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Los conservadores británicos se unen en torno a Michael Howard para evitar una batalla interna

Los 'barones' del partido renuncian a la sucesión del destituido Iain Duncan Smith

El Partido Conservador apostó ayer masivamente por coronar a Michael Howard como nuevo líder para atajar cualquier batalla por la sucesión de Iain Duncan Smith, el dirigente destituido la víspera. Entre la noche del miércoles y ayer, los barones renunciaron uno tras otro al liderazgo, fortaleciendo la posición de Howard. Como protagonista de un asombroso renacimiento tras caer hace años en desgracia, confirmó a media tarde su intención de ser el nuevo líder conservador. Si Howard acaba siendo el único candidato, será declarado líder el próximo jueves al acabar el plazo de candidaturas.

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Si hay más contendientes tendrán que celebrarse primarias de modo que el grupo parlamentario elegirá a dos candidatos que se someterán a la votación de los militantes. El proceso podría entonces extenderse a lo largo de varios meses, una demora que el grupo parlamentario quiere evitar a toda costa.

David Davis y Tim Yeo, que parecían los rivales más probables desde la derecha y la izquierda del partido, renunciaron anteanoche en beneficio del gran favorito. Por su parte, Michael Portillo confirmó también que no va a competir, como Michael Ancram y otros. Hasta 89 de los 165 diputados conservadores le habían otorgado ayer su apoyo a Howard, quien estaba anoche reunido con Kenneth Clarke, uno de los tories más populares y el único capaz de hacerle algo de sombra. Pero la posibilidad de que Clarke decida competir por el liderazgo se consideraba ayer "remotísima" y más parece que la discusión se centró en si un europeísta tan significado como Clarke puede integrarse en el equipo de un dirigente que se dispone a batallar contra la Constitución Europea y contra la integración en el euro.

Pasado impopular

La súbita unidad en torno a Michael Howard revela una cierta resignación política. Es el reconocimiento de que, a 18 meses de las elecciones, los conservadores no pueden perder tiempo y energías y en lugar de abrir un debate de fondo prefieren fiar su suerte a un político brillante en la oratoria parlamentaria, pero con un pasado muy impopular. Un hombre que está muy lejos de representar la renovación ideológica y personal que algunos quisieran ver en el Partido Conservador, pero que ayer se comprometió a "dirigir el partido desde el centro" y que, como ministro del Tesoro en la sombra, ha demostrado pragmatismo y prudencia anteponiendo la inversión para la reforma de los servicios públicos a cualquier promesa de rebaja de impuestos.

Su designación como candidato único evitaría que los militantes acabaran eligiendo "al líder equivocado", como se dice que ocurrió cuando prefirieron a Duncan Smith en perjuicio de Kenneth Clarke, el favorito de los diputados. "Ése ha sido el verdadero problema de Duncan Smith: que de alguna manera fue impuesto por el conjunto de la militancia, desde fuera, y su autoridad nunca ha sido grande dentro del grupo parlamentario", sostiene Patrick Dunleavy, profesor de Ciencias Políticas de la London School of Economics.

Dunleavy no cree que la preeminencia del grupo parlamentario frente a la militancia sea un signo de falta de democracia. "Hay diferentes maneras de lograr que los partidos sean democráticos", puntualiza. "De alguna manera, un líder fuerte es aquel que lleva el estandarte de las convicciones del partido que representa. Mucha gente cree que los partidos ágiles son aquellos que combinan a los políticos profesionales con los que están a tiempo parcial en el partido, como los donantes financieros o los activistas que trabajan en la calle. El problema viene cuando la militancia empieza a dictar su opinión a los representantes en el Parlamento. Eso crea problemas. Se los creó al Partido Laborista en los ochenta, cuando chocaba lo que querían los militantes, potencialmente más a la izquierda, y lo que quería el partido en sí mismo, que intentaba ser más moderado y más pragmático", observa Dunleavy.

Partido irrelevante

El grupo de opinión C-Change, que propugna que los tories se modernicen, sostiene que el problema es que "en los últimos años se han situado en un cul de sac de la cultura política", en palabras de un portavoz que prefiere mantener el anonimato. "Desde los tiempos de Margaret Thatcher [como primera ministra], el partido se ha ido encogiendo, atrayendo cada vez a menos gente, cerrándose en sí mismo, convirtiéndose en algo irrelevante. Y en el año 2001, cuando el partido se ve confrontado a elegir una dirección, eligen aquélla en la que se sienten más a gusto los militantes en lugar de la dirección más en consonancia con los puntos de vista de la opinión pública general. En consecuencia, el Partido Conservador se mueve hacia fuera del centro de gravedad político".

¿Por qué ha ocurrido eso? "El partido", prosigue en su análisis el citado grupo de opinión, "tenía tanto éxito con Thatcher, en particular durante los años ochenta, cuando marcó la agenda política e ideológica en Gran Bretaña con un debate que reverberó en el mundo, que dio a los conservadores una falsa sensación de hegemonía que les hizo creer que no tendrían que llegar a compromisos políticos e ideológicos para mantener el poder. En los años noventa mantuvieron su propia agenda para mantener el poder sin buscar un compromiso con el electorado. Cogieron muy malos hábitos. Y empezó a ser muy difícil que admitieran que para tener el poder tenían que superar sus prejuicios políticos e ideológicos".

Michel Howard, ayer en su domicilio de Londres.
Michel Howard, ayer en su domicilio de Londres.REUTERS

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