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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Europa, entre paréntesis

En un momento crucial, cuando la UE se dispone a ampliarse a diez nuevos miembros y está elaborando un Tratado Constitucional, la construcción europea ha quedado entre paréntesis, cuando no entrado en crisis. Las tensiones internas han quedado patentes en la reunión de ministros en Nápoles para preparar un Consejo Europeo que nadie excluye que pueda acabar el próximo 13 diciembre en fracaso, es decir, sin Constitución. Claro que crecen las voces que prefieren que no haya Constitución a que haya una mala, y el texto que está sobre la mesa es francamente mejorable.

El hecho de que Francia y Alemania hayan logrado bloquear el intento de la Comisión Europea de abrir un procedimiento de infracción en su contra por incumplir por tercer año consecutivo el Pacto de Estabilidad del euro ha hecho reventar muchas frustraciones acumuladas. Probablemente la Comisión no midió totalmente el efecto del paso que daba, pero también París y Berlín tendrían que haber buscado una fórmula que hubiera permitido a la Comisión salvar la cara y conservar cierta credibilidad para un pacto que ha quedado moribundo, algo que no puede ignorar la conferencia constitucional.

Resulta lamentable que una cuestión de reparto de poder -sistemas de votos y porcentajes en el Consejo- pueda llevar a pique un proyecto histórico como la Constitución europea, que supone avances indudables. Pero tras el pulso institucional se esconden otros debates. El primero es sobre el peso del eje franco-alemán en la nueva Europa, que encierra una gran contradicción, pues si fracasa el ejercicio constituyente, Francia y Alemania avanzarán hacia una unión más estrecha entre ellos y algunos otros miembros que asegure un núcleo duro. Ambos son conscientes, sin embargo, de que en materia de política europea de defensa poco harán sin Londres, con el que aparentemente han llegado ya a un acuerdo en este terreno que preserva la centralidad de la OTAN. Pero el Reino Unido, a su vez, se resiste a las últimas propuestas para avanzar hacia una política exterior común con decisiones adoptadas por mayoría.

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¿Y España? A la postura del Gobierno de no cambiar el peso dado a España en el Tratado de Niza le ampara la razón de que, a falta de un nuevo consenso sobre una alternativa, sigue siendo el acuerdo válido. Pero es una afirmación engañosa. Pues, aunque se proclamara lo contrario, el Tratado de Niza no vale para una Unión en expansión, en un proceso de ampliación históricamente necesario, pero que no se ha preparado suficientemente por ninguna de las partes. Es normal que la presidencia italiana de la UE se reserve cartas negociadoras hasta el final, pero es significativo que sus propuestas en Nápoles hayan ignorado prácticamente las preocupaciones españolas.

La obsesión del Gobierno de Aznar no debería centrarse en garantizar minorías de bloqueo, sino en aunar mayorías constructivas, lo que requiere una política de alianzas adecuada y no mera aritmética. El resultado final se medirá para España no sólo en votos y vetos, sino en capacidad de influir en la definición de los intereses europeos.

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