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Reportaje:ANÁLISIS

El 'régimen' de Berlusconi

Todos los días se escuchan enérgicas reacciones (y por suerte también por parte de la opinión pública de otros países europeos, tal vez más que en Italia) ante el golpe de Estado subrepticio que Berlusconi está tratando de llevar a cabo. Con todo, ha sido un error de planteamiento la discusión de si Berlusconi estaba instaurando o no un régimen, dado que la palabra "régimen" evoca automáticamente en Italia el régimen fascista. En tal caso, es necesario admitir que Berlusconi no está confinando aún a los disidentes, no está imponiendo la camisa negra a los jóvenes, no reconstruye la Cámara de los Fasci y de las Corporaciones.

Si con la palabra "régimen", en cambio, se entiende una forma de gobierno (al igual que hay regímenes democráticos, regímenes monárquicos, etcétera), es evidente que Berlusconi está instaurando, día tras día, una forma de gobierno autoritario, basado en la identificación del partido, del país y del Estado con una serie de intereses empresariales. No lo hace mediante operaciones de policía, arresto de diputados o abolición violenta de la libertad de prensa, sino poniendo en marcha una ocupación gradual de los medios de comunicación más importantes, y creando con los mecanismos adecuados formas de consenso fundadas sobre llamamientos populistas.

Berlusconi está poniendo una estrategia compleja, avisada y sutil que es testimonio del pleno control de sus nervios y de su alta inteligencia operativa
El victimismo, que parece contrastar con el triunfalismo que caracteriza las promesas berlusconianas, es una técnica fundamental y es típica de todo populismo
Sorprende en Berlusconi (y, por desgracia, divierte) el exceso de técnicas de vendedor. Muchos recuerdan en Italia a un tal Mendella que aparecía en televisión...
Un caso típico de efecto bomba fue la salida de Berlusconi en el Parlamento Europeo calificando de 'kapo' a un diputado alemán que le criticaba
La oposición debería unirse, porque no se elaboran proyectos aceptables y dotados de capacidad de fascinación si se emplean 12 horas al día en luchas intestinas
Visto que no puede hablarse al electorado desinformado a través de los medios de comunicación tradicionales, habrá que inventar otros nuevos

Frente a esta operación se ha afirmado, por orden, que: i) Berlusconi se metió en la política con la única finalidad de bloquear o desviar los procesos judiciales que podían llevarle a la cárcel; ii) como ha dicho un periodista francés, Berlusconi está instaurando un pedegisme (de pdg, que en Francia es el "président directeur général", el boss, el manager, el jefe absoluto de una empresa); iii) Berlusconi realiza su proyecto avalado por un éxito electoral indiscutible, y sustrayendo, por tanto, a la oposición el arma del tiranicidio, en cuanto deben oponerse respetando la voluntad de la mayoría, y lo único que le cabe hacer es convencer a parte de esa mayoría para que reconozca y acepte las consideraciones que junto a la presente forman esta lista; iv) Berlusconi, basándose en este éxito electoral, se dedica a hacer aprobar leyes concebidas para su personal interés y no para el del país (y en eso consiste el pedegisme); v) Berlusconi, por las razones hasta ahora expuestas, no actúa como un estadista ni tan siquiera como un político tradicional, sino siguiendo otras técnicas -y precisamente por ello es más peligroso que un caudillo de los de otros tiempos, porque esas técnicas se presentan como adecuadas aparentemente a los principios de un régimen democrático-; vi) Berlusconi ha superado la fase del conflicto de intereses para llevar a cabo, cada día más, la absoluta convergencia de intereses, es decir, haciendo aceptar al país la idea de que sus intereses personales coinciden con los de la comunidad nacional.

Un concepto de gobierno

Eso constituye sin duda un régimen, una forma y una concepción de gobierno, y se está llevando a cabo de una forma tan eficaz que las preocupaciones de la prensa europea no se deben a la piedad y el amor hacia Italia, sino simplemente al temor de que Italia, como en un reciente pasado infausto, sea el laboratorio de experimentos que podrían extenderse a Europa entera.

El problema es que la oposición a Berlusconi, incluso en el extranjero, actúa a la luz de una séptima convicción, que en mi opinión es errada. Se considera, en efecto, que, al no ser un estadista, sino un dirigente empresarial dedicado solamente a mantener los equilibrios precarios de su propia formación política, Berlusconi no es consciente de que el lunes dice una cosa y el martes lo contrario, que no teniendo experiencia política ni diplomática tiende al patinazo, habla cuando no debe hablar, deja que se le escapen afirmaciones que se ve obligado a tragarse al día siguiente, confunde hasta tal extremo su propio provecho particular con el público que se permite ante ministros extranjeros ocurrencias de pésimo gusto sobre su propia consorte, etcétera. En tal sentido, la figura de Berlusconi se presta a la sátira, sus adversarios se consuelan en ocasiones pensando que ha perdido el sentido de la medida, y confiando, por tanto, en que corra sin darse cuenta hacia su propia ruina.

