El desayuno
Normalmente uno se levanta temprano, se pone la radio, y entonces, ahí, delante del café y la tostada, con los ojos aún pegados de sueño, discute mentalmente con algún contertulio de la radio. A primera hora la radio se inunda de política, de elecciones y de ibarretxes y como te dejes llevar, puedes acabar hablando en voz alta y hasta gesticulando, como uno de esos borrachos madrugadores que discuten con fantasmas y farfullan maldiciones ininteligibles. Por eso, a veces, si uno puede, es reconfortante levantarse tarde, cuando ya todos los balances de la áspera realidad están formulados y cuando cada contertulio de cada ideología ha puesto ya el huevo y se ha marchado a poner otros huevos a las teles y a los periódicos. Entonces puede que uno tenga la oportunidad de escuchar noticias de esas que no cambian el mundo. Cosas como que ya está a la venta ese Let it be de los Beatles al que se le ha quitado lo accesorio para dejar la melodía casi desnuda. El café entonces sabe de otra manera. Sabe de otra manera cuando alguien como el periodista deportivo Santiago Segurola, que a veces habla de música y lo hace igual de bien, contaba este verano a cuento del último concierto de los Rolling en España, que para él la diferencia entre los Beatles y los Rolling es que, mientras los Stones tocaban siempre la misma cuerda, cada canción de los Beatles se había convertido en algo memorable. Recuerdo que incluso cuando ya los Beatles se habían separado había una rivalidad bastante estúpida entre los amantes de uno y otro grupo. Parecía que los Beatles correspondían a las almas convencionales y los Rolling a los espíritus rebeldes. Así que algunos mentíamos un poco, y asegurábamos que nos gustaban más los Rolling. Pero el tiempo ha hecho justicia. Realmente, hay algo anacrónico en ese Mick Jagger que canta las mismas treinta canciones desde hace treinta años, sacando la misma lengua y haciendo el mismo gesto con la mano. En cambio, esa canción que salía esta mañana de la radio, El largo y tortuoso camino, mil veces escuchada, mil veces cantada, parecía algo tan nuevo como el café humeante. Recordaba aquello que dijo Borges: "Trivial pero maravilloso". Diré que para mí, ni siquiera es trivial, es maravilloso.
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