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Cataluña y su lugar en el mundo

Pere Vilanova

Campaña o precampaña, da lo mismo, hace ya semanas que empezó la carrera electoral, o la contienda, según se prefiera. Uno no puede menos que tomar distancia e intentar pensar en qué unas elecciones autonómicas se diferencian de otras elecciones, ya sean generales o municipales. Por supuesto, tienen muchas cosas en común desde el punto de vista de cómo se desarrolla la campaña, por ejemplo que los candidatos, a menudo, parecen estar fuertemente condicionados por tres cosas que poco tienen que ver con programas políticos en sentido estricto: qué dicen las encuestas, qué dicen los medios (sobre todo planteado en términos de salir o no salir en ellos) y qué dicen los asesores. Uno no consigue imaginarse a un Churchill, un Adenauer, no digamos ya un De Gaulle, preocupado excesivamente por estas cuestiones. Pero en fin, ésta no es la cuestión.

¿Qué lugar debe ocupar Cataluña en el mundo? La campaña electoral debería dar respuesta a esta cuestión

En estas elecciones hay otro tema curioso. En un mundo que presumimos globalizado, así, tal cual, y en el que todo el mundo da por supuesto que la política, como la economía, no escapa a este fenómeno, las propuestas y promesas electorales nos escamotean un tema esencial: la visión del lugar de Cataluña en el mundo, o la visión que el candidato tiene del mundo, puesto que si gana, de un modo u otro ello influirá en sus decisiones institucionales. Ya sé, la respuesta convencional es que en unas elecciones autonómicas, como sólo son autonómicas, no cabe hablar de este tema puesto que -y aquí la ecuación se vuelve deficiente- eso es competencia del Estado. La política exterior, como proceso institucional formal, su dimensión diplomática, etcétera, es efectivamente una competencia estatal. Pero de ahí a deducir que el impacto del sistema internacional sobre todas las políticas que nos afectan se reduce a la política exterior del Gobierno central, hay un trecho.

La prueba más evidente de ello la encontramos en la cuestión de Europa. En unas autonómicas, Europa suele salir un día u otro, pero sólo para mencionar el tema de las regiones (o tal o cual comité relativo al caso), y en el caso de los partidos nacionalistas, una reivindicación genérica de la Europa de los pueblos. Pero obviando lo esencial, y es que la Unión Europea ha sido, es y seguirá siendo una organización internacional básicamente intergubernamental, que objetivamente (más allá de lo que opine este u otro gobierno de Madrid) será gestionada y controlada por los gobiernos de los estados miembros. Y no habría más que decir, Pues no. No sabemos muy bien, como ciudadanos, qué piensan los candidatos de la crisis institucional de Niza, qué pasará al final con los trabajos de la famosa convención, si conviene ceder en los fondos de compensación, recortar o liquidar la PAC ( la política agrícola comunitaria). No sabemos qué opinión tienen del triste espectáculo de unos gobiernos enzarzados en un mercadeo sobre cuántos comisarios o cuántos directores generales le tocan a cada uno. No sabemos qué piensan del problema que se nos viene encima con una ampliación de 15 a 25, que nos pilla con el paso cambiado. ¿Por qué? Porque en la tortuosa historia de la Europa en construcción, nunca se había producido una ampliación con tantos nuevos miembros a la vez, y sobre todo, con nuevos miembros tan diferentes. Es un tema políticamente delicado o incorrecto, pero no será fácil integrar a gobiernos y sociedades poscomunistas que llegan con unas expectativas tan comprensibles como escasamente realistas. O el debate sobre la mención a las raíces cristianas, como despropósito monumental si se lleva a cabo.

Sobre todo ello, poco o nada se dice. Pero luego, las instituciones autonómicas, Gobierno y Parlamento, ¿no son interlocutoreshabituales (o auténticos lobbies) del Gobierno central? ¿No se pasan el día negociando la implementación (sobre todo económica) de las múltiples decisiones comunitarias que nos afectan directamente? ¿No deberían las instituciones autonómicas (las 17) considerar el establecimiento de redes informales de consultas entre sí, aunque sea a nivel informal, para abordar estas cuestiones? ¿Qué piensan los candidatos al respecto?

Lo que estoy tratando de plantear es que, en este tipo de problemas (el impacto de la política global sobre nuestra vida cotidiana), las campañas electorales van por un lado más bien rutinario y tradicional, y el mundo real, ese impacto del que estamos hablando, va por otro lado. En cambio, cuando va a haber una guerra en Irak, los partidos catalanes, las instituciones catalanas, los líderes catalanes, se suman a la movilización popular o no pueden eludir pronunciarse al respecto (en el caso del PP). Es un ejemplo de lo que pasa cuando la realidad por fin alcanza a partidos e instituciones. No es por nada, pero en este terreno, el de descubrir, afirmar y desarrollar puntos de vista propios sobre el mundo actual y cómo nos afecta, las ciudades (Barcelona desempeñó un papel esencial, cierto, pero han seguido muchas otras) han sido mucho más audaces, han tejido sus redes, se han reunido, han hablado. ¿Por qué? Porque los problemas de nuestro mundo tan complicado, sea cual sea la instancia institucional formalmente competente en la materia, caen en cascada sobre los distintos niveles institucionales de lo que se ha dado en llamar multilevel governance (gobernabilidad multinivel): europeo, estatal, autonómico, municipal.

Por cierto, la irrupción de lo internacional en la agenda electoral gracias a Andorra es un ejemplo de aquello a lo que no hace referencia este artículo.

Pere Vilanova es catedrático de Ciencia Política de la UB.

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