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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Revuelta en Georgia

Occidente confió equivocadamente en que las antiguas repúblicas soviéticas se abrirían en un abanico de democracias entre Asia y Europa. Con la excepción de los países bálticos, y más de una década después de la caída del comunismo, muchas de ellas han hecho de su independencia un lodazal. En algunas -Uzbekistán, Kazajistán, Azerbaiyán, Bielorrusia...-

han consolidado su poder déspotas sin paliativos. Y otras están a medio camino, como la Ucrania de Kuchma.

En Georgia, una de las más prometedoras, una revuelta popular incruenta acaba de deponer al presidente Eduard Shevardnadze, de credenciales más democráticas que la mayoría de sus vecinos. Shevardnadze, que se ganó el respeto internacional por su papel, junto a Gorbachov, en la liquidación de la URSS, ha gobernado este volátil Estado en el flanco sur de Rusia durante más de una década turbulenta, en la que no han faltado tres intentos de asesinato.

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Que Shevardnadze había perdido progresivamente el contacto con la realidad lo prueba su burda manipulación de las elecciones legislativas del pasado 2 de noviembre, consideradas un gran fraude hasta por su protector estadounidense y que han actuado de espoleta de la sublevación. La magnitud de las manifestaciones en Tbilisi para celebrar su caída ha sorprendido incluso a los jefes de la oposición, tres antiguos miembros clave de su propio Gobierno, de corte inequívocamente prooccidental y ya bendecidos por EE UU.

El Parlamento debe decidir hoy la fecha para las nuevas elecciones presidenciales. Pero la caída del veterano líder georgiano puede ser tambien el prólogo de mayores dificultades para la atribulada república. Los problemas de Georgia son casi todos: desde el separatismo de varias de sus regiones y la pobreza -sueldos de 20 euros-, el desempleo y la imparable corrupción, hasta el hecho de lindar con el polvorín checheno y ser objeto permanente de las intrigas de Moscú. A la vez, este país de cinco millones de habitantes es de importancia decisiva por su condición de ruta del petróleo que un nuevo oleoducto llevará desde el Caspio hasta Turquía sin pasar por Rusia o Irán.

En doce años, gobiernos sucesivos en Tbilisi han sido incapaces de controlar la violencia, los desórdenes y la secesión de las regiones de Abjazia y Osetia del Sur, alimentada por Moscú. Pronto se puede sumar una tercera, Adjara, donde el fraude electoral que ha dado origen a la explosión popular ha sido masivo. En este contexto alarmante, los líderes provisionales de la república caucásica pueden estar tan desprovistos de poder real como el propio Shevardnadze.

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