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Columna
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Normalidad

Creo que ésa es la palabra, y que denota lo mucho que la AVL ha tenido que ver en el apaciguamiento de un conflicto cuya víctima fue la lengua propia de los valencianos, pues el relevo de las vacantes dejadas en la AVL como consecuencia de la defunción de Alfredo Ayza (un ejemplo de moderación en el conflicto y fidelidad a la lengua), y los abandonos de Casp (entró muy a regañadientes y se fue sin levantar nuevas banderas de fronda) y Barceló (la exigente arabista parece no haberse explicado bien sobre los motivos por los que abandona, dando lugar a especulaciones, algunas graves y otras banales) no ha levantado ni suspicacias ni turbulencias, salvo la que a continuación detallo.

Con todo, de los tres designados, dos de ellos (Casanova y Calpe) entienden sin reservas que la AVL ha sido un hito necesario para cerrarle el paso a la gangrena de la división; sólo uno (Casanova), que se trata de una institución pública con competencia para convertir en norma los frutos del consenso científico -que, en su ausencia, fue aprovechado por el ámbito de la política para reforzar posiciones partidistas y particularistas-, y que su existencia es una garantía para el definitivo asentamiento de una koiné de esa lengua y una referencia de autoridad inexcusable para los valencianoparlantes y el resto de nuestra comunidad lingüística; mientras que el tercero (Pérez Saldanya), juzga innecesaria la AVL.

La AVL, lejos de ser un baluarte a ocupar estratégicamente con miras puestas en otras legitimidades, es una institución surgida de la voluntad política de los valencianos y concretada con la aprobación parlamentaria de una ley, y no un frente más donde continuar una batalla que en su momento la inmensa mayoría de los usuarios leales del valenciano entendimos que conducía a la definitiva minorización de la lengua propia, precisamente en un momento histórico en que los medios puestos a disposición de la lengua para su reposición como vehículo normal de comunicación (carácter que fue perdiéndose paulatinamente desde el siglo XVI hasta hoy) son los más poderosos que nunca tuvo.

Si ello es así no acierto a entender el sentido de las declaraciones del profesor Pérez Saldanya, que no sólo siempre fue crítico con la necesidad de tal institución sino que todavía hoy la considera innecesaria. Yo soy desde hace casi dos décadas partidario (por modesto inspirador) y partidario (entusiasta) por convicción de la solución pactada para salir del atolladero, aunque lo que recomendé en su momento (1996) y a quien procedía era que lo suyo hubiera sido reformar el Consell Valencià de Cultura y crear una Secció de Llengua con 11 miembros y no una Academia tan extensa.

Por eso no acierto a comprender que quien juzga innecesaria una institución, al mismo tiempo acepte formar parte de ella (¡!); porque acceder a una institución pública mediante la votación de mayoría cualificada del parlamento valenciano y decir una vez elegido que es innecesaria me parece una ligereza y una burla hacia quienes creemos en la AVL, máxime si se tiene en cuenta que la designación del profesor Pérez Saldanya obedece a su condición de miembro del IIFV, instituto al cual pertenecen una parte muy significativa de los miembros de la AVL, y a quienes, desde luego, nunca les oímos decir cosas de ese tenor. Con todo el cariño de un amigo le pido a Pérez Saldanya que corrija su frivolidad, y/o, simplemente, que se vaya a casa.

Con la lengua no se juega.

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Vicent.franch@eresmas.net

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