Creo, en cambio, que es necesario partir del principio de que, en cuanto político de novísima naturaleza, digamos, si se quiere, posmoderno, Berlusconi está poniendo en acto, precisamente con sus gestos más incomprensibles, una estrategia compleja, avisada y sutil, que es testimonio del plano control de sus nervios y de su alta inteligencia operativa (y si no de su inteligencia teórica, de su prodigioso instinto de vendedor).

Sorprende en efecto en Berlusconi (y por desgracia, divierte) el exceso de técnicas de vendedor. Muchos recuerdan en Italia a un tal Mendella que aparecía en la televisión, en un canal especializado, para convencer a jubilados y familias de renta media y baja a fin de que le confiaran sus capitales, asegurándoles ganancias del cien por cien. El que, tras haber arruinado a algunos miles de personas, Mendella fuera arrestado mientras huía con la caja, es otra historia: había exagerado y se había precipitado. Pero lo típico de Mendella era presentarse a las diez de la noche diciendo que él no tenía interés personal en aquella recogida de ahorros ajenos, porque no era más que el portavoz de una empresa mucho más grande y sólida; sin embargo, a las once afirmaba enérgicamente que en aquellas operaciones, de las que se presentaba como el único garante, había invertido todo su capital, y por tanto sus intereses coincidían con los de sus clientes. Quien le envió su dinero no advertía esas contradicciones, porque escogió centrarse en el elemento que le infundía mayor confianza. La fuerza de Mendella no estribaba en los argumentos que empleaba, sino en ametrallar a los espectadores con muchos.

Técnicas de venta

Las técnicas de venta de Berlusconi son evidentemente de esa clase (os aumento las pensiones y rebajo los impuestos), pero infinitamente más complejas. Debe vender consenso, pero no habla de tú a tú con los clientes, como Mendella. Tiene que echar cuentas con la oposición, con la opinión pública, incluida la extranjera, y con los medios de comunicación (que aún no son todos suyos) y ha descubierto la forma de volver a su favor las críticas de todos estos sujetos. Por tanto, debe hacer promesas, por buenas, malas o neutras que parezcan a sus propios partidarios, que se presenten ante los ojos de sus detractores como una provocación. Y debe producir una provocación al día, mucho mejor si inconcebible o inaceptable. Ello le consiente ocupar las primeras planas y las noticias de apertura de los medios de comunicación y de situarse siempre en el centro de atención. En segundo lugar, la provocación debe ser de tal calibre que sus opositores no puedan darse por no enterados, y se vean obligados a reaccionar con energía. Ser capaz de arrancar todos los días una reacción indignada de sus opositores (y hasta de medios que no pertenecen a la oposición, pero que no pueden dejar pasar en silencio propuestas que conllevan alteraciones constitucionales) permite a Berlusconi presentarse ante su electorado como víctima de una persecución ("ya lo veis, diga lo que diga, me atacan").

El victimismo, que parece contrastar con el triunfalismo que caracteriza las promesas berlusconianas, es una técnica fundamental y es típica de todo populismo. Mussolini provocó con su ataque a Etiopía sanciones de otros países y jugó después como propaganda con el complot internacional contra Italia. Defendía la superioridad de la raza italiana y procuraba suscitar un nuevo orgullo nacional, pero lo hacía lamentando que el resto de los países despreciaran al nuestro. Hitler partió para la conquista de Europa sosteniendo que eran los demás quienes sustraían el espacio vital al pueblo alemán. Que en el fondo es la estrategia del lobo frente al cordero. Toda prevaricación debe ser justificada mediante la denuncia de una injusticia contra ti. En definitiva, el victimismo es una de las muchas formas con las que un régimen sostiene la cohesión de su propio frente interior mediante el chovinismo: para exaltarnos es necesario demostrar que hay otros que nos odian y quieren cortarnos las alas. Toda exaltación nacionalista y populista presupone el cultivo de un estado de continua frustración.

Y no sólo eso, porque el poder lamentarse cada día del complot ajeno permite aparecer en los medios de comunicación cada día denunciando al adversario. Esa es también una técnica antiquísima, que conocen bien los niños: tú le das un empujón a tu compañero de pupitre, éste te tira una bolita de papel y tú te quejas al maestro.

Otro elemento de esta estrategia es que, para crear provocaciones en cadena, no debes hablar tú solo, sino dejar mano libre a los más insensatos de tus colaboradores, y cuanto más insensatas sean las provocaciones, mejor.

