Herramientas
A lo largo de la historia se han cometido innumerables crímenes con azadas, hoces y cuchillos, que son herramientas destinadas a cavar la tierra, a segar el trigo y a cortar el pan. El hacha de sílex fue creada por el primate para desollar y dividir la carne de los renos y tuvo que transcurrir un millón de años para que esa piedra se fabricara en serie sólo como arma. Por los brazos de gente muy pacífica ha bajado la sangre desde el corazón hasta el puño de estas herramientas y para mí siempre ha sido un misterio comprobar que, de pronto, unos hierros agrícolas se cargaban de odio y con ellos se cometían homicidios pavorosos. Ya se sabe que en un momento de enajenación uno mata con lo que tiene a mano, desde la quijada de asno a la llave inglesa, pero me refiero a que hay crímenes de regadío, de secano y de esquina callejera, según qué instrumento de trabajo estaba manejando el homicida en el instante en que le sorprendió la necesidad de matar. En mi infancia oí contar muchas historias de sangre que sucedían junto a las acequias de la huerta. Robar el agua de riego, desviando su curso hacia la propia heredad sin respetar el turno, era motivo suficiente para que entraran en acción de forma violenta las azadas de los labradores, unas veces en plena oscuridad y otras bajo la luna llena. En aquellos relatos nocturnos, de niño imaginaba la sombra de un huertano que emergía del cañaveral y sobre la cosecha de un huerto muy feraz un golpe de azadón extraía un gemido humano y al día siguiente la aurora iluminaba un cráneo abierto, como una fruta más, junto al agua de la acequia que sonaba en un desnivel cantando a la justicia. En cambio, la hoz suele ser considerada cerealista y castellana, apta para segar el trigo y cometer crímenes muy solares, pegajosos de sudor. En tierras de secano la hoz ha brillado siempre entre la oración y la blasfemia. Incrustada en la faja sobre un riñón del segador ha sido blandida para cortar la espiga que formará la oblea donde puede posarse el cuerpo divino y también ha ido directamente al cuello del enemigo para que empapen bien de sangre cristiana los terrones. También está el cuchillo de cocina o la navaja del pastor. Infinitos crímenes se han cometido con estos enseres después de cortar el pan o el tocino. Hasta aquí todo es natural, según los vuelcos que da el corazón. La maldad humana nació cuando alguien concibió el arma como una industria en sí misma y ese principio diabólico hizo que aquella hacha de sílex se convirtiera en la bomba atómica.
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