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Columna
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Cerveza sin alcohol

José María Aznar llegó a Carcassonne para la cumbre francoespañola. Y como la famosa ciudad amurallada se encuentra cerca de Castelnaudary, sanctasanctórum del cassoulet -una de las auténticas delicias de la cocina gala- los anfitriones, como era natural y lógico, creían que a nuestro presidente le gustaría probar sobre el terreno tan rico y preciado manjar. ¿Y qué pasó? Según ha divulgado la prensa, Aznar, atento a sus asesores, hizo saber que prefería platos "más ligeros". Uno se queda estupefacto. ¿No cabía la posibilidad de una solución de compromiso razonable, de que el hombre saboreara siquiera un poco de dicha bendición de Dios para no ofender a aquella gente? Al leer el reportaje no pude por menos de recordar lo que me dijeron hace algunos en Córdoba, en, concretamente, El Churrasco, uno de los mejores restaurantes de toda Andalucía. O sea, que Jacques Chirac, durante una visita a la casa, se quedó tan prendado del salmorejo con berenjenas que tomó nota de la receta para que se la preparasen en París los cocineros del Quai d'Orsay. Todo un detalle. De los franceses se pueden decir muchas cosas. Pero, eso sí, toman muy en serio el arte de comer.

Hace unos días el compinche tejano de Aznar y Blair -aunque no tanto de Chirac- visitó un pub en la circunscripción electoral del primer ministro británico y pidió una pinta de cerveza sin. George, como se sabe, ha dejado de ingerir alcohol gracias a una intervención divina (para los metodistas el alcohol equivale a pecado mortal) y bebe coca-cola con su carne a la brasa. En el pub de Tony Blair podía haber pedido cualquier cosa que no fuera cerveza. Un zumo de naranja, por ejemplo, o una limonada o un vaso de agua mineral. ¡Pero cerveza sin alcohol! La cerveza de verdad es una libación sagrada para millones de ingleses. Una manera de ser y de estar. Como en el caso de Aznar con el cassoulet, el gesto de Bush resultó harto torpe, aunque por las fotos es evidente que a él le pareció de perlas.

Y ahora que uno lo piensa, ¿no es verdad que todo el mundo se droga de algo, aunque sea mínimamente? Y no sólo de sustancias físicas sino, por ejemplo, del ejercicio del poder o del fundamentalismo o de la religión de turno, llámese como se llame. Mi padre estaba convencido de que la consumición de alcohol conducía directamente al infierno. Creía que, si Cristo cambió el agua en vino para alegrar la famosa boda, era porque en Palestina por aquellos tiempos tal brebaje era inocuo. Él no tocaba el pecaminoso líquido, pero se metía kilos de aspirinas en el cuerpo. Y enormes dosis de Biblia.

Qué tontería pensar que el ser humano va a prescindir de algo cuando este algo prolifera en la naturaleza y ayuda a aliviar la angustia de vivir mejor que ningún médico. Así lo entendían los griegos, que inventaron el ditirambo para elogiar a Dionisos. Y así aquel anónimo bardo de La sabiduría de Salomón, cuya voz atraviesa los milenios para recomendarnos que, víctimas del tiempo que todo lo devora, no nos privemos del consuelo "de generosos vinos y de perfumes". Estoy de acuerdo. No pienso privarme. Ni ahora ni nunca.

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