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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ramadán sangriento

El comienzo del mes sagrado musulmán ha coincidido en Bagdad con una oleada de terror sin precedentes que en 24 horas ha ocasionado cerca de cuarenta muertos y cientos de heridos. Las matanzas de ayer, hasta cuatro coches bomba, son las peores desde el derrocamiento de Sadam, el pasado abril, y todavía al anochecer seguían escuchándose explosiones sin que el mando estadounidense fuera capaz de explicarlas convincentemente. El anticipo de esta sucesión de atentados suicidas fue el bombardeo el domingo, con un rudimentario pero eficaz lanzacohetes múltiple, del hotel de Bagdad donde se alojaba el número dos del Pentágono y teórico por excelencia de esta guerra, Paul Wolfowitz.

Los ataques parecen haber dejado de ser selectivos en Irak, al menos en el sentido de tomar como blanco predilecto a las fuerzas extranjeras ocupantes. La naturaleza progresivamente indiscriminada del terror coloca a los bagdadíes ante el insoportable hecho de ser víctimas potenciales de los opacos asesinos de turno. Nunca la sede de una institución humanitaria como la Cruz Roja Internacional había sido objeto de un ataque suicida; y hay que hilar fino para otorgar algún carácter patriótico a la voladura de comisarías y su entorno.

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Donald Rumsfeld, arquitecto principal tanto de la malhadada invasión como del Irak posbélico, se ha preguntado recientemente en un memorándum remitido a los altos jefes militares de su país si EE UU está ganando o perdiendo la batalla global contra el terrorismo. En el caso iraquí, es clara la respuesta que deben asumir tanto el jefe del Pentágono como el propio presidente Bush. La imparable escalada sangrienta en Irak pone irrefutablemente de manifiesto, si todavía fuera necesario a estas alturas, que el Pentágono no es el instrumento adecuado para dirigir la reconstrucción de un país o formular políticas exteriores. Los planes de ocupación del arrogante Rumsfeld, que debería haber sido despedido por Bush hace mucho tiempo, son tan calamitosos en lo puramente castrense (protección de instalaciones, espionaje, prevención) como lo han sido en lo diplomático sus insultos, que han enajenado a Washington una parte de sus aliados.

En el escenario iraquí de hoy, la Conferencia de Donantes de Madrid, pese a sus buenos propósitos, puede resultar un sarcasmo. Recomponer el destrozado país árabe es muy loable, pero mucho antes de comenzar esta tarea titánica, en la que estarán implicados miles de civiles ajenos por completo a los conflictos armados, es imprescindible pacificarlo. Nadie en su juicio compromete recursos masivos para reconstruir algo que se destruye y ensangrenta a diario.

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