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Columna
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España

Debajo de los resultados electorales existe una sociedad, y resulta muy peligroso que los partidos tengan como único objetivo ganar las elecciones, porque a veces las victorias se consiguen a costa de romper la convivencia, de corromper las vigas en las que debe sostenerse una sociedad. Nada es más peligroso que identificar una bandera nacional con un ideario político concreto. El sector que se presenta como único representante de las señas de identidad patrióticas excluye de la nación a todos los ciudadanos que no se identifican con las intenciones de ese ideario político. Con la ayuda inestimable del Partido Nacionalista Vasco, el Partido Popular lleva años manipulando los sentimientos patrióticos para ganarse el voto de los ciudadanos. Mientras el PNV niega la condición de vascos a todos los que no se identifican con el proyecto nacionalista, el PP ha procurado despreciar a la izquierda no sólo por sus programas políticos, sino por ser poco patriótica, antiespañola, insensible a las pasiones que debe levantar la palabra España. El deseo de organizar una convivencia real queda marginado por la intención de ganar un crédito electoral inmediato. El dogmatismo del PP da votos al PNV dentro del País Vasco, a cambio de que el dogmatismo del PNV, complicado con el terrorismo y la muerte, conquiste votos en el resto de España para el PP. Más que solucionar los problemas se tiende a convertirlos en el centro de los movimientos electoralistas. Se trata de un ejercicio de absoluta imprudencia que a largo plazo puede hacer imposible el entendimiento.

Y no me refiero ya a la articulación del País Vasco en el Estado español, que por este camino avanza de forma inevitable hacia la independencia o hacia la barbarie, sino a la vida cotidiana de los españoles. Identificar la bandera de España con el patriotismo del PP nos excluye de la nación a muchos ciudadanos. Con sus juras de bandera, sus declaraciones despectivas, su militarismo, su apuesta por la demagogia y la manipulación política, sus negaciones al diálogo, su recorte de libertades y su deseo de seguir en el Gobierno a cualquier precio, el PP está identificando una vez más la bandera nacional con la intolerancia y el absolutismo. Aznar ha perdido el miedo al efecto de sus declaraciones, suelta los dobermans y las plazas vuelven a llenarse de muchachos fascistas que gritan España, España, España. Para demostrar su patriotismo, el PP convierte al país en un cuartel y llama a los representantes públicos a jurar la bandera como si fuesen soldados de un bando nacionalista. Si la izquierda se niega a participar en el rito, la derecha podrá proclamar sin pelos en la lengua que comunistas y socialistas son antiespañoles y cómplice de los terroristas vascos. Y lo curioso de esta situación es que se llenan los ojos con los colores de la bandera precisamente cuando están traicionando los intereses de España y Europa para ponerse al servicio de la extrema derecha norteamericana. En nombre de España se juega a hacer cada vez más difícil la convivencia en España. Supongo que muchos españoles, partidarios de la libertad, la tolerancia, y poco inclinados a los nacionalismos irracionales, estarán buscando ya otra bandera bajo la que convivir respetuosamente. Recuerdo una que tiene tres colores.

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