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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una novela de emigrantes

El historiador alemán Sebastian Haffner, exiliado en el Reino Unido durante la época hitleriana, solía consolarse de su añoranza recordando unas palabras de Goethe al canciller Von Müller: "Alemania no es nada, pero cada uno de los alemanes es mucho, aunque ellos piensen lo contrario. Deberían estar esparcidos por el mundo entero, como los judíos, para beneficio de todas las naciones. Como éstos, los alemanes no se hundirán, porque son individuos". Quizá sea este pensamiento el mejor resumen del espíritu de esperanza que anima El volcán, esta estupenda novela que Klaus Mann (1906- 1949) consideró su obra "más ambiciosa e importante".

En 1933, cuando los nazis accedieron al poder en Alemania, el primer hijo varón de Thomas Mann, Klaus, que contaba entonces 27 años y había publicado ya, entre otras obras, Novela de niños e Hijo de este tiempo, abandonó una patria en la que se asfixiaba. Dos meses antes había emigrado su hermana Erika, y poco después lo harían sus padres y el resto de los hermanos. Los Mann se convirtieron pronto en odiados enemigos del régimen en el extranjero, los nazis les retiraron la nacionalidad y los declararon "personas no gratas".

EL VOLCÁN

Klaus Mann

Traducción de Isabel García Adánez

Edhasa. Barcelona, 2003

672 páginas. 29 euros

Tanto Klaus como Erika, jóvenes desenvueltos e indignados contra la barbarie nazi, "artistas" ambos -Erika fundó en Zúrich un cabaret literario-, se integraron activamente en el amplio y variopinto grupo que formaban los exiliados alemanes -en 1935 se contaban más de 100.000-, "arios" y judíos. De inmediato emplearon su talento en denunciar la barbarie que reinaba en el país de los "pensadores y los poetas". Klaus fundó en Amsterdam la revista Die Sammlung y Erika viajaba por la Europa libre con su espectáculo zahiriendo con humor escandaloso al régimen de Hitler.

Fue durante los primeros años de su emigración cuando Klaus publicó sus mejores novelas: Mefisto (1936) y El volcán (1939). La primera es una despiadada sátira de la sociedad nazificada de los años treinta, una denuncia del arte vendido al poder y el escarnio de los pomposos y necios jerarcas hitlerianos. En ella alcanzó la cima el peculiar estilo del autor: ligero, cortante e irreverente. Algo de éste se aprecia también en El volcán, novela realista en la que dominan la seriedad y un dramatismo trágico-heroico a la par que un exaltado idealismo, aunque con un elegante tinte irónico cosmopolita que brota de una escritura siempre arrebatada y llena de vitalidad, típica de un habitante de la gran ciudad. En oposición al ambicioso Gustaf Gründgens, que vende su alma a los nazis en Mefisto, la novela de emigrantes presenta el caso de los artistas e intelectuales que luchan contra el poder injusto. Por ello, pierden el arraigo primigenio de la patria, pero ganan a cambio una nueva identidad que los dignifica.

"En este mundo de Estados

nacionales y de nacionalismos, un hombre sin nación está condenado a pasarlo mal, sólo le esperan contrariedades; los funcionarios del país de acogida lo tratan con desconfianza; sólo cosecha humillaciones. Tampoco se le ofrecen fácilmente posibilidades de ganar dinero, pues ¿quién acogerá al desterrado? ¿Qué instancia defiende sus derechos? Nada cubre sus espaldas. Quien no pertenezca a una comunidad está solo", escribió Klaus Mann en su diario; y éste es el trasfondo dramático de El volcán, cuyos personajes poseen el rasgo común de haber abandonado Alemania en 1933; de diversa procedencia social, ante todo son individuos únicos, ávidos de cariño y con una enorme necesidad de integrarse en una comunidad supranacional declarada en rebeldía contra la colectividad uniformada.

Mediante equilibradas escenas, de tono melodramático fluctuante entre la dicha y el miedo, Klaus Mann cuenta unas historias verosímiles para las que no le costó mucho encontrar protagonistas, ya que El volcán es también un roman à clef, cuyos personajes adquieren rasgos de personas conocidas del autor. Así, la extraordinaria Marion, cuya figura domina toda la novela, es el trasunto literario de la voluntariosa Erika, y la señora Von Kammer recibe rasgos de Katia Mann. En cuanto al propio Klaus, que personalmente tenía mucho de emigrado de todas partes -sufría por las comparaciones con el padre, además de sentirse un marginado social por su condición de homosexual, artista y drogadicto-, es posible que se retratase en varios de sus personajes, tanto en lo que respecta a su parte intelectual como a sus debilidades. La relación homoerótica entre Martin Korella y el errático Kikjou -episodio que convirtió El volcán en un dudoso icono del imaginario gay-, un amor destructivo en el que lo sensual desempeña un papel tan importante como las inyecciones de heroína, podría ser una readaptación de alguna desgarrada pasión del autor. Con todo, aunque desconozca a estos trasuntos literarios de los personajes, cualquier lector disfrutará sin más de los avatares de la pobre Tilly, la fea y heroica Proskauer o el profesor Abel, judío erudito con rasgos de Nietzsche, así como del ambiente de Zúrich o París, en el modesto restaurante de la Schwalbe al que acuden los brigadistas internacionales, combatientes en la Guerra Civil española; pero también de esa Nueva York hasta la que llegan quienes se prodigan por el mundo aportándole lo mejor de sí mismos.

Tras la II Guerra Mundial, Klaus perdió el rumbo: la adicción, los amores frustrados y las depresiones, además de una aberrante tendencia hacia el autodesprecio, lo condujeron al suicidio. La emigración y sus tareas lo habían mantenido a salvo de derrumbarse, pues "uno no se hunde mientras tenga una misión". Pero El volcán insufló una ola de esperanza en multitud de lectores en una época de desarraigo. Esta cuidada edición de Edhasa, la única en castellano, hace honor a una traducción excelente.

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