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Reportaje:REPORTAJE

Sarkozy, el 'primer policía' de Francia

Hasta dónde llegará Nicolas Sarkozy, el ministro francés del Interior? El 50% de sus compatriotas le considera un "excelente candidato" de la derecha a la presidencia de la República, según el último sondeo de opinión. Un verdadero plebiscito para él, que suena a desafío hacia el veterano jefe del Estado, Jacques Chirac, situado 10 puntos por debajo en esa misma escala de preferencias. Jean-Pierre Raffarin, el actual primer ministro, sólo cuenta con un 24% de opiniones favorables a su futuro como presidenciable.

El resultado no puede ser más espectacular para el hijo de un inmigrante. El padre de Sarkozy se marchó de Hungría tras la II Guerra Mundial, no para poder comer, sino por exiliarse de un país comunista. Sus hijos nacieron y crecieron en Francia, y, siguiendo el ejemplo paterno, se divorciaron todos. Esto permitió a Nicolas casarse en segundas nupcias con Cécilia, que además se ha convertido en una de sus principales colaboradoras. Hija de una española descendiente del compositor Isaac Albéniz, ella se mantiene en un segundo plano mientras su marido permanece bajo los focos, siempre en el límite del despeñadero.

Los cabeceos de duda que suscita Sarkozy se deben, más que nada, a su juventud. El ministro del Interior cumplirá 49 años en enero próximo
Como alcalde de Neuilly, un pueblo elegante pegado a París, se codeó con la buena sociedad, un sector burgués tan influyente como reducido
La escoba del ministro del Interior llega al extremo de penalizar a las prostitutas por su sola presencia en lugares públicos, como culpables del delito de incitación
El problema de Sarkozy es que ha corrido mucho desde el primer minuto de gestión, pero la carrera es muy larga: no habrá elecciones presidenciales hasta 2007

El mayor precipicio que tiene por delante es el tratamiento del nacionalismo corso. La isla estaba más tranquila durante el tiempo en que sus diputados negociaban la autonomía con el anterior primer ministro, Lionel Jospin. El diálogo se rompió, y a lo largo de este año ha habido atentados todas las semanas, de momento sin muertos. Sarkozy no va a conseguir un voto porque dedique muchos más medios a la pelea con los etarras y su entorno político, que tanto preocupa en España, pero se arriesga a perder apoyos en función de lo que pase en Córcega. Él proporciona a las autoridades españolas lo que le piden, pero el plan Ibarretxe, las detenciones de etarras o los robos de explosivos llegan a la opinión francesa con un eco tan lejano como a la española la situación en la isla del Mediterráneo.

La edad como problema

Los cabeceos de duda que suscita Sarkozy se deben, más que nada, a su juventud. El ministro del Interior cumplirá 49 años en enero próximo: es de la misma generación que José María Aznar y ofrece un tono de dureza similar. Pero frente al estilo rectilíneo y reconcentrado del español, Sarkozy es capaz de sacudir un puñetazo con la mano derecha sin perder cierto juego de muñeca con la izquierda. Discutía sobre inmigración con el líder ultraderechista Jean-Marie Le Pen cuando le propinó este golpe televisado en directo: "¡Usted conoció la línea Maginot, señor Le Pen!". Qué manera de llamarle viejo y de señalar que el ultra está acabado...

Es cierto que la volubilidad es una característica francesa. Y el Sarkozy que simboliza el éxito era un marginado en la segunda mitad de los noventa, incluso por su bando político. En 1995 había cometido el error de apoyar al entonces jefe del Gobierno, Édouard Balladur, en sus aspiraciones como candidato de la derecha a la presidencia de la República frente a Chirac. Éste ganó la partida y dejó al traidor fuera de su equipo. Después de que la derecha perdiera las legislativas de 1997, el joven Sarkozy, lejos de rehabilitarse, sufrió una cruda derrota en los comicios europeos de 1999.

Sobre todo, Sarkozy no encajaba en el ambiente de las cohabitaciones izquierda-derecha de los años noventa. Su círculo se reducía entonces a empresarios y políticos liberales. Como alcalde de Neuilly, un pueblo elegante pegado a París, se codeó con la buena sociedad, un sector burgués tan influyente como reducido a efectos del conjunto de la opinión pública.

Rodillo dialéctico

La gran sorpresa que ha dado es su capacidad para elaborar y ejecutar un discurso político que le permite renovar la derecha democrática y presentarse como valladar frente al ultraderechismo. Al mismo tiempo es el rodillo dialéctico que destroza los discursos de la izquierda y se encarniza contra el armazón de grupos asociativos en que ésta se sustenta, a base de presentar a los jueces progresistas, a los "defensores de los derechos humanos" y a los herederos del "prohibido prohibir" (uno de los lemas de Mayo del 68) como izquierdistas de salón, inútiles o, peor aún, peligrosos para la "seguridad y la tranquilidad que merecen los franceses", como espetó al Sindicato de la Magistratura tras las críticas de éste al endurecimiento de las leyes contra la delincuencia.