No importa si la provocación va más allá de lo creíble. Al contrario, cuanto más inaceptable parezca, más obligado se verá el adversario a reaccionar, pues en caso contrario perdería hasta su propia identidad y su propia función de opositor como garante. La técnica consiste en lanzar la provocación, desmentirla al día siguiente ("he sido malinterpretado") y lanzar inmediatamente una nueva, de manera que sobre ésta se concentre la subsiguiente reacción de la oposición y el renovado interés de la opinión pública, y todos olviden que la provocación precedente había sido sencillamente flatus vocis.

Provocación

La inaceptabilidad de la provocación consiente además alcanzar otros dos objetivos esenciales. El primero es que, a fin de cuentas, por extrema que haya sido la provocación, no deja de constituir un ballon d'essai. Si la opinión pública no reacciona con la suficiente energía, eso significa que hasta la más ultrajante de las sendas podría llegar a ser, con la debida calma, practicable. Ese es el motivo por el que la oposición se ve obligada a reaccionar, aunque sepa que se trata de pura y simple provocación, porque si callara abriría el camino a otras tentativas. La oposición hace, por tanto, lo que no puede dejar de hacer para oponerse al golpe de Estado subrepticio, pero, al actuar así, lo corrobora porque sigue su lógica.

El segundo objetivo que se lleva a cabo es lo que podría definirse como el efecto bomba. Siempre he sostenido que si yo fuera un hombre con poder enredado en muchos y oscuros asuntos, y si llegara a saber que en un par de días estallará en la prensa una revelación que podría sacar a la luz mis fechorías, me quedaría una única solución: pondría u ordenaría que se pusiera una bomba en una estación, en un banco o en una plaza a la salida de misa. Con ello estaría seguro de que al menos durante quince días las primeras páginas de los periódicos y las noticias de apertura de los telediarios estarían ocupadas por el atentado, y la noticia que me preocupa, aunque apareciera, quedaría confinada en las páginas interiores y pasaría inobservada (o, en todo caso, afectaría de refilón a una opinión pública mucho más preocupada por otras cuestiones).

Un caso típico de efecto bomba fue la salida de Berlusconi en el Parlamento europeo calificando de kapo a un diputado alemán que le criticaba, seguida por las declaraciones de refuerzo del político de la Liga Stefani contra los turistas alemanes, tachados de borrachines y alborotadores. ¿Metedura de pata incomprensible, dado que suscitaba un incidente internacional y justo al principio del semestre italiano? En absoluto. En esos mismos días se debatía en el Parlamento italiano la ley Gasparri, con la cual Mediaset, la compañía televisiva privada propiedad de Berlusconi, hundía a la RAI y multiplicaba sus dividendos. Pero yo (y quién sabe cuánta gente como yo) no me hubiera dado cuenta de no haber sido porque, conduciendo por la autopista, escuché la Radio del Partido Radical en directo desde el Parlamento. Los periódicos dedicaban páginas y páginas al patinazo de nuestro primer ministro; al hecho de que los turistas alemanes, en cualquier caso, no dejarían de veranear en Italia; al problema lancinante de si Berlusconi se había excusado de verdad con Schröder o no. El efecto bomba funcionó a la perfección.

Podríamos volvernos a leer todas las portadas de los diarios de los últimos dos años para poder calcular cuántos efectos bomba han sido producidos. Frente a una afirmación como la de que los jueces deben ser sometidos a curas psiquiátricas, la pregunta que hemos de plantearnos es qué otra iniciativa hizo pasar esa bomba a un segundo plano.

Canallada

En este sentido, Berlusconi pedegista controla y dirige las reacciones de sus opositores, las confunde, puede usarlas para demostrar que esa gente pretende su ruina, que cualquier llamamiento a la opinión pública es una canallada ad hominem.

¿Cómo oponerse a tal estrategia? Hay una forma, pero se parece a la sugerencia de McLuhan, quien para bloquear al terrorismo (que vive del eco propagandístico de sus iniciativas y del malestar que difunden) proponía un apagón informativo. La consecuencia era que tal vez la prensa no se convirtiera ya en megáfono de los terroristas, pero se entraba en un régimen de censura, que era lo que los terroristas esperaban provocar.

Es fácil decirlo: concentra tus reacciones sólo en los casos verdaderamente importantes (ataques a la magistratura, leyes en beneficio de los intereses privados del jefe de Gobierno, etcétera), y si en cambio Berlusconi da a entender que quiere modificar la Constitución para convertirse en presidente de la República, coloca la noticia en un suelto de la sexta página, por estricto deber informativo, sin someterte a su juego. Pero ¿quién aceptaría un pacto así? La prensa específicamente de oposición, no, pues se vería inmediatamente a la derecha de la prensa independiente. La prensa independiente, no, por la sencilla razón de que ese pacto presupondría una alineación explícita. Además, una decisión semejante resultaría inaceptable para cualquier tipo de medio de comunicación, pues iría en contra de su propio deber/interés, el de aprovechar el mínimo incidente para producir y vender noticias, y noticias picantes y apetecibles. Si Berlusconi insulta a un parlamentario europeo, no puedes relegar la noticia en la sección de crónica o los recuadros de sociedad, porque perderías los miles de ejemplares que te hace ganar el battage sobre el sabroso acontecimiento.

