Abajo la lectura
Que Telediario 1, el de las 15 horas, y Telediario 2, el de las 21, iniciaran ayer la lectura por capítulos de la Constitución española, constituye un sarcasmo y agravia el buen sentido de los espectadores que cuando quedan expuestos a esas radiaciones tienen oportunidad de comprobar su carácter asfixiante y su alto contenido tóxico surgido del empeño en negar de modo permanente los principios, derechos y libertades proclamados en el texto, ahora conmemorado por cumplirse los primeros 25 años de su promulgación. O sea, que conviene apostar por la plena vigencia de la Constitución en lugar de declararla inválida, que es lo que vienen a significar las convocatorias para rendir homenajes sólo unánimes cuando se ofrecen a quienes carecen de posibilidad alguna de seguir en la brecha.
Aún se recuerda cuando la Feria del Campo aquel editorial de Cuadernos para el Diálogo titulado "El campo no está para ferias". Pues eso, la Constitución no está para homenajes. En definitiva, como se preguntaba ayer un buen amigo en una intervención radiofónica, ¿por qué los telediarios ofrecen en episodios sucesivos la lectura, por lo que cuentan ininteligible, de la Constitución, en lugar de aplicarse con toda solvencia a la enorme y comprometida tarea pendiente de darle cumplimiento en sus emisiones de mañana, tarde y noche, de informativos, tertulias, entrevistas, servicios varios y entretenimientos rosáceos o amarillentos?
Por lo demás la lectura es un género refractario al medio televisivo, del que fue eliminada hace más de 25 años cuando terminó el adoctrinamiento de aquellos bustos parlantes a base de Roberto Reyes, Jesús Suevos o Emilio Romero, que asomaban en las pantallas entonces para amedrentar a los portadores del virus de la disidencia. Conviene insistir en que a la Constitución le sobran homenajes en un país donde la costumbre es que los homenajes deriven en agravios a aquello que se homenajea, y le faltan reconocimientos sinceros. Menos lobos, Caperucita.
Basta de homenajes y de aspavientos y más respeto a los deberes que imponen atender al pluralismo, brindar oportunidades equitativas de acceso a las cámaras y a los micrófonos, ofrecer la réplica al agraviado y cumplir las sentencias de los tribunales sin incurrir en el pitorreo impune de aquel glorioso "ce punto, ce punto, o punto, o punto" para evitar la mención debida a Comisiones Obreras. Porque estamos saturados de comprobar cómo la Radio Televisión Española, y las demás emisoras públicas de ámbito autonómico o municipal a su imagen y semejanza, se han instalado, salvo excepciones, en la práctica afanosa de un modelo detestable.
Es como si las ondas públicas de diferentes afinidades coincidieran en la aberración de prestarse a ser utilizadas de forma sectaria y partidista por parte de quienes ostentan el poder en la institución de que se trate. Mientras que en las filas periodísticas apenas se distinguen los "manipuladores a la orden" de los "consentidores resignados" y los dispositivos constitucionales de la cláusula de conciencia, que permitirían la defensa profesional, siguen sin estrenarse en la práctica. Cunden actitudes deferentes, de servicio doméstico hacia los que tienen el mando político nacional, autonómico o municipal que llegan con frecuencia a extremos de indignidad sin que las asociaciones de la prensa se hayan sentido en la necesidad de pronunciarse. Su silencio acaba de ser estruendoso con ocasión de los despidos políticos en Antena 3 TV y de las amenazas que ETB ha recibido de la hueste etarra.
Qué espectáculo el de la Comisión de Control de RTVE del Congreso de los Diputados, el director general del Ente, con todo desparpajo, da pases de todas las marcas a los portavoces interesados en las prácticas sectarias del Ente y se identifica con interpretaciones históricas de los autores adictos a la Cruzada de Franco, que criminalizan a las fuerzas políticas de la oposición. Mientras, se mantiene el idilio inalterable entre RTVE y el aznarismo, un idilio que como todos los detectados entre medios de comunicación y poderes políticos, es revelador de una grave afección aunque siempre los halagados consideren escaso el elogio que se les prodiga y excesiva la crítica que por algún descuido pudieran recibir. Por eso, abajo la lectura.
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