Putin y Kioto
Rusia está jugando al ratón y al gato con su ratificación del Protocolo de Kioto: en menos de 24 horas, dos altos responsables han anunciado versiones contradictorias sobre las intenciones reales del Kremlin. Hasta el año pasado, Vladimir Putin había reiterado la voluntad de Moscú de cumplir con el tratado que intenta combatir globalmente el cambio climático, pero en los últimos tiempos sus mensajes son progresivamente equívocos, en lo que puede preludiar el mazazo final a años de esfuerzos diplomáticos.
Las elecciones parlamentarias del domingo, en las que el partido que apoya a Putin cobra proporciones imparables, no son ajenas a este juego irresponsable. El argumento fundamental del Kremlin es que Kioto impone a Rusia un corsé inasumible al limitar sus emisiones contaminantes y, por tanto, su capacidad industrial, sobre todo ahora que la economía rusa va haciéndose progresivamente dependiente del petróleo, el gas y las exportaciones. Moscú aduce suplementariamente la oposición militante de Washington al tratado y el hecho de que países superpoblados y pujantes como China o India queden al margen de sus limitaciones.
La suerte de Kioto depende de Moscú, puesto que el acuerdo suscrito en 1997 en la ciudad japonesa establece que entrará en vigor cuando lo hayan ratificado países que sumen al menos el 55% de las emisiones globales. Más de cien Gobiernos han adoptado el tratado, pero sin la inclusión de EE UU o Rusia este umbral es inalcanzable; y la retirada de Washington, el mayor contaminador mundial, ha dejado en manos del Kremlin el voto decisivo sobre una cuestión crucial cuyos datos a la fecha son deprimentes. La propia Unión Europea, el mayor bloque industrializado de signatarios, acaba de señalar que sus miembros quedan lejos de cumplir los porcentajes previstos de reducción de gases de efecto invernadero. España puede ser el menos cumplidor en los próximos años.
Pese a todo, algo ha de hacerse concertadamente para combatir una transformación medioambiental que la comunidad científica considera llena de riesgos irreversibles. Y Kioto es, por el momento, la única respuesta posible a esta amenaza.
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