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Columna
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El coche ético

Desgraciadamente, el diario El PAÍS no dedica demasiada atención a los asuntos del motor pero, de pronto, en la sección de Sociedad apareció la semana pasada una página entera y la número uno, destinada a la generación de los coches híbridos, aquéllos que juntan la energía eléctrica con la gasolina. ¿Explicación? La explicación rotunda es que no se trataba realmente de hablar de coches sino de moral o religión, que pertenecen al elenco de estas páginas.

Un coche híbrido consume poca gasolina, puede recorrer los mismos kilómetros por la mitad de precio. Es, consecuentemente, un objeto virtuoso que evita el despilfarro pero, además, contamina menos, respeta el Medio Ambiente y tiene en consideración, por encima de cualquier mirada profana, al teologal Agujero de Ozono.

Pronto, todos los artículos que ocupen un buen lugar en el mercado poseerán esta etiqueta moral que conlleva, de su parte, el híbrido. Existen ya los consumos éticos, los fondos éticos, los comercios justos, los productos de reciclaje enaltecidos por la reconversión de la mierda. El capitalismo ha dejado ya de ignorar las posibilidades productivas de la buena conciencia y sus filones éticos. A diferencia de las viejas factorías que conculcaban la pureza del aire y desdeñaban la función pulmonar, la nueva economía es limpia, transparente y viene orientada a difundir ideas (¿ideales?) más que mercancías pringosas y, acaso, hediondas. The Rise of the Creative Class, un best-seller reciente de Richard Florida, describe el mundo de las innumerables ideas capitalistas que vienen volando como una manada de flamencos sobre un humedal.

¿Neoliberalismo salvaje? El nuevo capitalismo de ficción se afana en procurar el mayor número de factores para que el trabajo dependiente parezca una colaboración, la producción surja como una creación y el consumo o la inversión se comporten como acciones caritativas. Puede que el capitalismo no sea el único sistema posible pero dista de ser lerdo y la ética, ahora en alza, ha pasado de ser una disciplina a expenderse en porciones como alta golosina unida a la comercialización. En el pasado, hasta el fin del modelo 760, quienes conducían un Volvo denotaban apreciable formación intelectual y cierta responsabilidad política socialdemócrata. Con esa marca se abrazaba la solidez por encima de la superficialidad, se prefería, quizás, salvar una vida (la de los niños, del cónyuge) al gusto (narcisista) de la velocidad. Todos los conductores de Volvo mostraban entonces que la capacidad de compra podía ayudarnos a parecer mejor ciudadano: menos competitivos, más sólidamente humanos. Ahora con los coches híbridos en todas las marcas se reinaugura una oportunidad general de congraciarse con el planeta.

Este híbrido de Honda o de Toyota no corre, por el momento, demasiado ni destaca por su diseño. En ese coche todo tiende a parecer serio y honesto puesto que su razón se apoya en un pilote moral. Con el Honda Civic IMA o el Toyota Prius nace el automóvil que respeta la Naturaleza y, en consecuencia, el futuro de la Humanidad. "Me siento bien con este coche, me siento limpia de conciencia. Estoy mejorando un poco el universo", declaraba una de las recientes usuarias del Prius, según el reportaje de José Manuel Calvo.

El coche que hasta ahora nos embrutecía cada vez más puede, al fin, salvarnos; la conducción que fuera rutina o distracción es, por elevación, un rezo. ¿Sólo para las mentalidades de influencia religiosa protestante? ¿Exclusivamente para la mentalidad infantil? Para casi todo el mundo evangelizado por la ética ecológica calvinista y puerilizado por la extensa cultura de la diversión.

El automóvil resulta ser, efectivamente, una máquina conceptualmente anticuada y explotada en exceso por el capitalismo de consumo: un artículo excesivamente apegado a los signos del progreso, la riqueza material y la ostentación. Necesitaba, sin duda, un aire de refresco ético para sobrevivir; un soplo oportuno de composición verde y espiritualista en consonancia con el auge de la vida y la mercancía creativas en el reino del capitalismo de ficción.

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