierto es que desde aquella noche enloquecedora de Mónaco, el Depor entró en un estado de depresión y melancolía del que no se salva casi nadie. Un dato lo ilustra de forma demoledora. Hasta anoche, llevaba media docena de partidos sin que sus jugadores marcaran un solo gol. Los tres tantos que el Depor contabilizó en ese periodo fueron introducidos por los rivales en propia puerta. Anoche, al fin, anotó Capdevila. Pero el cuadro clínico del equipo no experimentó evolución.
DEPORTIVO 1 - MÁLAGA 0
Deportivo: Molina; Héctor, César, Andrade, Capdevila; Sergio, Mauro Silva; Víctor (Scaloni m. 77), Valerón, Luque (Pandiani m. 79); y Tristán (Fran m. 65).
Málaga: Calatayud; Gerardo, Josemi, Juanito, Valcarce; Miguel Ángel (Diego Alonso m. 83), Romero; Edgar, Insúa (Manu Sánchez m. 68), Duda; y Salva.
Goles: 1-0. M. 58. Falta desde la izquierda que saca Luque suave y bombeada para que Capdevila entre con fuerza para cabecear a la escuadra.
Árbitro: Lizondo Cortés. Amonestó a Mauro Silva, Capdevila y Sergio, del Deportivo y a Gerardo y Romero, del Málaga.
Unos 28.000 espectadores en el estadio de Riazor en A Coruña.
El problema del Depor es mucho más agudo que la simple falta de gol. No se trata sólo de que el equipo haya empezado a extrañar la ausencia de Makaay, de que Pandiani haya invertido la racha triunfal con que empezó la competición, de que Tristán siga dando el aspecto de un penitente en busca de una imposible redención o de que Luque se descarriara en sus tránsitos de ida y vuelta entre la banda y la punta de ataque. La lacra va mucho más allá de una de esas pasajeras faltas de puntería que esporádicamente aquejan a casi todos los equipos. El Deportivo no marca sencillamente porque no tiene ocasión. Si le falta gol es porque se ha quedado sin un gramo de fútbol. Se puede escarbar todo lo que se quiera en la memoria de las últimas semanas y resulta casi imposible encontrar alguna jugada, alguna idea, alguna estrategia digna de ser recordadas. En esas condiciones, haría falta un delantero con atributos casi divinos para resolver la inesperada enfermedad que atribula al Deportivo.
El choque de ayer se pareció más a una meditación filosófica sobre la nada que a un partido de fútbol. El Deportivo fue un desastre, y el Málaga, que llegaba engrandecido por su tunda del otro día al Barça, tampoco aportó lo más mínimo para librar al público de la soporífera sesión. A los desatinos que encadenó el Depor respondió el Málaga con la actitud timorata que distingue a los equipos acomplejados por el nombre del rival. En las circunstancias en las que se disputó el partido, el cuadro de Juande Ramos resultó el adversario más adecuado para el Depor, que, pese a todas sus penurias, nunca se sintió excesivamente exigido. De lo contrario no cuesta mucho imaginar que los coruñeses hubiesen vivido una pesadilla. Porque del desastre no se libró nadie, incluidos los valores más fiables. El gran Mauro Silva anduvo toda la noche asombrosamente empequeñecido. Valerón, el predilecto de la grada, oyó silbidos tras fallar una y otra vez los pases más sencillos. Incluso Molina cayó víctima del desconcierto general y estuvo a punto de complicar más las cosas en un par de deslices. De gente como Luque, Sergio o Tristán mejor no decir nada. Víctor fue el único que esbozó algunas ideas, pero se pasó toda la noche tirando centros rasos que eran pan comido para la defensa del Málaga, donde se alineaban como centrales un lateral reconvertido, Josemi, y un chico casi debutante, Juanito. A ambos no hubo nada que reprocharles, pero eso tampoco significó gran cosa, porque ante la improductividad del Depor hasta una defensa de escolares hubiese salido sin tacha.
Y a pesar de todo, el Deportivo ganó. Tuvo que ser, claro está, en una jugada que se inició a balón parado, una falta en el extremo izquierdo que Luque convirtió en el primer centro bien dirigido de toda la noche. Como los delanteros se habían ausentado, apareció Capdevila, el cabeceador más improbable. La rabia con la que celebró el gol fue el mejor retrato de las patologías a las que ha sucumbido el Depor, abismado desde hace semanas por una tristeza que ya resulta preocupante y que en nada alivia el mediocre y mínimo triunfo tras el insufrible tostón de anoche.
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