La misión del esteta
Considero el diseño de parques y jardines una de las Bellas Artes.
Por algo Dios, el decano de los creadores, no montó el paraíso en un estadio de fútbol o en una academia de nuevos valores musicales, sino en el jardín del Edén, que era un jardincillo de lo más mono, con su estanque, sus flores y sus árboles frutales. Había víboras, sí, como también pulularían jilgueros, musarañas y grillos, con toda naturalidad.
En ese modelo me baso para desarrollar mi labor como -autoproclamado- crítico de arte.
No me importa romper el suspense y adelantar el final: el parque de Diagonal Mar obtendrá un aprobado con mención.
Y eso a pesar del primer trago: los grotescos macetones con apliques cerámicos pop art resultan desmesurados, están aquejados de sobrepeso. No levitan, aunque algunos de ellos floten sobre las cabezas de los viandantes. Engarzados en unas estructuras metálicas casi idénticas a las de la avenida de Icària -aquellas que parecen vías de tren destrozadas por un huracán o un terremoto-, su obstinación seudogaudiana se digiere mal, con profusión de Alka-Seltzer.
Pasaron los Juegos Olímpicos y la Diagonal llegó hasta el mar: motivo suficiente para apostar por la creatividad absoluta y quedar como Dios
¿Por qué inspirarse en Gaudí en lugar de pergeñar algo totalmente original? ¿Acaso ésa es la mejor manera de homenajear su legado? ¿Qué diría don Antonio si viviera, eh? ¿Y por qué repetir los raíles retorcidos de la Barcelona olímpica, aunque la obra sea del mismo arquitecto? ¿Es que sobró material?
Pasaron los Juegos Olímpicos y la Diagonal llegó hasta el mar: un motivo más que suficiente para apostar por la creatividad absoluta y quedar como dios. Podrían haber conseguido un sobresaliente, pero no consultan y así les va.
En fin, supero el mamotreto con un suspiro y me adentro en la enorme superficie -14 hectáreas- del parque.
Un lago irregular, caprichoso, con desniveles que provocan cascadas murmurantes, poblado por plantas acuáticas y miles de peces anaranjados y atravesado por un sinuoso puente de madera, reconcilia al crítico con la obra.
"Prohibido liberar animales en el lago", reza un insólito cartel. Varias tortugas bien adaptadas demuestran lo inútil de la instancia. Los perros no lo harían, pero las tortugas sí: ellas te abandonarían sin remordimientos ante un mejor proveedor de lechuga fresca. O sea que a buscarse la vida, coleguitas.
El crítico de arte es un ser volátil y narcisista. Su meta principal es demostrarle al artista que sabe más que él sobre su propio arte y que es más culto, más sensible, más sofisticado, más todo. Los autoproclamados no somos excepción.
Lo que hace un momento era reprobable -la repetición de un elemento arquitectónico u ornamental- ahora, por arbitrio incontestable del crítico, resulta que va a ser bueno. Se trata de las tortillas de cemento ondulado que también se encuentran en el parque de la estación del Norte. ¿Sofá o escultura? No hace falta ser contorsionista para comprobar lo bien que se acomoda el cuerpo al inefable artilugio. Repantigarse sobre los pliegues de la tortilla junto a otros ciudadanos rompe el hielo hasta puntos insospechados. Una legión de nuevos barceloneses podría ser concebida sobre los pétreos armatostes, al abrigo de las sombras del atardecer...
Siguiendo a las libélulas rojas, las estrellas del baile, voy paseando al tuntún y apuntando nombres de árboles: acacia de Constantinopla, alcornoque, árbol del amor o árbol de Judas, ciprés de los pantanos, granado, drago de Canarias. Este último tiene 150 años y está sostenido por una estructura de madera; el conjunto diluye los límites entre el arte y la botánica. En realidad, medita el crítico, resulta placentero dejarse caer justo ahí, donde ambas disciplinas se confunden.
La Montaña Mágica es una colina artificial con grandes toboganes de acero -para delicia de los niños- y una cima con bancos desde la que disfrutar de un panorama particularmente auspicioso. El futuro parece prometedor visto desde aquí.
Ahora bien: no es cuestión de hacer un inventario exhaustivo de las instalaciones. ¡No faltaría más! La misión del esteta es capturar la esencia y para ello, oye, bastan unas pocas pinceladas maestras.
Como broche de oro, una charla de tú a tú con el conservador del parque, Antonio García, funcionario que entró en Parques y Jardines como peón y hoy es el responsable de las 16 personas que están a cargo del mantenimiento y la gestión de Diagonal Mar. Un tipo macanudo -hay tantos argentinos que no hace falta traducir el término- que parece muy encariñado con su trabajo.
Las libélulas rojas, Antonio y el autoproclamado recorremos los floridos senderos y nos detenemos frente a un cartel explicativo en el que el artista diseñador del parque nos cuenta qué pretendió decir con su obra: "Es como un árbol que nace del mar". Será a vuelo de pájaro, porque los usuarios de a pie, o sea, los que no llegan en helicóptero, difícilmente percibirán el intenso lirismo de la alegoría.
"Un árbol que nace del mar". ¿Qué piensa Antonio García del audaz símil? El conservador hace honor a su título y se escapa hábilmente por la tangente, evitando mojarse y concediendo una sonrisa irónica de la que no quedará más constancia que esta crónica.
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