Por tanto, sólo queda una decisión que tomar, aunque no sea más que sobre la base de la simple hipótesis de que resulte buena y realizable: visto que, mientras que el juego no deje de estar en manos de Berlusconi, la oposición debe seguir sus reglas, la oposición debe tomar la iniciativa adoptando, aunque en positivo, las mismas reglas berlusconianas.

Esto no conlleva que la oposición deba dejar de demonizar a Berlusconi. Ya se ha visto que si no reacciona ante sus provocaciones, en cierto sentido las avala, y en todo caso no cumple con su propio deber institucional. Pero esta función de reacción crítica ante las provocaciones debería ser asignada a un ala de la formación política, comprometida a tiempo completo. Y debería manifestarse por canales alternativos. Si es cierto, como lo es, que los medios de comunicación todavía libres del control de Berlusconi llegan sólo hasta los ya convencidos y que la mayor parte de la opinión pública está sometida a medios bajo control, no queda más remedio que saltarse los medios de comunicación. A su manera, los girotondi o cortejos espontáneos de ciudadanos han sido un elemento de esta nueva estrategia, pero si uno o dos de ellos hacen ruido, miles provocarían una costumbre. Si tengo que decir que el telediario ha ocultado una noticia no puedo decirlo a través del telediario. Debo volver a tácticas de reparto de octavillas, distribución de vídeos, teatro callejero, tamtan en Internet, comunicaciones en pantallas móviles colocadas en distintos lugares de la ciudad, y a cuantas otras invenciones pueda sugerir la nueva fantasía virtual. Visto que no puede hablarse al electorado desinformado a través de los medios de comunicación tradicionales, habrá que inventar otros nuevos.

Al mismo tiempo, y en un nivel de acción más tradicional, el de los partidos, las entrevistas y la participación en programas televisivos (pero sorprendiendo al adversario con manifestaciones inesperadas), la oposición debe hacer arrancar sus propias provocaciones.

¿Qué entiendo por provocación de la oposición? La capacidad de concebir planes de gobierno acerca de problemas hacia los que la opinión pública se muestre sensible y de lanzar ideas sobre una futura ordenación del país, de tal calibre que obliguen a los medios de comunicación a ocuparse de ello al menos con el mismo relieve que se concede a las provocaciones de Berlusconi.

Ejemplo de laboratorio

Por poner un ejemplo de laboratorio, la difusión de un plan que prevea, digamos, una ley que la izquierda en el Gobierno haría aprobar de inmediato y que prohibiera a un solo sujeto poseer más de una emisora de televisión (o un periódico o una estación de radio) estallaría como una bomba. Berlusconi se vería obligado a reaccionar, esta vez a la defensiva y no al ataque, y al hacerlo daría voz a sus adversarios. Sería él quien declarara la existencia de un conflicto (o de una convergencia) de intereses, y no podría atribuir el mito a la voluntad perversa de sus adversarios. Y tampoco podría acusar de comunismo a una ley antimonopolio que tiende a ensanchar el acceso a la propiedad privada de los medios de comunicación.

En resumidas cuentas, se trataría de lanzar, de forma continuada y en positivo, propuestas que permitan entrever a la opinión pública otra manera de gobernar y que pongan a la actual mayoría política contra las cuerdas, en el sentido de que se viera forzada a decir si está de acuerdo o no -y en tal caso estaría obligada a discutir y a defender sus propios proyectos y a justificar sus propios incumplimientos- sin poder enrocarse en la acusación genérica a una oposición pendenciera. Sólo que, para elaborar estrategias de esa clase, la oposición debería estar unida, porque no se elaboran proyectos aceptables y dotados de capacidad de fascinación si se emplean doce horas al día en luchas intestinas. Y aquí entramos en otro universo, donde el obstáculo infranqueable parece ser esa tradición ya más que secular por la que las izquierdas de todo el mundo se han ejercitado siempre en la destrucción de sus propias herejías internas, anteponiendo las exigencias de esta lucha entre hermanos a la batalla frontal contra el adversario.

Y, sin embargo, sólo superando este escollo puede pensarse en un sujeto político capaz de atraer la atención de los medios de comunicación con proyectos con capacidad de provocación, y de derrotar a Berlusconi utilizando, por lo menos en parte, sus mismas armas.

El primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, hace uso de la palabra ante un tribunal de Milán el pasado 12 de junio.
El primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, hace uso de la palabra ante un tribunal de Milán el pasado 12 de junio.AFP

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