La inmolación de Álvaro Uribe
El presidente colombiano, Álvaro Uribe, ha perdido un referéndum convocado a modo de plebiscito y que tenía como objetivo blindar políticamente su gestión haciéndole casi inatacable, aunque su aprobación también preveía modestos avances en la lucha contra la corrupción y un fuerte control del gasto fiscal. A falta de resultados definitivos, prácticamente la totalidad de las 15 preguntas sometidas a referéndum habrían sido rechazadas al no haber alcanzado la participación del 25% -por encima de los seis millones de votos- exigida para validar la consulta.
En Colombia no se rebasa habitualmente el 50% de participación desde hace décadas en ninguna consulta electoral. A ello hay que sumar que Uribe obtuvo 5.829.950 votos en las presidenciales de mayo de 2002. El presidente colombiano necesitaba arrastrar a las urnas a 450.000 votantes más de los que consiguiera entonces. Por añadidura, el referéndum congelaba por dos años el sueldo de un millón de funcionarios, lo que no era precisamente un aliciente para que los empleados públicos y sus familiares acudieran a las urnas. Y, por último, la ciudadanía no comprendía la necesidad de un referéndum gravemente devaluado a su paso por el Congreso, y que exigía al votante cerca de media hora para leer todas las preguntas, más un curso acelerado de derecho constitucional y de lo contencioso administrativo para comprenderlo cabalmente.
El presidente se había hartado de repetir que la victoria era esencial para la continuidad de su obra, y aunque sólo sea a nivel de imagen, el golpe sufrido es devastador; pero también cabe ver con una perspectiva mucho más sobria el resultado y pensar que la presidencia sigue.
Contrariamente a lo que parecía apuntar la indudable euforia de las clases medias por la gestión de Uribe, en este año largo transcurrido los avances en la lucha contra la guerrilla y, especialmente, en la regeneración social y económica del país han sido sólo modestos. Hoy se vive peor en Colombia que hace dos años y las FARC de Manuel Marulanda siguen siendo capaces de dificultar o impedir el voto en extensas zonas de la nación. No ha habido, pues, el milagro que algunos creían posible. Ayer continuaba la racha electoral para la renovación de más de 1.000 ayuntamientos y gobernadores y diputados de los 32 departamento del país, con la guerrilla tan desesperantemente activa como siempre.
Lo mejor que puede hacer ahora Uribe es tomar el resultado como lo que es: un grave traspiés, pero ni mucho menos el fin del mundo. El presidente demostraría no creer en sí mismo -y eso es lo que nadie puede suponer- si cae en la melancolía o da en excusarse porque los colombianos no le dejan salvar a Colombia. El país le sigue queriendo, y así lo revelan unas encuestas que le son muy favorables, pero tiene opinión propia.
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