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Verbo Sur | CRÓNICA INTERNACIONAL
Columna
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Ideológica y distante

DURANTE DEMASIADO tiempo Juana Bignozzi (Buenos Aires, 1937) fue nadie en la poesía argentina. Cuando publicó su cuarto libro de poemas (Regreso a la patria, 1989) habían pasado más de veinte años de la publicación del anterior (Mujer de cierto orden, 1967), y ni siquiera ese silencio, cargado simultáneamente de modestia y altanería, cortado, por otra parte, con unos versos también serenos y provocadores ("Como no aspiro a las formas definitivas del amor / perfecciono las que me han sido dadas / como no aspiro al delirio / me basta con alguna borrachera de vino común / como no espero el cuerpo único / conozco las formas del amor"), logró moverla del incómodo lugar de la tercera en discordia al que involuntariamente la habían condenado, en la historia de la poesía argentina, Juan Gelman y Alejandra Pizarnik, sus dos célebres contemporáneos, y compañeros de generación. ¿Cabían tres en una tan rendidora y carismática generación de dos? No durante mucho tiempo, y así pareció entenderlo Bignozzi, quien maceró callada e invisible una obra que pudo empezar a verse a medida que decantaba la de sus contemporáneos e iba distinguiéndose cuánto de sus renombres se debía a sus poemas, y cuánto a sus publicitadas biografías y figuras de autor.

En 1994, la publicación de Interior con poeta, en Libros de Tierra Firme, la editorial de poesía de José Luis Mangieri, uno de los indiscutidos héroes culturales de la Argentina contemporánea, movió la estantería entera: ¿quién era esa mujer que en el auge de la globalización escribía "patria"? ¿Quién la que frente al final de la historia, la política y las ideologías escribía "partido", "izquierda", "victoria final"? ¿Quién la que a contrapelo del feminismo escolar decía, desafiante: "la poesía femenina que se escribe en la Argentina ha rescatado un universo derrotado por mis abuelas"? Quién, en fin, ese extemporáneo sujeto político ("educada para ser / la magnífica militante de base de un partido") que decidía ser, también, un enorme sujeto amoroso: "otra vez la cruda tarea a mi cargo / de no aceptar los acuerdos / no aceptar este destino de joya de tu soledad / otra vez la cruda tarea de decir / tu final no va a ser mi final / ser el mundo entero en una vida es demasiado trabajo / para una mujer un poco mayor con citas dispersas en varias ciudades / que ya aprendió a no confundir / el dolor con la vida y la pasión con la propiedad". Ahora sí, los jóvenes comienzan a hacer circular la "buena nueva". En 2000, el poeta D. G. Helder desafía la ley de gravedad e incorpora la obra de Bignozzi al catálogo de Adriana Hidalgo, que publica una suerte de obra completa, bajo el título La ley tu ley (Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2000). Y al año siguiente, la editorial Siesta, cuyo catálogo contaba únicamente con obras de buena parte de lo más destacado de la nueva generación de poetas argentinos, de 35 para abajo, publica el nuevo libro de "la vieja" Bignozzi. Quien hubiera sido pintada (Siesta, Buenos Aires, 2001) es un extraño libro sobre cuadros europeos, que pone por un rato entre paréntesis la poesía guerrera de Bignozzi y deja ver, como dice ella misma, "unos poemas de belleza, de paz y de felicidad, que son cosas en mi vida muy importantes también". Ambos libros colocan su obra como punta de lanza de una nueva poesía argentina, y en el centro de una tradición que descree de todo: del realismo de profundidad, al que combatían los neobarrocos, de las superficies brillosas en las que devino al poco tiempo el mismo neobarroco, de la proclama política llana de los supérstites del sesentismo, y hasta del indolente parnasianismo de los posobjetivistas. Realista y brillante, ideológica y distante, Bignozzi toma todo del pasado, cambia la marcha y lo deja atrás para ser joven otra vez, pero no juvenilista: "Quiero mirar con los ojos de mi edad", dice en una entrevista. Y lee, una noche de octubre de este año, en el Centro Cultural Ricardo Rojas, en Buenos Aires: "Ahora que soy nada más que obviedad / una anciana que parece no haber conocido / estructura teórica / ahora que he logrado convencer al mundo / de que mi vida no supo / del vacío ni del golpe despiadado / y he construido una historia limpia de intensidad / vuelvo a sonreír ante los ingenuos / como lo hacía aquella muchacha que ya no conozco / segura de la noche y de su poesía".

Hace treinta años, en 1973, Bignozzi se fue de Argentina: "Nos fuimos por un tiempo, dejamos la casa cerrada, los repasadores limpios, que recuperamos quince años después porque...

no queríamos vivir en un país montonero, y pensamos que en dos años, esa rabia, esa furia montonera iba a pasar. Después vino el primer golpe de Estado, el de Rodrigo, en 1975, y después el de los militares, en el 76, y entonces ya no pudimos volver". Desde entonces, Bignozzi vive en alguna parte de la ciudad de Barcelona. Como Wallace Stevens, o como Kavafis, sin que sus vecinos ni sus compañeros de trabajo sepan que en la cabeza y en el corazón de esa mujer se gestan versos que integran la primera línea de la poesía argentina contemporánea.

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