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Reportaje:

El difícil adiós a Mussolini

La renuncia de Fini a la tradición fascista divide a la Alianza Nacional italiana

Enric González

"Es como si el Papa se asomara a la ventana en la plaza de San Pedro y anunciara que Dios no existe y se hace ateo". La frase fue pronunciada el lunes por Francesco Storace, presidente del Lazio (región de Roma), uno de los dirigentes neofascistas de Alianza Nacional a los que su líder y vicepresidente del Gobierno, Gianfranco Fini, dejó helados al proclamar la semana pasada que el régimen de Benito Mussolini había sido "el mal absoluto". AN, el partido heredero del fascismo, está en ebullición. La marcha de la diputada Alessandra Mussolini, nieta del dictador, podría ser el primer paso hacia una escisión potencialmente fatal para toda la coalición conservadora de Silvio Berlusconi.

El grueso del neofascismo ya dio un gran paso hacia la moderación en 1994, cuando renunció a su viejo nombre, Movimiento Social Italiano, y decidió mirar al futuro. Dejó en la ultraderecha radical a tres pequeñas formaciones negras (Frente Nacional, Fuerza Nueva y Movimiento Social) y, de la mano de Berlusconi, entró en el Gobierno por primera vez en 50 años. Desde de que Mussolini fue colgado en una gasolinera de Milán, el fascismo había sido una fuerza influyente en las zonas más oscuras del Estado, pero políticamente maldita. Fini se hizo con el partido ultra de Giorgio Almirante y lo condujo a la respetabilidad, con una franja electoral de entre el 10% y el 15% de los votos.

Para Fini, sin embargo, eso no era suficiente. Se trata de un político joven, preparado y persuasivo, convencido de que el inmenso hueco centrista que dejó la implosión de la Democracia Cristiana puede ser suyo el día en que Berlusconi y su partido-empresa, Forza Italia, desaparezcan de la escena. Sabe que la mayoría del partido está con él. Y tiene prisa. Demasiada, según algunos de sus compañeros. "Estoy muy harto de que tengamos que correr todos detrás de Fini", dijo ayer el parlamentario Teodoro Buontempo.

El plan de Fini para integrar AN en el Partido Popular europeo ya causó en verano algunos conflictos internos. El mes pasado sorprendió a todos al reclamar el derecho de voto para los inmigrantes. Fini consiguió después una invitación para visitar Israel que constituía, de hecho, una homologación internacional. Sus compañeros de partido aceptaron el viaje como un mal trago que había que pasar para que en Washington se viera a AN como una auténtica fuerza de gobierno.

Lo que nadie esperaba, ni los moderados ni quienes desde 1994 consideraban a Fini como un traidor, era la dureza con que el presidente del partido condenó el miércoles pasado a Mussolini. Al día siguiente, la nieta Alessandra se dio de baja en AN para crear una entidad llamada Libertad de Acción. "Una cosa", proclamó, "es mirar hacia el futuro; otra muy distinta es renegar de un pasado del que nos sentimos orgullosos". El presidente regional Storace habló de la posibilidad de sumarse a una escisión que podría incluir también al ministro de Agricultura, Antonio Alemanno, a una cantidad indeterminada de militantes y a cientos de miles de votantes nostálgicos. Los rebeldes convocaron para hoy una reunión en un hotel de Roma, con una asistencia esperada de 3.000 personas.

Pero Fini está dispuesto a ganar el pulso. Ha convocado un congreso extraordinario de AN para el 20 de diciembre. "Si es necesario", anunció, "votaremos y contaremos, porque yo no doy marcha atrás". Los rebeldes recogieron el guante. "Según los sondeos, al menos el 20% de los votantes de AN están contra Fini. Eso", amenazó Storace, "supone un millón de votos, con los que podemos enviar el Polo [la coalición de Berlusconi] a la oposición".

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