Nueva tele sin telediarios
No hay forma de librarse de la paliza de elegir regalos de Navidad. Pero este año no quiero dejarlo para el último momento.
Ahora ya estoy en la calle de Hernán Cortés de Valencia. Lencería Alberola: tanguitas transparentes como el agua, exiguos sujetadores de ventosa y otras delicias de la ropa íntima femenina. Una dependienta de mediana edad pero con uniforme rayado de colegiala me pregunta qué deseo.
-Algo nuevo, algo picante que me haga olvidar el anuncio de Conchita Velasco cuando sale en la tele hablando de una compresa contra las pérdidas. Es muy antierótico.
La dependienta me entiende. Extiende un bustier en el mostrador. Se trata de un artilugio mitad collarín, mitad corpiño. Le pone un dedo por cada lado y prueba la elasticidad transparente del tejido. "¿Le gusta? Son 204 euros".
Alex busca la etiqueta. Dice que no se trata de una pulserita sino de un collar para el gato. Cuesta 165 euros. Me pregunta cuántos me pone. No tengo gato, le digo, ni 165 euros para el cascabel.
Pues no mucho. Enséñeme otra cosa, le digo. Y ella saca un camisón Risk con braga invisible integrada a juego por 99 euros.
"¿Tampoco?". Tampoco, lo siento. Para eso prefiero un liguero rojo como Dios manda. No suele decepcionar. El liguero, con braga y sujetador, vale 200 euros. Le digo que me lo pensaré.
Continúo en la calle de Colón. Me han dicho que Natura, una tienda con un oso enorme en la puerta, mosquiteras indias de tul para la cama, y bolsas de cereales para el microondas, es interesante. La vendedora me habla de la bolsa de cereales que metes en el microondas dos minutos y luego te la pones en la barriga como se ponían las bolsas de goma con agua caliente. Pero huele muy bien. A granero. Y no es cara. "Mire, la mosquitera, un aparato para el masaje australiano y la bolsa de cereales no llega a 100 euros", dice.
Me quedo mirando el aparato del masaje australiano. Parece un rastrillo para el jardín. Por lo visto te lo pones en la cabeza, como si la cabeza fuera un huevo y lo quisieras batir, y le das vueltas y el cuero cabelludo saca chispas. "Pruébelo, le encantará, y luego se lo aplica en las rodillas", sugiere la dependienta. Hay demasiada gente. Me da vergüenza quitarme aquí los pantalones. Le digo que vendré otro día cuando haya menos público.
Luego, entro en Aloe Vera, un sótano que huele a cebollinos porque el aloe es de la especie verdulera puerro-cebollino. Lo venden puro para beber como zumo o para tragar en comprimidos. Hay gel. Champú. Cremas de todo tipo y un sinfín de productos siempre con aloe. Empiezo a marearme. La vendedora me da aire y propone la cesta navideña con surtido variado de aloe, pero cuesta 154 euros.
Salgo a la calle que ya está llena de alfombras rojas en las aceras empapadas por la lluvia. Es una horterada esto de la alfombra vip, pero al comercio le gusta aunque los vagabundos se mojen el culo si se sientan en el suelo.
En la calle de Poeta Querol está Lladró con la nueva colección Fraternidad, a base de parejitas copulando al estilo misionero, niños tumbados dando patadas a un balón que, si miras con lupa, no es un balón sino el globo terráqueo en el que aparece escrita la palabra amistad en todos los idiomas del mundo.
Pregunto si también en valenciano. La dependienta no lo sabe. Podríamos buscarlo con lupa. El precio de los niños es de 595 euros. Y el de los que fornican es algo más: 775 euros. Pero la vendedora cree que debo comprar algo, por ejemplo una vela exclusiva de la marca Lladró que dura 45 horas con olor a leche azucarada. Se llama la vela del Amor Materno, y solo cuesta 30 euros. Podría regalar esta vela a una mamá nutricia. Aunque la dependienta me advierte que si se tiene encendida mas de dos horas el cristal puede estallar.
Continúo paseando hasta los seis escaparates de Hermès, protegidos por un guardia de seguridad cuya porra bien podría estar electrificada al menos con corriente alterna. La tienda, la porra y el guardia acaban de ser inaugurados hace una semana. Un empleado que dice llamarse Alex me atiende con acento entre francés y de Almussafes.
Le pregunto el precio de la pulserita de piel con un cascabel de latón que he visto en el escaparate numero 4. Alex busca la etiqueta. Dice que no se trata de una pulserita sino de un collar para el gato. Cuesta 165 euros. Me pregunta cuántos me pone.
No tengo gato, le digo, ni 165 euros para el cascabel. Pero Alex no se inmuta. Me ofrece una boina, es decir un beret de 227 euros, aunque después prueba suerte y me enseña un traje de caballero por 2.950 euros. No lleva chaleco y no me interesa. "Ningún problema, se lo hacemos sobre pedido, como hacemos con los árabes que nos encargan monturas de caballo de platino. Van muy bien para el caballo y también para el jinete", añade el vendedor. Entonces se me escapa la risa y el guardia se mosquea y se palpa la porra. Así que doy las gracias y me despido.
Ya no sé qué hacer. Y como todos los caminos conducen a El Corte Inglés, me veo de pronto en la planta de electrónica donde me gustaría encontrar una tele sin telediarios. No es broma. Un amigo mío no tiene tele por no ver los telediarios, sobre todo el de la uno. Así que le pregunto a un dependiente llamado Pardo si existe un televisor provisto de bloqueador automático de telediarios.
El señor Pardo es todo un profesional y me sitúa ante una tele PIP de doble pantalla. "Esto es lo que mas se acerca a lo que usted desea, caballero", explica pacientemente, "porque cuando empieza el telediario de la uno y usted dice no lo quiero ver, le da al botón y sale en la otra pantalla Salsa Rosa y en un recuadro aparece la imagen de otro canal. ¿Me explico, caballero?".
Sí, la idea me gusta. Pero no tanto el precio que veo encima del aparato: 1.299 euros. Sin embargo, el señor Pardo dice que es una oportunidad porque la podría pagar a partir de marzo, en tres meses y sin intereses.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.