Estados Unidos mete ruido
Pequeños empresarios y sindicatos presionan para que China abra más sus mercados
El presidente George W. Bush tiene un objetivo prioritario: ganar las elecciones del 2 de noviembre de 2004. Aunque el peso de las cuestiones internacionales va a ser superior al de anteriores campañas, la economía es el factor determinante de una elección, sobre todo de una reelección. Si la economía va relativamente bien pero el electorado no tiene esa percepción, la Casa Blanca se pone nerviosa. Bush, además de transformar un superávit presupuestario de 236.000 millones de dólares en un déficit de 374.000 millones (gracias, en parte, a tres oleadas de sucesaivos recortes fiscales), ha perdido más de dos millones y medio de empleos. Por tanto, necesita hacer ver que está de lleno en la pelea de la creación de puestos de trabajo.
Aunque las exportaciones a China han aumentado un 22% hasta junio, los sindicatos piden explicaciones y medidas por la falta de empleo
El Gobierno tendrá que resolver a finales de este mes la presión para imponer sanciones de advertencia sobre textiles
El superávit comercial de Pekín alcanza los 125.000 millones de dólares, lo que representa el 22% del déficit de la balanza estadounidense
Si la situación económica mejora y el crecimiento se mantiene (aunque no sea en el exuberante 7,2% del tercer trimestre), debería haber una recuperación del mercado laboral. Mientras no ocurra eso, hay que trasplantar a alguien la responsabilidad de los empleos desaparecidos, la mayoría en el sector de las manufacturas.
Y aquí entra en juego el factor que distorsiona la relación económica de Estados Unidos y China. El superávit comercial de Pekín está alcanzando los 125.000 millones de dólares, lo que representa el 22% del déficit de la balanza estadounidense. Washington lleva varias semanas enviando un mensaje a China que, en realidad, se dirige a los pequeños empresarios estadounidenses y a las zonas en las que más puestos de trabajo se han perdido.
El mensaje oficial dice que el desequilibrio de la balanza comercial con China es, en buena medida, culpable de la destrucción de puestos de trabajo en EEUU; que Pekín tiene que apreciar su moneda y acelerar la apertura de sus mercados, o afrontar sanciones y tarifas.
"El mercado de EE UU no permanecerá indefinidamente abierto a las exportaciones de China si el mercado chino no se abre de la misma forma a las empresas y a los trabajadores estadounidenses", dijo hace diez días Donald Evans, secretario de Comercio, antes de viajar a Pekín. El pasado miércoles, Evans escribió en The Wall Street Journal: " Hemos sido pacientes, pero nuestra paciencia se agota. Aunque China ha hecho algunos progresos para cumplir con sus obligaciones exigidas por la Organización Mundial de Comercio (OMC), hemos visto una pérdida de impulso. Controlaremos de cerca estos avances en los mercados chinos y no nos conformaremos con nada que sea inferior a unas reglas justas de juego".
Aunque las exportaciones de EE UU a China han aumentado un 22% en el primer semestre del año, los sindicatos buscan explicaciones para la falta de empleos y los empresarios piden medidas. Como dijo el pasado miércoles en Washington ante un grupo de periodistas extranjeros Rick Weddle, presidente del Consejo Internacional de Desarrollo Económico, al presentar los resultados de un sondeo nacional, "la encuesta de los desafíos económicos indica que una aplastante mayoría, el 86%, cree que el Gobierno federal debería hacer más y ser más agresivo para ayudar a ser competitivos en la economía mundial".
Sin lógica económica
Casimir A. Yost, director del Instituto para el Estudio de la Diplomacia de la Universidad de Georgetown y especialista en las relaciones entre China y Estados Unidos, analiza para EL PAÍS esta situación: "Comprendo la lógica política de las acusaciones estadounidenses, pero no la lógica económica. El problema reside básicamente en EE UU, donde los consumidores no ahorran y gastan mucho. Esta situación, y no el valor del yuan, es la que explica en gran medida el actual déficit comercial".
