De la patera a la cancha
Botuna llegó hace sólo un año y juega en un club de balonmano
Eleko Botuna nació en un suburbio de Kinshasa, la capital del Congo, hace 27 años. Tiene los dedos largos y rugosos, propios de un jugador de balonmano, surcados por cicatrices blanquecinas que resaltan en su piel oscura. Hace cuatro años, en 1999, decidió marcharse de su país. En septiembre de 2002 una frágil embarcación de madera a la deriva le llevó hasta las costas de la isla canaria de Fuerteventura: "Muy duro, terrible, no quiero recordar ni una sola gota de agua salada", dice ahora con una sonrisa enigmática. Nadie murió en su travesía. Tampoco se topó con la Guardia Civil. Llegó a la costa canaria y pidió asilo. Se lo concedieron y viajó a Madrid "sentado en un avión, como una persona cualquiera".
"El viaje fue muy duro, terrible, ahora no quiero ni recordar una sola gota de agua salada"
Pero no es una persona cualquiera. Eleko juega ahora al balonmano en el club madrileño Sagrada Familia (SA-FA), en la Primera División Estatal, la tercera categoría nacional en importancia. También trabaja, por las noches, en una imprenta de prensa, un empleo que le proporcionó el padre de un compañero de club. Con su sueldo, ha alquilado un piso en el barrio madrileño de Moratalaz. "No tengo que dormir en plena calle, como muchos de mis amigos", dice moviendo la cabeza casi con incredulidad por su buena suerte.
Pero no siempre las cosas le salieron tan bien. En 1999 trabajaba de conductor de un coche y transportaba a los políticos de su país. Un lugar arrasado por las permanentes guerras y en el que acababa de acceder al poder Laurent Kabila. Eleko escuchó muchas cosas en esos viajes con personalidades y se forjó su propia opinión: "Me metí en política y me metí en problemas. En tantos, que tuve que salir de allí porque si no me podía pasar cualquier cosa". Su familia, "de clase media", que trabajaba en un hotel, permanece en el país africano. "Allí en el Congo siempre hay guerra", zanja, resumiendo, Eleko.
El congoleño, que jugaba al balonmano desde los 12 años, se fugó a la vecina Angola. Allí pasó hambre: "No tenía nada y estaba solo". Sin embargo, con paciencia, encontró un equipo que le pagaba un salario anual de 1.500 euros. Al año, viajó con la selección angoleña a Marruecos para disputar un campeonato africano. Junto a varios de sus compañeros del combinado angoleño se perdió por las calles de Rabat, donde confiesa que tuvo "algunos problemas" de supervivencia. Allí contactó con otros inmigrantes congoleños y planearon su salto a Europa.
En Fuerteventura le retuvieron en un centro de refugiados para, más tarde, trasladarle a otro centro idéntico, pero en Madrid. "Me ayudaron mucho y no lo pasé mal", dice ahora con gratitud. En ese establecimiento fue donde le sugirieron que se pusiese en contacto con la Federación Española de Balonmano. Este organismo le remitió a los responsables del club SA-FA.
Eleko, mide 1,91 metros, juega de lateral y, según su entrenador, Iván Enríquez, "mete muchos goles". Ahora, a causa de su trabajo nocturno no puede entrenarse con la primera plantilla del SA-FA, sino que lo tiene que hacer con los chavales de 14 años. "Despierta pasiones, es el más popular y todos se quieren parecer a él", comenta su preparador mientras Eleko recibe el comentario risueño. "Al principio era un poco reservado por toda su historia, pero ahora está muy integrado y tiene sus amigos y sus amigas", comenta Enríquez. "Todo el mundo me trata muy bien y nunca he visto racismo ni me han ofendido por el color de mi piel", comenta el jugador, que asegura que su experiencia le ha "servido de mucho" para adaptarse. Antes de encontrar su actual empleo, en una imprenta, trabajó de pintor en obras.
Eleko, que no sabía hablar español ahora maneja el idioma casi a la perfección. Tanto, que confiesa que sus artistas preferidos son la eurovisiva Beth y el grupo aragonés Amaral. Su otra afición, al margen de la música, es el fútbol. "Soy del Real Madrid", comenta orgulloso.
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