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Columna
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¡Jo, la economía!

¡Jo, esto de la economía está chupado! El otro día, mi hermano y yo rompimos la hucha. Cuando empecé a repartir -una moneda para él y dos para mí cada vez- el canijo protestó. Como el enano se exalta cuando no entiende las cosas, tuve que instruirle un poquito en el mundo de la economía. "Ten en cuenta", le dije, "que las caídas de beneficios registradas durante el pasado ejercicio por el efecto de la crisis nos han afectado también a nosotros, y que en línea con esta estimación, estamos en tres epígrafes de rentabilidad constreñida".

El pequeñajo me miró con los ojos como platos, y me preguntó: "¿Y eso es malo?" "Malísimo", respondí, "Nuestros márgenes recurrentes de divisas epiteliales son horribles". Mi hermanito se llevó las manos a la cabeza: "Entonces... ¿estamos arruinados?", volvió a preguntar. Yo suspiré, como le vi hacer al médico de urgencias de la tele cuando le dijo a uno que se iba a morir, y contesté: "No exactamente. Yo no estoy arruinado. Pero tú sí. Me debes tres piruletas, diez canicas, y el alquiler de la bicicleta vieja, así que tal vez debería pedirte el dinero que tienes ahora en el bolsillo en lugar de darte una moneda, y, encima, embargarte los Clics de Playmobil".

Mi hermano se puso rabioso, como siempre que no entiende algo, y me dijo que no le parecía justo, porque en la hucha tenía ahorrado el dinero de su cumple, además de las pagas de tres meses. De nuevo, le tuve que abrir los ojos: "Lo siento, señor, pero la depreciación entomológica de sus royalties y el impacto de la subida del pollo en el área fiscal, así como la contabilidad creativa ponderable entre verduras y frutas en plena profilaxis inflacionista, han dejado sus ahorros virtuales en un estado, digamos, muy, pero que muy en la bancarrota".

Mi hermano se puso a llorar, chillando que yo era un mentiroso, que los pollos no se habían subido a ninguna parte, y que sus ahorros tampoco eran virtuales, ni sus pagas entomológicas, y que no le gustaban las asquerosas verduras, así que no le importaba que estuviesen más caras. ¡Es que no comprende nunca nada!

Al final, tuve que sincerarme con él: "Mira, la crisis también me afecta a mí. Y la hucha era mía. ¡Bastante hago no cobrándote la litera de arriba! No te olvides de que la economía nos incumbe a todos, ¡y con el dinero no se bromea! ¿Sabes a cuánto se han puesto las chuches? ¡Las cifras cantan! Claro, tú no conoces el precio de la vida, y no te imaginas hasta qué punto los hermanos mayores pasamos apuros, haciendo equilibrios a final de mes, como todo hijo de vecino. Pero, si quieres, puedes prestarme esa moneda y te la devolveré este finde, cuando nos den la paga, multiplicada por dos".

El canijo me dio la moneda y pareció convencido, pero por poco tiempo. Sin decir esta boca es mía, se fue al salón y volvió con mamá, que se había tomado un alka-seltzer después de oír su historia. Mamá me miró con una cara tan seria que me asustó. En ese momento, sabiamente, decidí nacionalizar la banca y hacerme comunista.

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