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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Pólvora mojada

Una de las mejores fábulas de Augusto Monterroso es la del mono que quería ser escritor satírico. Para documentarse, el mono empezó a frecuentar cócteles y reuniones y, a medida que iba conociendo a los animales a los que quería satirizar, iba también cobrándoles afecto. Tras hacer amistad con todos los animales cuyos defectos pretendía denunciar, el mono acabó comprendiendo que estaba inhabilitado para la sátira y renunciando a su propósito inicial: nunca, por tanto, llegó a convertirse en escritor satírico. Durante la lectura de Corre, Alicia, corre, primera novela de la neoyorquina Lisa Dierbeck, me acordaba de la fábula de Monterroso, cuya moraleja puede muy bien aplicársele.

CORRE, ALICIA, CORRE

Lisa Dierbeck

Traducción de Alberto

Borrás Malo

Emecé. Barcelona, 2003

284 páginas. 18 euros

Empecemos por el principio. Alicia, la protagonista, es una desarrollada niña de 11 años a la que nadie echa menos de 16. Como su padre (un pintor vanguardista que en algún momento gozó de prestigio) vive recluido en un sanatorio, Alicia comparte casa con su hermanastra Esme. Ésta es una adolescente más bien atolondrada que, deseosa de librarse de ella, inscribe a Alicia en unos cursos de verano en una peculiar colonia que en sus tiempos de esplendor acogió a políticos radicales, artistas transgresores y beatniks aficionados a experimentar con toda clase de drogas. La novela de Lisa Dierbeck se nos presenta como una sátira de la cultura pop que no renuncia a emplear herramientas heredadas de ésta (ahí están, por ejemplo, las comparaciones que aluden a la muñeca Barbie, a Superman, a Mr. Potato), y a lo largo de los primeros capítulos el lector disfruta con una media sonrisa de la envenenada recreación de un mundo hecho de viajes lisérgicos, teorías de la liberación sexual y discos de Pink Floyd.

Los problemas comienzan cuando Alicia asiste a sus primeras clases sobre arte de vanguardia. La indulgencia final del mono de Monterroso se instala entonces en el punto de vista del narrador, y su munición, tan eficaz hasta ese momento, se revela súbitamente inútil: simple pólvora mojada. Corre, Alicia, corre es una novela que promete una cosa y acaba dando otra, y el lector no tarda en echar de menos el corrosivo vitriolo de los primeros capítulos. ¿Qué es lo que la autora nos ofrece a partir del instante en que la sátira se desvanece? El relato pretendidamente escandaloso, pero en todo caso desbravado y sin gracia, de la iniciación de la pequeña Alicia en el sexo y las drogas de la mano de un traficante llamado J. D., una iniciación que es a la vez un descenso a los infiernos del que la chica regresará convertida en una persona diferente, aunque no necesariamente mejor.

Sería injusto, sin embargo, terminar esta reseña sin aludir a uno de los pilares sobre los que está cimentada la construcción de la historia: los deliberados paralelismos entre la peripecia de esta Alicia y la de la Alicia de Lewis Carroll. Lisa Dierbeck utiliza Alicia en el país de las maravillas como una suerte de plantilla a la que la estructura de su narración se acomoda con naturalidad, y la abundancia de referencias al clásico de Carroll se justifica por sí misma. Si en su momento Alicia en el país de las maravillas fue reinvidicada por los surrealistas como uno de sus antecedentes directos, lo que Lisa Dierbeck propone con su relectura es dejar al descubierto el potencial psicodélico y pop del libro. Eso mismo, no obstante, ya lo hizo Disney con su versión cinematográfica.

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