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Columna
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Náutica

No navego. Carezco de experiencia en tan excitante actividad, aunque intuyo que la diferencia entre un regatista y un navegante es hasta cierto punto la que existe entre un piloto de carreras y un conductor. La celebrada consecución de la sede de la Copa del América para 2007, deduzco, obliga a Valencia a dotarse de un circuito de altas prestaciones para la vela de máxima competición, un deporte con un componente tecnológico de primera magnitud. Acostumbrado a ver las calles y las carreteras llenas de bandadas de motoristas cada vez que en Cheste se corre algún gran premio, trato de imaginar las aguas del Mediterráneo infestadas de barcos y las plazas repletas de bronceados marinos envueltos en un aroma a sal. ¿Marinos o ricos? A diferencia de los Juegos Olímpicos, donde la descomunal operación económica y de gestión deriva de la complejidad logística de un espectáculo deportivo de masas con un enorme protagonismo de la televisión, la cita náutica lleva en la proa a los empresarios, con sus expectativas de negocio y sus exigencias de inversión. Para entendernos, la compañía America's Cup Management no es el Comité Olímpico Internacional y a su rebufo se mueve una nutrida nube de millonarios a quienes fascinan la espuma, el dinero y la velocidad. Me alegro con Rita Barberá, nuestra pétaradante alcaldesa, a decir del diario Le Figaro, conocida también como Doña Farola (Madame Lampadaire) según el rotativo francés por sus trajes de chaqueta llamativos, de atraer un acontecimiento que congrega a gente de tanto nivel. Además de fuente de dinamismo económico durante unos años, será una oportunidad de poner al día el urbanismo de la ciudad, de revalorizar la fachada litoral y resolver la conexión con el mar. Eso siempre que nadie se tome el asunto como una patente de corso que allana el camino a la especulación. Como dice el refrán, "a golpe de mar, pecho sereno". La euforia de la Copa del América no suspende la necesidad de planificar con sentido colectivo, de consensuar con altura de miras y de hacer las cosas bien. Al fin y al cabo, la regata pasará, pero Valencia conservará la huella de ese frenesí náutico para siempre en la piel.

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