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COPAS Y BASTOS
Columna
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Bolonia

Bolonia, 26 de octubre. Es domingo y dentro de escasos minutos van a dar las doce, la hora del aperitivo. La plaza Mayor, donde me hallo, frente a la basílica de San Petronio, me permite escoger entre la terraza del café Vittorio Emmanuele y la del bar Giuseppe. No tengo nada en contra de los Saboya, pero me inclino por el segundo: me cae más simpático y encima le da el sol. Pido un negroni (más que decente, que me sirven acompañado de unas olivas y unas tapitas de jamón y queso, de dudosa calidad, pero, bueno, no deja de ser un detalle). Siete euros. Italia es cara, pero no tanto como nuestra Rambla o la plaza Mayor de Madrid, donde hace poco me cobraron 12 euros por un Jameson y un agua. Un robo.

Pocos turistas, pero presentables (Bolonia, a diferencia de Florencia y Venecia, no absorbe ese turismo barato que, por desgracia, también padecemos en Barcelona). Por lo demás, la plaza Mayor de Bolonia en esa fresquita mañana dominical, con el grupo de viejos que discuten en el centro, el teatrito de marionetas en una esquina de la basílica y el acordeonista en la otra -ha interpretado La paloma, mi canción fetiche, la mar de bien y le he echado un buen puñado de monedas-, resulta un lugar entrañable.

Me pregunto de qué deben de hablar, discutir, esos viejos de la plaza. Tal vez de las Brigadas Rojas, que creían definitivamente liquidadas y han vuelto a aparecer como por arte de magia, dispuestas a asesinar de nuevo. O tal vez de esa curiosa sentencia del tribunal civil de Aquila que ha ordenado que retiren el crucifijo de una escuela. Pues, no: los viejos discuten de fútbol, acaloradamente. Lo del crucifijo viene en todos los papeles. 'Il crocifisso non si tocca', titula en primera página Il Resto del Carlino. Al parecer, la sentencia del tribunal viene a dar la razón a un tal Adel Smith, un italiano de padre y abuelo napolitanos, de origen escocés, nacido en Egipto, convertido al islamismo y líder de la Unione dei Musulmani d'Italia, un grupúsculo durillo, talibanesco. Ese personaje se ha quejado de que sus hijos, que son musulmanes como él y que van a una escuela pública, tengan que soportar la presencia de un crucifijo en un Estado laico.

Mi opinión es que el crucifijo no va a tardar en volver a la escuela (en el caso de que efectivamente lo hayan retirado). Es aquello tan nuestro de "con la Iglesia hemos topado, Sancho". Al parecer, el tal Smith ignora que las elecciones italianas de abril de 1948 no las ganó la Democracia Cristiana del señor Alcide de Gasperi. Las elecciones las ganó la Iglesia. El 18 de abril se votó "per Cristo o contro Cristo" (Pio XII dixit). Y sabido es que en Italia el Cristo merece tanto o más respeto -e infunde más miedo- que Palmiro Togliatti y Pietro Nenni juntos. Unos amigos me cuentan que, en aquellos años, en Bolonia y en toda la Emilia-Romagna, los comunistas bautizaban a sus hijos y les hacían hacer la comunión. No me extraña. Por aquellas fechas teníamos en casa a una cocinera, una bellísima persona, la mar de roja que se iba a rezar a la iglesia de la Bonanova para que los comunistas ganaran las elecciones en Italia.

A Bolonia he ido a ver teatro. Moni Ovadia (del que ya hablé en estas páginas hace seis o siete años, a raíz de un espectáculo de cabaret que le vi en Milán) presenta en el teatro Arena del Sole una adaptación de los cuentos que Isaak Bábel recogió en su célebre Caballería Roja. Como es sabido, a los 25 años Bábel se enroló en el Ejército Rojo como corresponsal de guerra y siguió a la caballería cuando ésta expulsó de Ucrania a los polacos. ¿Por qué aquel "viejo y sabio rabino", como lo llamó su amigo Ilya Ehrenburg, se alistó en el ejército? Pues porque Bábel creía en la revolución y no podía moralmente quedarse cruzado de brazos. ¿Y por qué la temible Caballería Roja? Pues porque a Bábel le encantaban los caballos -en París iba a menudo al hipódromo en compañía del señor Triolet, el marido de Elsa, la musa de Louis Aragon-; le encantaba el maridaje del jinete con su caballo, aunque en este caso el jinete fuese un brutal cosaco comejudíos. La experiencia fue extraordinaria -ahí están los cuentos-, pero íntimamente Bábel se sintió defraudado y vencido. Como buen judío, es decir, como judío bueno -"no matarás"-, se resistía a disparar contra el enemigo. Al parecer, su única víctima fue una pobre oca que degolló para luego comérsela. Una "salvajada" que le quitó el sueño durante un buen tiempo.

En el "viejo y sabio rabino" de Bábel (víctima, como tantos otros, de la ira de Stalin: murió en un campo de concentración en 1941), Moni Ovadia ha querido ver un ejemplar purísimo de una posible -¿utópica?- "internacional de hombres buenos", de revolucionarios de carne y de sangre, con todas sus contradicciones, como el propio Bábel, como sus propias criaturas. Para Moni Ovadia, la Historia no ha terminado, todavía quedan otros, muchos mañanas. Su espectáculo, muy hermoso, ligeramente kantoriano, arropado con espectaculares proyecciones, con músicos actores y una espléndida bailarina acróbata, lleno de cantos y canciones, es uno de esos espectáculos que, pienso yo, deberían verse en ese Fòrum de les Cultures del 2004. Son espectáculos como éste los que pueden acabar dándole un sentido y un contenido a ese Fòrum.

Konarmija. L'armata a cavallo, de y con Moni Ovadia, libremente inspirado en Caballería Roja, de Isaak Bábel. Teatro Arena del Sole, Bolonia, hasta el 9 de noviembre. Para ampliar información, puede llamarse al 00 39 051 2910 910.

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