Wegman, cuando el hombre era perro
William Wegman Ray -Man Ray- es un perro. Un inexpresivo sabueso que nació en 1970 en un luminoso estudio de Long Beach. Su dueño, un profesor del California State College cuya única obsesión era triunfar en la revista The New Yorker haciendo tiras cómicas con un estilo que mezclara Dick Tracy, Thurber y Guston, lo cuidaba como a un hijo y, a cambio, lo tenía constantemente enredado entre sus piernas. Cuando se retiraba para trabajar solo, el cánido se ponía a aullar lastimeramente con ese gemido típico de los weimaraners. Entonces, lo tranquilizaba, después de sentarlo sobre un taburete, o lo arropaba en la cama (Reel 7, 1976), situaciones que le servían para sus acciones en vídeo. En otras sesiones fotográficas, él siempre estaba presente incluso si no era la estrella, simplemente porque se colaba. A los dos años, Man Ray se trasladó a Nueva York. Allí se casó y tuvo a sus cadillos: Fay Ray, Crooky, Chundo y la cariñosa y sexy, Batty. "Fay daba un poco de miedo y probablemente tenía misteriosas inclinaciones sexuales, así que no te apetecía liarte con ella. Al contrario de lo que le pasa a Batty. 'Un amigo mío dijo: ahora sé por qué tienes tantas exposiciones: la gente ve a Batty y quiere irse a la cama con ella o algo por el estilo'. Esta perra durmió en el sofá de un amigo mío y enseguida congeniaron", recuerda Wegman.
La especularidad y la imitación son los motores de creación de su trabajo
Obediente y confiado, Man Ray es el blanco perfecto donde el autor proyecta y transfiere una atroz psicología de las emociones y las motivaciones humanas
La familia creció con Chip, hijo de Batty, Robin, hijo de Chip, y Candy. Todos eran perfectos modelos de moda. "Sus elegantes formas escurridizas están cubiertas de gris, y todo el mundo sabe que el gris va con todo". Como Cruella de Vil, Wegman se dedicó en cuerpo y alma a sus animales y a retratar su preciada Materia Prima (Raw Material, 2003). Y así es como Man Ray se convirtió en el animal más fotografiado de la historia, y casi tan famoso como Lassie, Rin Tin-Tin o Milú. Man Ray podía, además, transformarse en otros animales. "Si le pones un largo calcetín gris a la nariz de un perro de caza, empieza a parecerse a un elefante", aseguraba el artista. A punto de jubilarse, en 1982, el Village Voice le nombró Hombre del Año.
Man Ray era muy popular en el Greenwich Village. Sus garrapatas se codeaban con los ácaros de las obras de Richard Artschwager, Robert Morris y Frank Stella. Babeaba con las tapas de los libros de Borges, especialmente aquellos en los que se inventaba personas, ya saben, Borges y yo. También mordisqueaba y devoraba los cuentos infantiles clásicos. Y Wegman asignó a los miembros de sus futuras camadas el rol de sus protagonistas -Batty era la inocente Cenicienta, Fay la malvada madrastra y Chundo el valiente príncipe-.
La "perrografía" de Man, Fay Ray y de toda su descendencia hasta la fecha, escrita por Wegman, está publicada e Hiperión (Cachorros) y sólo desde esta semana y hasta finales de enero se pueden ver las fotos de familia en una exposición en el Centro José Guerrero. El equipo del museo granadino ha tenido el olfato de producir una muestra en la que se combina la rareza de un artista con su popularidad. La retrospectiva de William Wegman (Holyoke, Massachusetts, 1943), que abarca los lenguajes del dibujo, la pintura, el happening, la fotografía y el videoarte, intenta ir más allá del anecdótico canino, y es una reflexión sobre el concepto de la identidad a través de la subversión del género del retrato.
Wegman no ha sido vinculado con ningún movimiento artístico, quizá por esto la retrospectiva del Guerrero destila frescura en unos tiempos de inflación de plutonio y nicotina, y recuerda aquella frase de Saul Steinberg: "He dejado de fumar después de años de dos y tres paquetes. Con este cambio he experimentado una magnífica bonanza: mi nariz ha rejuvenecido. Vuelvo a sentir el placer de la infancia. Cuando el hombre era perro, la nariz era el bien supremo" (¿qué les parecería, señores de Tabacalera, incorporar esta frase en las cajetillas?).
