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Columna
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La vulnerabilidad de la UE

El fracaso de la cumbre de Niza pende sobre nuestras cabezas. Parecía evidente que, sin antes haber reformado las instituciones europeas -si ya no servían para 15, mucho menos para 25 miembros-, no se podía dar luz verde a la ampliación. Pese a que en Niza no se logró un acuerdo, se dio paso a la ampliación, y además, con fecha fija. Prevaleció el criterio de que la presión del tiempo, como a menudo ha sucedido, arrancaría los compromisos necesarios. Eso sí, con un cambio; como el modelo de Conferencia Intergubernamental no daba ya más de sí, inventaron una ampliada a los representantes del Parlamento Europeo, de la Comisión y de los Parlamentos nacionales, a la que pomposamente llamaron Convención. El nombre lleva su sino, y, si somos una Convención de verdad, se dijeron los elegidos, lo que tenemos que hacer es una Constitución que de paso elimine los flecos, que es el encargo que se les había hecho. Con la sola excepción de unos pocos visionarios de una Europa federal, hasta hace unos años no hablaba nadie de Constitución en Europa, pero bienvenida sea, pensaron los Gobiernos, si se limita a simplificar lo esencial de los tratados.

Además, en un momento en el que el proyecto europeo se ha distanciado peligrosamente de los pueblos, conviene despertar alguna ilusión en la gente, aunque el entusiasmo que ha levantado el texto propuesto no se puede decir que haya sido grande. El hecho es que los Gobiernos tienen ahora que decidir sobre un borrador que, en principio, les gustaría aprobar, aunque los problemas pendientes, la eliminación del veto, el voto ponderado, el número de comisarios, sigan sin encontrar consenso. Si, debido a los llamados flecos (que, al atañer al reparto del poder, son las cuestiones que cuentan), la Constitución no se aprobara, algo que no parece probable, las consecuencias tampoco serían graves, ya que, una vez que nos han convencido de su necesidad, antes o después habría que hacer una, pero esta vez con el procedimiento adecuado, y no como un efecto colateral que se acepta sólo porque no vale la pena oponerse.

Después de la introducción exitosa del euro, ha quedado patente la enorme fragilidad, interna y externa, de la Unión. Aunque para la consolidación de la moneda única el Tratado de Maastricht exigía una política común exterior y de defensa, la guerra de Irak ha puesto de manifiesto no sólo que carecemos de esta política, que no palía el haber creado la figura de un alto representante, sino algo mucho más grave, que las relaciones bilaterales con Estados Unidos pesan mucho más que las que mantienen entre sí los Estados comunitarios. La vulnerabilidad exterior de la Unión se evidencia en el hecho de que la relación atlántica se haya convertido en un punto de disenso.

Todavía no repuestos de la división entre la "nueva y la vieja Europa" -ahora resulta que España, uno de los Estados nacionales más viejos de Europa, pertenece a la "nueva Europa"-, hemos asistido a la fractura interna al asumir la mayoría de los países comunitarios no aplicar a Francia ni a Alemania "el Pacto de Estabilidad y Crecimiento". El incidente es muy serio no sólo porque concierne a la estabilidad del euro (cómo y en qué plazo, lo veremos), sino, sobre todo, porque cuestiona un principio básico de cualquier entidad política, y es que las normas se cumplen y los pactos no se rompen. Si se elige el camino de la excepcionalidad, ya no se puede rehusar a ningún otro esta vía. Pero, con todo, lo verdaderamente grave es que se hayan impuesto Francia y Alemania, los dos países que hasta ahora habían sido el motor de la Unión y de cuyo europeísmo nos habíamos alimentado los demás. Francia y Alemania han logrado una mayoría a su favor, no en una cuestión comunitaria, sino en interés propio, que ni siquiera es el de estas naciones, sino exclusivamente el de los Gobiernos en el poder, que no quieren arriesgarse a perderlo, haciendo lo que tal vez no quede otro remedio. La buena noticia es que la señora Merkel, la presidenta de la democracia cristiana alemana, el 1 de diciembre, en el congreso de su partido en Leipzig, no sólo ha criticado duramente al Gobierno alemán por su actuación respecto al Pacto de Estabilidad, sino que ha puesto en tela de juicio el que Turquía pueda integrarse en la Unión.

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