El calendario no ayuda, pero la sangre no llegará al río, según Yost: "En mi opinión, este debate seguirá durante la campaña del próximo año, pero nunca habrá una confrontación directa. La preocupación actual principal de Estados Unidos es el terrorismo y eso limita las posibilidades de enfrentamiento. EE UU seguirá criticando a China en los próximos meses y las autoridades chinas, para acallar las críticas, responderán con algunos contratos para empresas estadounidenses como Boeing. La Administración utiliza este debate desde hace tiempo. La pieza en The Wall Street Journal de hoy [artículo de Donald Evans del pasado miércoles] es un ejemplo claro del uso político de un argumento sin base económica".
A la hora de la verdad, la propia Administración no tiene más remedio que reconocerlo. Greg Mankiw, presidente del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca, lo dijo el pasado 30 de octubre en la Cámara de Representantes: "Al observar de cerca el deterioro reciente en el empleo del sector de las manufacturas, es difícil atribuirle a China la responsabilidad principal". ¿Por qué razón? Porque "los cinco sectores que más han contribuido a la pérdida de puestos de trabajo -ordenadores y equipos electrónicos, maquinaria, equipamiento de industrias del transporte, metalurgia y semiconductores y otros productos electrónicos- exportan masivamente a China y tienen, en cambio, muy escasas importaciones desde allí". Por tanto, hay que concluir, añadió Mankiw, que "la pérdida de empleos en EE UU tiene más que ver con el declive de inversiones nacionales y con la debilidad de exportaciones que con la competencia de las importaciones".
Posteriormente, en un encuentro con periodistas, Mankiw fue aún más explícito y admitió que "no hay ninguna razón para que China no mantenga su crecimiento al tiempo que lo hace EE UU".
El libre comercio es bueno para China y es bueno para EE UU. A largo plazo, cada país dará con lo que tiene más ventajas comparativas, con lo que produce más ventajosamente".
Tampoco el jefe de los economistas de la Casa Blanca veía inconvenientes en que Pekín fije el tipo de cambio: "No hay duda de que fijan el tipo de cambio y de que están, digamos, comprando una gran cantidad de activos de EE UU, bonos del Tesoro y otras cosas. A largo plazo, e incluso a medio y corto plazo, no veo que eso sea un grave problema para la economía norteamericana". La semana pasada, el Departamento del Tesoro rechazó las presiones del Congreso para denunciar oficialmente que China manipula su divisa para mantenerla devaluada.
Sanciones de advertencia
Por lo pronto, el Gobierno tendrá que resolver, a finales de este mes, la presión para imponer sanciones de advertencia a China sobre algunas exportaciones textiles. Un total de 165 congresistas, republicanos y demócratas, le han pedido a la Casa Blanca que actúe.
El panorama es complicado y exige decisiones en Washington y en Pekín, según Casimir A. Yost: "Las dos opciones que actualmente se plantean desde Estados Unidos para afrontar el déficit tienen costes. Tanto si se imponen tarifas a las exportaciones chinas como si se revalúa el yuan, la situación estadounidense requerirá de medidas adicionales si quiere afrontar los verdaderos problemas. Por otra parte", continúa, "si China efectivamente quiere convertirse en un poder global en el sentido amplio del concepto, deberá permitir la fluctuación libre de su moneda. Esto no parece probable ahora, porque a China el sistema actual le funcionó bien durante la crisis asiática del año 1997, pero yo creo que, a largo plazo, esta reflexión tendrá que producirse".
Amenaza de represalias
Si se pide agresividad hay que ser agresivos. James Kelly, encargado de asuntos asiáticos en el Departamento de Estado, dijo recientemente al Comité de Relaciones Exteriores del Senado: "Queremos eliminar cualquier práctica comercial injusta que contribuya a este déficit y estamos trabajando con China para que abra más sus mercados". Kelly esbozó la amenaza de la adopción de represalias (en una de las propuestas en trámite parlamentario se sugiere un incremento de tarifas del 27,5%) al señalar: "Será cada vez más difícil mantener el respaldo a la apertura de mercados hacia China sin que haya una demostración de respaldo allí a favor de abrir sus mercados a los bienes y servicios de Estados Unidos".
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