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Columna
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Resaca

La concesión de la Copa del América a Valencia ha producido una conmoción entre las fuerzas vivas de la ciudad y sus aledaños. A los primeros arrebatos de euforia ha sucedido una especie de síndrome post-evento en la línea de la calma que prosigue a la tempestad. Algunos han interpretado que es como un sorteo de la lotería en el que Valencia hubiera adquirido todos los boletos. Y esto gratuitamente, sin que la ciudad tuviera que poner nada de su parte. No es así, todos tendremos que arrimar el hombro. Es un acontecimiento que sobrepasa los límites y las posibilidades actuales de la ciudad. Habrá que contar con su entorno inmediato, con el resto de la Comunidad Valenciana, con otras autonomías, y muy especialmente con Barcelona y Madrid. Las consecuencias de este evento para los intereses valencianos son políticas, culturales, sociológicas, económicas y cívicas. Valencia y la Comunidad Valenciana ya no van a ser las mismas después de 2007. En el caso de Valencia este evento coincide con un proceso ya iniciado de transformación de la ciudad. Esta realidad nos lleva a constatar que ha sido fruto del notable peso político valenciano en relación con la gobernabilidad del Estado español. Hoy nadie duda de que el peso de la tendencia política dominante en la Comunidad Valenciana es decisivo para decantar la formación de los gobiernos de España. Tanto Lerma como Zaplana han sido barones cualificados en las filas de sus partidos porque les han llevado repetidamente a ganar las elecciones. Tampoco podemos olvidar que ni a la concepción centralista del Estado -simbolizada por Madrid- ni a la periférica -liderada por Cataluña- les conviene la consolidación de un tercer núcleo de poder, hasta ahora subsidiario, pero que en un futuro podría bien imponerse por sí mismo o decantar definitivamente la balanza. En el campo geoestratégico la Comunidad Valenciana, y dentro de ella la ciudad de Valencia, se sitúa en el centro del litoral mediterráneo español, equidistante entre Madrid y Barcelona -a 300 kilómetros de cada polo- así como de las fronteras con Francia y Marruecos. En el terreno económico es quizá donde más clara está la jugada siempre que se logre una redistribución equilibrada, justa y racional de las oportunidades de negocio. Los efectos culturales, sociológicos y cívicos van de la mano y van a producirse como motores del cambio inevitable en la ciudad. No es admisible que surjan iluminados que pretendan monopolizar ni la gestión ni las consecuencias del acontecimiento. Los valencianos tienen mucho que decir en este sentido porque pueden ser sus beneficiarios o sus víctimas, aunque inexorablemente vayan a ser sus protagonistas. La ciudad de Valencia ya no tiene nada que ver con el ámbito municipal que recogió Rita Barberá cuando se hizo cargo de la alcaldía. Porque -como decía Ganivet- las ciudades están en constante evolución e insensiblemente van tomando el carácter de las generaciones que pasan. Hay unas reformas artificiales y violentas, junto a otras naturales, lentas, invisibles que resultan de hechos que nadie inventa y que muy pocos perciben. No parece lógico que nadie intente utilizar perversamente los méritos de un acontecimiento que se muestra más como un desafío con muchos riesgos que una meta en la que no se sabe dónde está la línea de salida y la cinta de llegada.

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