William Wegman es una figura histórica en el videoarte. Sus performances de los setenta registradas en películas, en clave de comedia, se han convertido ya en un clásico. Su álter ego, Man Ray, ha protagonizado la mayoría de sus acciones durante doce años (Dueto canino, 1975, Spelling Lessons, 1973), hechas al único abrigo de la cámara estática de un vídeo casero. Con un talento subversivo, Wegman utiliza de forma ingeniosa soportes mínimos, incluido su propio cuerpo (Euforia y depresión, 1972): "Simplemente me utilizaba a mí mismo porque me tenía a mano y sabía que algo pasaba cuando no había nadie más en la habitación", afirma.
Obediente y confiado, Man Ray es el blanco perfecto donde el autor proyecta y transfiere una atroz psicología de las emociones y las motivaciones humanas. Toda la coreografía de Wegman es una imposición de los rasgos humanos al Otro. La transferencia de la identidad de Wegman a su perro es crucial para que se produzca la tensión cómica. El autor se plantea en su obra la rápida confusión entre fotografía e identidad (entre todos los nombres de fotógrafo que pudo haber escogido para bautizar a su perro, se decidió por Emmanuel Rudnitzky, el único que se nombró a sí mismo "hombre"). La especularidad y la imitación son los motores de creación de su trabajo.
La carga de humor deriva de la incongruencia sobre lo que uno ve y oye, y el significado que se le otorga a la realidad externa, la brecha irónica entre la conducta que se anticipa y la presente, las expectativas y la actualidad. Es el humor beckettiano. Wegman parodia las prácticas minimalistas y el arte conceptual (en concreto el body art) en algunos trabajos en los que las partes del cuerpo (Canción del estómago, 1970-1972), y los objetos inanimados cobran vida.
La obra de William Wegman ha
gozado de numerosas retrospectivas en los más importantes museos del mundo, como L. A. County Museum, el Stedelijk de Amsterdam y el MOMA de Nueva York, incluidas las Documentas y las Bienales de Venecia. Una de las más importantes se la dedicó el Kunstmuseum de Lucerna, en 1991, que incluía una cuidada selección de sus vídeos (1970-1999), dibujos y fotografías. En el caso del José Guerrero, la selección se presenta desigual. Christine Burgin (esposas y maridos de artistas deberían estar vetados como comisarios en los museos que ellos quieren convertir en galerías de arte) ha escogido un total de 120 piezas, desde los primeros vídeos y dibujos -sin duda la sala más coherente y completa, en la que destacan las fotografías en blanco y negro (Sawhorse, 1973, y Private show, 1978)- hasta las gigantescas polaroids (50 × 80 × 60 centímetros), su obra más comercial, que pasan a sustituir al vídeo. En ellas, Wegman incorpora el color y comienza a hacer uso de recursos fotográficos como el desenfoque selectivo, primeros planos fragmentados y la iluminación volumétrica.
Entre la primera y la última época, el visitante encuentra un batiburrillo de obras, algunas más afortunadas que otras, que incluye la serie de "postales expandidas" (Vehicles of Granada, General Life, Wearing Alhambras), producida en 2002, que no tienen más interés que ser divertimentos pintados que se incorporan al azar a una serie de postales históricas de Granada como una síntesis visual a partir de diferentes focalizaciones; una selección de películas para Barrio Sésamo (desde 1989) y su conocido abecedario de perros (sin la ñ) susceptible de crear calambures que convierten el idioma en un juguete en el que significante y significado están separados. Con todo, y en este día de los santos y difuntos, nos conformamos con disfrutar de la superficialidad de las calabazas y con el verdadero sentido que tiene hoy mostrar al perro cuando todavía no era el homo ludens que se burla de las trivialidades en que se está convirtiendo su obra.
William Wegman. Retrospectiva. Centro José Guerrero. Calle de los Oficios, 8. Granada. Hasta el 25 de enero de 2004. Itinerancia. Artium. Vitoria-Gasteiz (febrero-abril 2004).
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.