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Crítica:JAZZ
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tesis doctoral

Ha compuesto para el Kronos Quartet, ha arreglado música para espectáculos de Broadway y ha acompañado a Daniel Barenboim; se lleva bien con todo el Nueva York creativo y se granjea -disco a disco, concierto a concierto- el respeto de toda la Europa avisada. No hay lugar para el "adivina adivinanza": por bemoles que ese alguien tiene que llamarse Don Byron.

El clarinetista del Bronx trajo a Calle 54 la especialidad del local madrileño, el jazz latino, pero no en su versión raída y roída, sino en su faceta más intrépida. Cuando Byron fija su atención en una variante sonora no es para pasar el rato; sólo le vale escribir su propia tesis doctoral sobre la materia, insuflar oxígeno y arrojar luz sobre aspectos en peligro de sofoco.

Don Byron sextet

Don Byron (clarinete), James Zollar (trompeta), George Colligan (piano), Leo Traversa (bajo), Ben Wittman (batería) y Milton Cardona (congas). Calle 54. Madrid. 25 de octubre.

Así, el Donna Lee con el que abrió su librillo de remedios contra tedios crónicos saltó como un resorte recién torneado, y avanzó con un pulso nuevo que en nada traicionaba el vertiginoso fluir original de la composición de Charlie Parker. Ya en ese primer golpe de puño, Byron confirmó que sus solos no son para todos los gustos; lenguaraz y por momentos estridente, pareció que el tubo de caoba le quedaba estrecho y quería ensancharlo como la trompa de un elefante. Su ataque más bien sucio y su sonoridad no siempre grata recordaron las maneras deliberadamente desmañadas de Pee Wee Russell, aquel entrañable clarinetista asociado al dixieland.

De cualquier forma, a quien no le hicieran gracia las salidas de tono del Byron improvisador, siempre pudo concentrarse en las fogosas aportaciones del trompetista James Zollar o en la envidiable madurez del pianista George Colligan, que no conoce trabas estilísticas ni flaquezas teóricas. Bastó verle aguantar, con acordes llenos de lúcida sensatez, una dislocada intervención de Byron para nominarle a la medalla al mérito armónico. La otra mitad del sexteto, en especial el soberbio bajista Leo Traversa, acertó a levantar un pedestal de esbeltez maciza, desde el que se podía otear tanto lo afrocaribeño en su acepción más añeja como lo urbano en su vertiente más actual.

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