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Columna
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La cena

No se percató el cronista de si la brisa era ecuestre, aunque había mucha guardia civil, pero a las nueve de la noche lo llevaron a la mesa presidencial, junto al médico Jorge Torregrosa, como un San Gabriel desplumado, ay, Federico. Y no fue el destino, sino la organización quien colocó al cronista en el punto privilegiado desde el cual y no más levantar la vista del esgarraet con mojama, se le aparecía el perfil de Zaplana, viva moneda que se volverá a repetir, y qué pesadilla. Era el viernes por la noche y en el casino de La Vila, 640 comensales, no cabía ni uno más, se rendían ante la bondad de Jorge Torregrosa, 80 años como 80 surtidores de sabiduría y generosidad, escoltados por José Miguel Llorca, alcalde de La Vila Joiosa, y el ministro de Trabajo, con el cutis amasado de rayos uva y jazmín. Antes de la cena, el cronista se hizo, en tres días, el largo corredor de esta casa que es país de abajo arriba fachada al mediterráneo, de arriba abajo, fachada a la huerta, a las sierras y al ingenio. Más que observar, el cronista intervino: en la Universidad Jaume I de Castellón, clausurando unas jornadas sobre la cuestión del Sáhara Occidental y los alumnos de un máster para la Paz y el Desarrollo de la UJI y Bancaixa, y que habían inaugurado el rector Francisco Toledo, Vicente Aparici, vicepresidente de la Diputación, Vicente Martínez Guzmán, director de la Cátedra UNESCO, y Javier Peris, presidente de la Asociación Smara, y enlucido las aportaciones de los juristas Juan Soroeta Liceras, Vicenta Navarro Y Sidi Omar. Pero antes de la clausura, el cronista moderó una mesa en la que participaron los diputados autonómicos Ramón Cardona, de EU-L'Entesa; Eduardo Ovejero, del PP; Antoni Lozano, del PSPV; y el regidor de Castellón, Enric Nomdedéu, del BNV. Y qué lección de precisiones, de cortesía parlamentaria, de respeto y civismo, que han culminado en un primer paso para la comisión de solidaridad con el pueblo saharaui, tal y como acordaron públicamente. Si las cortes funcionaran así, otro Julio cantaría.

Un día más tarde, en Alicante, el cronista participó en la presentación del catálogo 20-J: Crónica gráfica d'una lluita social, en la sede de CC OO. 17 fotógrafos de Valencia y Alicante, y varios poetas integrando imágenes y palabras, que dejaron constancia de lo que el Gobierno pretendió meter bajo las faldas del decretazo, en un principio, hasta que se le vieron las orejas y no pudo más, y de lo que la primera de TVE ignoró, para ahora purgar su falacia informativa, aunque con las mezquindades del mal perdedor. Y finalmente, la cena, en La Vila: el reconocimiento de todo un pueblo, al doctor Jorge Torregrosa Ruiz, al que el Ayuntamiento otorgó el nombramiento de hijo predilecto, y para quien un Eduardo Zaplana, paciente y amigo del entrañable médico, y algo más desinflado que de costumbre quizá por la atenta vigilancia de que era objeto, prometió solicitar en el próximo Consejo de Ministros, la medalla de oro del mérito al trabajo. De Jorge Torregrosa se pueden decir muchas cosas. Y se dijeron casi todas. El cronista recuerda, cuando a ambos, y a otros más, los interrogó la brigada políticosocial y fueron puestos a disposición del juzgado, por reunión ilegal, poco antes de morir el dictador. Pero fuese éste y no hubo nada.

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