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Columna
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El semimatrimonio

Los parientes, los amigos íntimos, los amigos de los padres, los viejos conocidos, entregaban obsequios a los recién casados. Ofrecer objetos, dinero, tostadoras, mantelerías o televisores a los contrayentes ha sido un uso social de doble significado: de una parte, el obsequio enaltecía la celebración extraordinaria de la boda; de otra parte, se cooperaba económicamente a la formación de esa familia inaugural.

Pero ¿qué ocurre si aquellos que se unen amorosamente no se casan? ¿Qué hacer si la pareja, en lugar de comprometerse formalmente, sólo prueba a vivir junta? ¿Cómo no pensar, por parte de los presentes, que a lo mejor los regalos se hacen en balde o, incluso, se despilfarran enseguida? No importa que la ceremonia se desarrolle con velos de organza, ramos de flores y música; tampoco importará que se intercambien los anillos y las arras. Los novios pueden importar los signos tradicionales, pero desprenderlos de sus significados. Desde el norte de Europa se ha extendido hasta Francia el marriage lite, que es una versión aligerada del matrimonio, una versión suave, pragmática, de quita y pon. Basta que uno de los esposados comunique con tres meses de antelación su deseo de desligarse para que, sin otros trámites, la relación contractual quede disuelta. De esta manera el matrimonio reproduce, siendo privado, el carácter de los contratos de alquiler, por ejemplo. Y extiende, a la alta vida romántica, la cultura general de la brevedad y la velocidad del cambio.

Pero, aún más: Las personas que se casan son cada vez menos y encuentran menos razones para prometerse nada. De antemano, uno y otro dan implícitamente por sentado que la unión no durará, y siendo así, ¿por qué incurrir en graves promesas? La larga duración es una idea demasiado molesta para introducirla en la cotidianidad. La existencia se hace más larga no invocando su perdurabilidad, sino la múltiple producción de experiencias. Hoy estamos aquí con éste o ésta para mañana instalarnos allá con otro u otra.

Las parejas homosexuales que encarnaron antes el amor/fiesta y la promiscuidad incomparable han logrado la categoría de patrones. Vivir con otra persona deja de significar afrontar hasta el límite los problemas de la convivencia en aras de "salvar la relación". La relación ha dejado de considerarse un altar, un bien superior, porque ha perdido unicidad y lo imperante es, cada vez más, las sucesivas relaciones.

Se dice que hay celebraciones de primeras comuniones con los vestidos y ceremonias de antes donde nadie comulga; rituales en torno al recién nacido similares a los bautizos católicos, pero sin cura ni agua bendita. De la misma manera cunden las bodas, en blanco y negro, con pajes y padrinos, donde nada se une mediante firmas y juramentos: simplemente, se trata de vivir un superdía social que acaso sea el primero de uno de otros parecidos. El matrimonio, en definitiva, ha sido sustituido por un medio matrimonio y los cónyuges han eliminado la noción del yugo y la fidelidad sin fin. Ni la vida, en general, propicia las fijaciones (en la residencia, en el trabajo, en la ideología, en la fe) ni el amor es aquella consagración que alababa la Iglesia hasta convertirla en sacramento. Poco a poco, en los países más evolucionados tecnológicamente, el artefacto matrimonial se monta y se desmonta con automatismos más prestos. ¿Con menos costes sentimentales? Probablemente también, porque tanto el hombre como la mujer, igualando sus posiciones situacionales, pueden intercambiarse en condiciones mejoradas. Aunque también sería ingenuo desconocer los problemas agregados que en el mundo heterosexual u homosexual, entre padres e hijos, ha generado la batería de cambios en torno al apego y localización de las parejas. El desorden amoroso que vieron Bruckner y Finkielkraut en los años sesenta se dobla ahora con el desorden institucional que, sin borrar aquellos signos de mal entendimiento, incorpora un variado zoológico de bicefalias o tricefalias portátiles en el nicho romántico, con sus recreos y sus reyertas.

Parejas de recién casados en Madrid.
Parejas de recién casados en Madrid.GORKA LEJARCEGI

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