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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Toda una vida

Sólo a un editor que dice que vive del cuento -(y en realidad vive para el cuento), Juan Casamayor, de Páginas de Espuma, esa utopía inicial que ya tiene catálogo en papel y página web- y a un escritor andaluz, hiperbólico y desbordante en entusiasmos, un excelente cuentista él mismo -Hipólito G. Navarro- se les podía ocurrir reunir esfuerzos para darnos un tocho como éste, más de 800 páginas para abarcar casi un centenar de relatos, que es, además y sobre todo, un emotivo homenaje con rostro de acto de justicia poética y que nos vuelve a traer a la rueda de la fortuna de las novedades editoriales a un escritor gaditano, narrador, poeta, periodista, conversador inolvidable, flamenquista, cinéfilo, viajero, muy partidario de farras y de noches de vino y risas y amigo de sus amigos, este Fernando Quiñones que murió hace cinco años y que andaba, dando palique, en el limbo del olvido, donde van los escritores en un primer momento.

TUSITALA. CUENTOS COMPLETOS

Fernando Quiñones

Páginas de Espuma

Madrid, 2003

834 páginas. 29 euros

Aunque Quiñones en una nota a Viento Sur (Alianza, 1987) anotaba que incluía ahí 22 cuentos de los más de 200 que hasta entonces había escrito, lo cierto es que ahora Navarro, en su divertido y desordenado prólogo que le escribe a Joaquín Quintana, sosias del propio Quiñones, que aparece en algunas de sus historias más autobiográficas, da fe de que ha recogido, con voluntad de ser completos, este casi centenar de relatos. Un centenar de cuentos que es ya una barbaridad. Este Tusitala. Cuentos completos, que nos remite a Stevenson, a cómo le llamaban los nativos de los mares del sur al escocés, Tusitala, "el que cuenta cuentos", es, desde luego, una obra que se le debía a Quiñones y una obra de indudable interés para especialistas, pero es también para sus lectores una estupenda "visita virtual" a su rico mundo narrativo, el libro de los libros, la antología de todas las antologías posibles. No es posible leer estas más de 800 páginas de caja bien apretada y márgenes mínimos de corrido. Más bien deberá el lector hacerse su propia antología. Ir y venir, saltar y andar, correr y pararse. Meterse en el cuerpo media docena de relatos y parar, orillando éste o éste de más allá. Ya volverá. Estas 800 páginas son un laberinto pero no una empresa imposible. Hay que hacerse, pues, su propia antología y después desandar el camino y volver a empezar. Este lector se inició -si vale la confesión- con los relatos taurinos de La gran temporada, que me parece un excelente libro sobre el planeta de los toros, dicho sea aplicando el tópico de la frase hecha, aunque en esos relatos hay muy pocos tópicos y sí estupendas historias de perdedores, historias de oficios de ésas a las que tan aficionado era Ignacio Aldecoa, el mejor escritor español de cuentos de la segunda mitad del siglo XX, de quien fue amigo cercano Quiñones, como lo fue de Martín Gaite y Ferlosio: a éste le dedica, aquí, un relato y al parecer -en una línea que he leído por algún prólogo reciente, sin más detalles- fue el mecanógrafo de El Jarama.

Quiñones, es sabido, tuvo un ascenso fulgurante como narrador, cuando uno de sus primeros libros fue premiado en Buenos Aires en un concurso en el que estaba Borges (Bioy Casares, también, a ver), y éste se quedó prendado de quien adivinó que era español, andaluz y que escribía sobre dos temas -el vino y los toros: y de ambos hay muchos relatos en esta antología- tan alejados de él, tan poco borgianos. Ese célebre prólogo dice Navarro que le dio más disgustos que alegrías (por las envidias patrias) y no lo ha querido incluir. Sí está incluido, en cambio, un brevísimo relato real sobre Borges, sobre un regalo que le hizo, que es muy hermoso. En este tocho, cuya salida saludamos (aunque para su uso siga las recomendaciones de su farmacéutico, o sea, su sentido común), están las dos vertientes narrativas del escritor gaditano: la popular (fue uno de los escritores con más oído para el lenguaje de la calle, para la gracia y la lengua vulgar: ahí están sus muchos monólogos de La Legionaria, de Hortensia Romero y de otras entrañables faunas) y la culta, pues fue un escritor muy volcado a la literatura, y de entre éstos yo destacaría uno, El hombre de Cantalti, que permanecía inédito, en el que sale Ezra Pound y que, sin duda, le hubiera gustado a Borges y a más de un lector que debe estar ya, a estas alturas del párrafo, en el bufé de las ensaladas, conformándose una a su elección y aliñándola a su gusto. Cuentos excelentes no le han de faltar en esta antología de antologías. En este admirable empeño de un editor y de un recopilador, y en el horizonte Quiñones.

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