El paradigma es el trato dado a la inmigración. Al miedo generalizado al extranjero, atizado por los ultras, Sarkozy ha respondido convirtiéndose en el autor, director y protagonista de una política estricta de control del territorio, que pretende cerrar las fronteras de Francia a la inmigración clandestina y al asilo político, cuando es utilizado como pretexto de la inmigración económica.

Teóricamente, la puerta permanece abierta para la inmigración legal, por más que el Gobierno francés no haya definido una política en ese terreno. Sarkozy defiende el discurso de que un país occidental no puede admitir a "todos los pobres del mundo", lo cual le permite negar la regularización de millares de personas sin documentos y endurecer las leyes de admisión de extranjeros. Presiona a los prefectos para incrementar las expulsiones, da órdenes de acabar con los asentamientos de rumanos o búlgaros, y hace ya diez meses que echó el candado al centro de refugiados de Sangatte, junto al canal de la Mancha, por el que habían pasado decenas de millares de afganos, kurdos e iraníes en tránsito hacia el Reino Unido, bajo la mirada benevolente del Gobierno francés de izquierdas.

¿Una política brutal? Para los desgraciados que vagan en busca de un futuro mejor en Europa, Francia había representado un país donde se les trataba con cierta tolerancia. Pero la opinión pública francesa ya no lo aguanta y las críticas iniciales hacia Sarkozy apenas encuentran eco. Hace tiempo que no hay manifestaciones de los que le acusaban de "declarar la guerra a los pobres".

Esto es lo que ha construido la peana de Sarkozy, el ex abogado reconvertido en primer policía: se ocupa de limpiar la casa de todos los colectivos e individuos que molestan al francés medio, ya sean atracadores, carteristas, extranjeros violentos, inmigrantes pacíficos pero sin papeles, putas que hacen la calle o mendigos acompañados de perros. La escoba del ministro del Interior llega al extremo de penalizar a las prostitutas por su sola presencia en lugares públicos, como culpables del delito de incitación. Las cárceles están ahora a reventar, pero eso es responsabilidad de otro ministro, Dominique Perben.

En el lugar del hecho

Nadie está seguro de que realmente lo haya conseguido. Eso sí: Sarkozy y sus colaboradores han organizado una política de comunicación orientada a demostrar al hombre de la calle que ahora se encuentra mucho más protegido. Eso incluye constantes desplazamientos del ministro, que se pasa en el exterior casi tanto tiempo como en el despacho. ¿Una patrulla policial ha sido atacada en un barrio sensible? Al poco se presenta Sarkozy, anima a los policías, los condecora y les asegura que habrá un castigo ejemplar. ¿Se ha producido una inundación de cierto calibre? El ministro se mete en el primer helicóptero. ¿Una banda juvenil asalta el supermercado en un suburbio de la capital? Después de las primeras patrullas policiales, el siguiente en llegar es el ministro del Interior en persona.

Hace quince días concentró a sus colegas español, británico, alemán e italiano en la localidad costera de La Baule, donde Sarkozy pasa temporadas de vacaciones. Un estrecho colaborador del ministro español del Interior, Ángel Acebes, se admiraba de "lo bien organizado" que estaba el encuentro de La Baule, frente a la modestia de otro similar realizado tres meses antes en Jerez de la Frontera. Nadie pregunta por el dinero que maneja el ministro francés, pero es fama que en su departamento no hay restricciones presupuestarias, habida cuenta de que el "restablecimiento de la seguridad ciudadana" fue la principal promesa electoral de Chirac para obtener el segundo mandato presidencial, el año pasado.

El 6 de mayo de 2002, al día siguiente de la victoria en las urnas, el presidente llamó a Sarkozy para ofrecerle bien el Ministerio del Interior, bien el de Economía, y en cualquiera de los dos le prometió la consideración de número dos de un Gabinete en el que no existe el rango formal de viceprimer ministro. Sarkozy no ocultó su decepción, porque esperaba el puesto de jefe del Gobierno y se había preparado para ello, incluso diseñando el futuro equipo de ministros. "Si no confías en mí para número uno, ¿por qué confiar como número dos?", cuenta él mismo que le contestó a Chirac.

El presidente le insistió que donde le necesitaba era en Interior. Terminó aceptando, a pesar de que contaba con más experiencia para desempeñar la cartera de Economía y Finanzas, donde habría sucedido al socialista Laurent Fabius. Además de portavoz del Gobierno, Sarkozy había sido ministro del Presupuesto entre 1993 y 1995. Una vez en Interior, Sarkozy se dio cuenta de su potencialidad en el núcleo duro del poder, donde se cruzan la policía, la gendarmería, los servicios de contraespionaje y las redes políticas que se construyen en torno a los procesos electorales. Chirac y su entorno promovieron a la jefatura del Gobierno a Jean-Pierre Raffarin, un político de provincias, procedente del pequeño partido liberal, que aceptó sin rechistar el encargo de quemarse para proteger al presidente, la tarea que está cumpliendo con una lealtad al 100%.

