Plumas catalanas
Muchos escritores tienen problemas para dejarse fotografiar. Así como los actores y los políticos han mecanizado su capacidad para hallar la expresión adecuada a cada momento, a algunos escritores les repatea someterse a una sesión de posturas, que, para según quién, rima con torturas. Por eso tienen mérito los fotógrafos que consiguen que un escritor no sólo pose, sino que genere imágenes tan perdurables como las que Robert Doisneau les hizo a Jacques Prévert y Blaise Cendrars. "El fotógrafo debe ser un filtro entre lo desconocido misterioso y la recepción de este mundo", decía Doisneau. En el caso de los escritores, lo desconocido puede ser una resaca, una timidez congénita o una vanidad mal contenida. La Maison de la Catalogne de París ha organizado una exposición titulada Les visages de l'ecriture, con fotografías de Daniel Mordzinski, subtitulada Un regard photographique sur la litérature dans la Catalogne d'aujourd'hui (de la que ya informó hace unos días Octavi Martí).
Mordzinski es un argentino afincado en París, especializado en fotografía literaria. En esta ocasión, ha inmortalizado la variada fisonomía de 60 escritores domiciliados en Cataluña. Están algunos que escriben en catalán, otros que escriben en castellano, algunos que escriben en ambos idiomas y otros que no escriben. La Maison ha publicado un catálogo discutiblemente impreso (fotografías poco contrastadas, pliegues inoportunos y, como ya es costumbre, un tamaño de letra que, más que cansar la vista, la mata) que da una idea aproximada del trabajo de Mordzinski. En la portada, y como homenaje, aparece Manuel Vázquez Montalbán junto a uno de sus perros. A partir de allí, se suceden aspectos y actitudes que tienen, como telón de fondo, interiores plácidos y forrados de libros o la silueta de una ciudad que, como una enredadera, asciende desde el mar hasta las colinas. La premura de tiempo suele influir en la elección de un decorado. A veces, el fotógrafo desea llevarse al escritor al jacuzzi de un prostíbulo o pretende retratarle sacando la lengua, pero resulta que la víctima tiene cierto sentido del ridículo y sugiere encerrarse en el maletero del coche (ninguno se atreve a imitar a Bénédicte Martin, escritora francesa de 26 años que, en la portada de su último libro, aparece con el vestido levantado hasta el ombligo y enseñando unas braguitas minimalistas). La antología de Mordzinski incluye camas (Peri Rossi), parques (Lienas, Bolaño), ventanas (Fresán), patios interiores (Mendoza), jardines (Marsé), reflejos en espejos y escaparates (Vila-Matas, Vidal-Folch, Castellet), cortinas (Moret), puertas entreabiertas (Martínez Pisón), piscinas caseras (Cercas), cuartos de baño (Moliner), ascensores (Puntí), aparcamientos (Monzó) y retrovisores (Vila-Sanjuán). En general, la expresión del escritor suele ser más amable que provocadora y, a veces, arrastra algunos síntomas realistas: el abotargamiento de quien no logra disimular la mala vida que lleva o la tensión de quien desearía estar en otra parte. Se supone, pues, que Mordzinski no busca la estridencia, aunque, como comenta Juan Ramón Iborra en el prólogo del catálogo, "es más cómodo pontificar sobre la fotografía que hacer buenos retratos".
Pontifiquemos, pues. Tras un par de lecturas, intento adivinar en qué situación se encontraba cada escritor en el momento de someterse a la sesión. Si posó a su pesar, porque era incapaz de decir no, deseando quitarse al fotógrafo de encima cuanto antes. Si propuso explotar su mejor perfil, se maquilló y luego comprobó que sólo se aprovechaba un detalle irrelevante de su anatomía. Algunas conclusiones: los que tienen perro no dudan en incluirlo en la foto, quizá porque así uno no se siente tan solos ante el peligro (Tusquets, Regás, Daniel Vázquez) o porque es una forma de insinuarle al fotógrafo que, si el retrato sale mal, cuidado con el perro. También abundan los retratos tópicos, junto a estanterías rebosantes de libros (Baulenas, Gubern, Borràs) y perfiles a contraluz de persianas y cortinas que filtran geométricos rayos del sol (Zarraluki, al que el pie de foto rebautiza como Zurraluki, Abad, Sánchez Piñol, Espinàs, Porcel, Matute). En algunas páginas, predomina un gris poco matizado o una insolación excesiva, que no sé si atribuir a una voluntad estilística del fotógrafo o a las limitaciones del impresor. Suele ocurrir. Fotografías que siempre has visto en revistas cambian radicalmente cuando tienes la oportunidad de contemplarlas en una exposición solvente. En la espléndida antológica de Cartier-Bresson organizada por Caixafòrum, por ejemplo, los seguidores de este gran maestro tuvieron la oportunidad de comprobarlo. Eso sí: con una iluminación algo afónica, no vaya a ser que podamos ver las cosas como Dios manda.
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