Amigos
Me preguntaba por qué Jaime Mayor Oreja metió la pata en la campaña para las elecciones catalanas al arremeter, de esa forma tan enrevesada, contra Esquerra Republicana de Catalunya mediante una comparación interesada de "la herencia de ETA", "la herencia de Pujol" y el plan Ibarretxe. Josep Piqué, el candidato del PP y principal perjudicado, no se lo preguntó: se limitó a aplicarse a reparar los daños, negando cualquier paralelismo entre la situación de Euskadi y de Cataluña, en una estrategia electoral que huye como de la peste de lo ideológico (o dicho de otra manera, que huye del aznarismo como del mismísimo diablo). No llegué a preguntarme, sin embargo, por qué José Bono metió también la pata en esa misma campaña con la estupidez de que a Jordi Pujol "no le rige la cabeza del todo". De Bono puede esperarse eso y mucho más, pero el equipo de Pasqual Maragall tuvo que dedicar algún esfuerzo a desautorizar tan "desafortunado incidente". Ocurre, simplemente, que a veces hay que cuidarse más de los amigos que de los enemigos, más de los compañeros o correligionarios que de los adversarios. Sobre todo cuando está abierta la veda de las pugnas internas y hay oportunidad de jugar con ventaja en tableros ajenos. El fenómeno llama la atención, sin duda, entre los populares, desencadenados tras la sucesión de aquel señor del bigote por Mariano Rajoy, con episodios tan espectaculares como el rifirrafe entre Alberto Ruiz Gallardón y Rodrigo Rato por la subida de impuestos en Madrid. Y eso que nosotros, quiero decir los valencianos, empezamos a estar curados de espanto gracias a que Zaplana y Camps nos han entrenado estos últimos meses en los sobresaltos que nos depara la pugna fratricida en el porvenir. Todo eso hace que el panorama político se abra a escenarios tal vez impensables. De aquí a marzo, para las elecciones generales, los escarceos serán abundantes. Y los daños colaterales. Sin ir más lejos, ese asalto político a Bancaixa, de dudosa legalidad, escasa estética y nula ética, que el mundo económico, social y empresarial parece mirarse atónito sin dar señales de vida. De vida inteligente, ¡vaya! Si es que queda vida inteligente en un sector tan trasteado por el poder.
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