Nostalgia de polémicas
La Vanguardia ha recordado que hace ahora diez años se nos murió José Luis Guarner, el cronista cinematográfico valorado por sus colegas profesionales incluso por encima del mítico André Bazin, maestro teórico de aquella generación de la que nacieron las nuevas olas de los últimos años cincuenta. José Luis Guarner había nacido en 1937, y desde que allá por los mediados sesenta comenzara a hacer crónicas sobre los estrenos (detestaba la palabra crítico), destacó por su cultura y por su agudo sentido del humor. Guarner, "el violín de la crítica", según Cabrera Infante, tenía la habilidad de despellejar una supuesta obra maestra con aire tan angelical que resultaba casi imposible de rebatir. O de diferenciar con contundencia las películas que merecían un respeto cinematográfico de aquel otro cine comercial destinado a espectadores menos exigentes.
Eran otros tiempos. Hoy en día, en ocasiones, la diferencia entre información y publicidad queda confusa en los titulares. Hoy mismo, por ejemplo, la noticia de este nuevo Matrix. En épocas de Guarner no les importaba tanto a los medios que una película obtuviera pingües ingresos de taquilla: si era mala, lo era y punto. Si no, mucho mejor. Pero ahora, un éxito comercial puede resultar tomado tan en serio como una película realmente buena. Signo de estos tiempos en que el fantasma de la crisis económica, que tanto juego da, ha acabado invadiendo y confundiéndolo todo. Más detalles respecto a Guarner y otros cronistas de sus tiempos: se enzarzaban en enriquecedoras polémicas sobre cuál era el cine que debía apoyarse, si el de entretenimiento, inteligente o no, tal como proponía entonces la revista Film Ideal, o el combativo cine social en el que militaba su enemiga Nuestro Cine.
Aunque bastante mayor en años, en Madrid estaba otro crítico notable, Alfonso Sánchez, quizás el más popular de todos gracias a sus apariciones en televisión y a aquella voz rota por el asma que le provocaba unas carrasperas horrorosas, que solían recibirse en los festivales internacionales con desagrado pusilánime por parte de unos, y con aplausos y risas por parte de los que, gracias a esos efectos sonoros, reconocían su presencia en la sala, con el afecto con que se saluda a un reencontrado amigo: "Has vuelto, español escandaloso. Bienvenido. Ya estamos todos".
Censura franquista
Sánchez fue, al parecer, el único crítico de su generación que no había colaborado con la censura franquista, y ello le dignificaba. Cuando en los setenta comenzó a aparecer en la tele haciéndose un galimatías con los nombres propios o ahogándose con sus toses en medio de un comentario a veces sibilino y siempre irónico, el público se le entregó incondicionalmente. Sus opiniones, amables en apariencia, solían contener sutil vitriolo. Como las de José Luis Guarner. Cada uno en el polo opuesto del otro, verles y oírles era tan enriquecedor como divertido. Guarner así lo decía: "Para lo que valen las críticas es para que alguien te dé un punto de vista razonado que a ti no se te había ocurrido".
Hoy en día el mercantilismo ha ganado la partida, y la polémica ha pasado a la historia. Ni siquiera hay dónde ejercerla. ¿Serviría para algo un debate sobre la prepotencia del espectacular estreno de este nuevo Matrix en 63 países a la vez? ¿Podrían contrarrestar los críticos tanta publicidad? En cualquier caso, aquellas Film Ideal y Nuestro Cine no lo hubieran dejado pasar, y hasta podrían haber llegado a las manos. El peso de la propaganda ha acabado venciendo al impacto de las crónicas cinematográficas, por rigurosas que éstas sean.
Al hilo de esta nostalgia personal surge el recuerdo de César Santos Fontenla, otro maestro, éste con peor suerte, a excepción de su brillante paso por Triunfo e Informaciones. Era entonces un buen polemista; pero en sus últimos tiempos, en ABC, sólo se divertía con el virtuosismo de escribir cada crítica en prácticamente una sola frase. No le faltaba humor. Y en sus antípodas ideológicas, Fernando Vizcaíno Casas con sus comentarios cinematográficos. Y recuerdo también cuando algunos directores -Eloy de la Iglesia y Vicente Aranda, por ejemplo- aprovechaban sus películas para caricaturizar a cronistas concretos.
En fin, nostalgia de aquella influencia de la crítica cuando, según cuentan, los bares de los cines hacían acopio de más o menos patatas fritas dependiendo de lo positivas que hubieran sido las crónicas. De cuando cabía la discusión... Y también nostalgia de los amigos del oficio que se fueron.
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