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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Luces y sombras de la Constitución

Josep Ramoneda

Nada hay tan engañoso", escribe Alejandro Nieto en un libro colectivo que analiza las sombras del sistema democrático español, "como los textos de una norma constitucional cuando se manejan separados de su contexto". La Constitución no puede explicarse sin tener en cuenta los condicionantes con los que nació: el pacto de amnistía -con el efecto colateral de la amnesia- gobernado por el recuerdo de la Guerra Civil como superego colectivo; el papel del "partido militar" (en expresión de Juan Ramón Capella); las demandas sociales y nacionales de la agitada transición, y las presiones de "la Iglesia católica, los empresarios, los colegios profesionales, que eran muy pesados" (Gregorio Peces-Barba). Del mismo modo, la Constitución es también el modo como se ha aplicando en cada momento, es decir, cómo desde el poder político se aprovechan sus grietas y las ambigüedades. Desde los nacionalismos periféricos se ha señalado muchas veces el papel determinante del Tribunal Constitucional que marca con sus interpretaciones momentos de avance y retroceso en función del talante de su presidente, nada ajeno al estado de espíritu del gobierno del momento. El propio Alejandro Nieto señala cómo el control del poder -principio básico del ordenamiento democrático- ha sido bloqueado sistemáticamente por cuantos han gobernado aprovechando que la Constitución "ha establecido mecanismos suficientes de control del poder, pero no se ha preocupado de garantizar su operatividad real". Algo parecido ha ocurrido en el territorio de la justicia, donde como explica Perfecto Andrés Ibáñez la politización de los principales órganos judiciales ha provocado un anormal desplazamiento de la vida política hacía el ámbito judicial.

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Sorprende, sin embargo, que Roberto Blanco Valdés, que traza un minucioso retrato de la Constitución, perfectamente entramado con el contexto, constate que la Constitución, "por fortuna, va camino de desaparecer, es decir, de convertirse en invisible". No es ésta la impresión que transmite un clima político tenso, con dos propuestas de reforma institucional sobre la mesa y con el constitucionalismo convertido en patriotismo, es decir, en arma de combate.

El Estado español -dice con rotundidad Blanco Valdés- es un Estado federal: "Tan peculiar y diferente a los demás existentes en el mundo como muchos de esos otros son distintos entre sí". Las razones de Blanco Valdés podrían resumirse así: además del poder local existen en España otros dos niveles de poder, el central y el autonómico (el federal y el federado), que se organizan con un complejo entramado que hace de las comunidades autónomas Estados pequeños dentro del Estado; las competencias exclusivas y compartidas que permiten legislar y administrar a las comunidades autónomas dibujan un principio de división claramente federal; y los necesarios mecanismos de garantía federal regulan y garantizan las competencias, con un Tribunal Constitucional que cuida la correcta aplicación de la Constitución y los Estatutos. Por todo ello, el federalismo, que algunos partidos tienen en su programa de máximos, según Blanco Valdés, ya existe.

Dice Manuel Ramírez, un

hombre al que le duele España, que no es lo mismo durar que vivir. Y las dificultades para la vida -es decir, para pensar en futuro- de la Constitución de 1978, de la lectura de su libro, podrían reducirse a dos: "La muy escasa preocupación de nuestro actual régimen político por sembrar, cultivar y fortalecer la alternativa de una mentalidad democrática", fruto de "la permanencia de varias generaciones formadas en los anteriores esquemas valorativos". Y el peligro de la "desvertebración de España", fruto de "la general mediocridad" y de las exigencias de un consenso que impidió que "se pudiera hacer todo lo deseable, suponiendo que fuera deseable".

Ramírez comparte la extendida opinión de que los gobernantes de la transición no han sabido crear la cultura democrática que este país no tenía. Y se muestra radical, yo diría, dolidamente radical frente a las concesiones que el Estado ha ido haciendo a las autonomías. Construyendo un doble muro argumental contra las pretensiones de los nacionalismos periféricos: del inexplicable término nacionalidades "se ha pasado a naciones, sin más, que es algo que en nuestra Constitución actual no cabe" a pesar de la excesiva generosidad del artículo 143; los que piden dejar España, "piden lo que el Estado español no puede dar. El principio de la indisoluble unidad de la nación española preside todo el entramado institucional". El libro de Ramírez no es un análisis de la Constitución sino un relato de la España de estos años que termina dramáticamente porque "no podemos permanecer ciegos" ante la desmembración de España.

Las leyes, ni siquiera la mejor Constitución, no resuelven nunca los problemas, a lo sumo ayudan a encarrilarlos. Pensar que la realidad es lo que dice una constitución es la fantasía de todo patriotismo (el constitucional y el otro). La realidad, 25 años después, la ha definido Álvaro Rodríguez Bermejo en este mismo periódico: "Seguimos sin una idea común de lo que es España". ¿Y si esta idea no existiera, ni pudiera existir? La Constitución habría tenido el valor de haber permitido vivir en democracia sin una idea común de España. ¿No se puede reformar para poder vivir otros 25 años así, en vez de utilizar como armas arrojadizas la idea de España única e insuperable que algunos ven en la Constitución y su contraria?

Referéndum de la Constitución el 6 de diciembre de 1978.
Referéndum de la Constitución el 6 de diciembre de 1978.CHEMA GARCÍA CONESA

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