Ha transcurrido algo más de año y medio desde esas designaciones. El tiempo ha demostrado que Chirac necesitaba a un primer policía, tanto o más que a un primer ministro. O al menos, que la política de lucha por la seguridad ciudadana es uno de los activos que puede exhibir el Gobierno frente a una opinión pública que no ve alternativa en la izquierda, a juzgar por los datos coincidentes de todas las encuestas, pero que comienza a dudar del Ejecutivo, ahora que el presidente ya no goza de la popularidad alcanzada en el momento álgido de su enfrentamiento con George W. Bush a cuenta de la guerra en Irak.

Recesión y división

El problema de Nicolas Sarkozy es que ha corrido mucho desde el primer minuto de gestión, pero la carrera es muy larga: no habrá elecciones presidenciales hasta 2007, en condiciones normales. ¿Permanecer hasta entonces en Interior? Una recaída de los problemas de seguridad, nuevos atentados o un fracaso en Córcega no pueden descartarse, aunque él busca ofrecer triunfos tales como "pescar" al independentista Charles Pieri por una estafa o un delito fiscal, como le ocurrió a Al Capone. ¿Sustituir a Raffarin como primer ministro, si la derecha saliera malparada de las elecciones regionales de 2004? Quizá, pero Sarkozy tendría que lidiar con los endiablados problemas económicos y sociales que asfixian al actual jefe del Gobierno, en una época en que el país se encuentra al borde de la recesión y en medio de una Europa dividida.

La tesis de Sarkozy ha sido imponerse desde el principio de la carrera y aguantar en esa posición hasta el final. Cuando corre por los patios de su departamento, por los Campos de Marte o en las calles que rodean el palacio presidencial -tan próximas a su sede del Ministerio del Interior-, es capaz de cansar a sus guardaespaldas. Pero hay que tener mucho fondo para aguantar años y años al ritmo que se ha impuesto en los 17 primeros meses.

Nicolas Sarkozy contempla el cristal de un camión, fracturado en un enfrentamiento de la policía con jóvenes manifestantes en Estrasburgo.
Nicolas Sarkozy contempla el cristal de un camión, fracturado en un enfrentamiento de la policía con jóvenes manifestantes en Estrasburgo.AP

Contemporizar con los problemas

EL MINISTRO DEL INTERIOR podría haber contemporizado con el problema de los musulmanes en Francia, pero también en este tema prefirió agarrar el toro por los cuernos.

Oficialmente, nadie admite en Francia la existencia de un colectivo musulmán: la doctrina republicana es contraria a todo comunitarismo, pero el número de musulmanes se estima entre cuatro y cinco millones de personas. A partir del 11 de septiembre de 2001 se multiplican los signos externos del islamismo radical, como las mezquitas que se suponen vinculadas a corrientes fundamentalistas o la abundancia de velos entre las chicas jóvenes, un fenómeno creciente y perfectamente perceptible.

Sarkozy ha actuado en una doble dirección. Con una mano ha impulsado las investigaciones policiales y de los servicios de contraespionaje, que han producido un goteo de detenciones y de pistas explicadas a medias, todas indicativas de que, efectivamente, hay una cierta quinta columna del islamismo radical en Francia.

Pero no se trata sólo de agitar el palo: con la otra mano, Sarkozy ha organizado una entidad representativa del culto musulmán, tratando de construir una autoridad en una religión sin jerarquía como lo es el islam. Esto le ha exigido mucho tiempo de discusiones personales con dirigentes de las organizaciones islámicas, tratando de inspirar confianza y de construir redes de apoyo, hasta conseguir la instalación de un Consejo del Culto Musulmán.

Acostumbrados a que el Estado se ocupe de casi todo, los franceses se muestran sensibles hacia un responsable político que parece centrado en sus problemas. No aparece como un intelectual honrado pero distante, como lo era el socialista Lionel Jospin, ni como alguien capaz de desafiar a las masas con un verbo cortante, como el conservador Alain Juppé.

Tampoco se asemeja a los políticos tradicionales de su país. Nada de cultivar el misterio al estilo de De Gaulle y Mitterrand, o incluso de Chirac, poderosos en el arte de navegar entre la complejidad y el secreto. Sarkozy va directo al grano: no hay que pedir perdón por ser de derechas, ni asustarse de "llamar granuja a un granuja". Sabedor de que el aparato político de la derecha no le era favorable, el ministro francés del Interior ha preferido aprovechar las oportunidades que le ha brindado esta cartera para dialogar directamente con el pueblo, presentándose ante todos como el protector de la mayoría silenciosa.

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