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ELECCIONES EN MADRID
Columna
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Fatalismo

Enrique Gil Calvo

Tal como se esperaba -pese a la manipulación del recuento-, la abstención electoral ha invertido finalmente el resultado de las elecciones madrileñas, forzadas a repetirse por la deserción de Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez. De este modo, el transfuguismo ha sido el vencedor último de estos vicecomicios, que han venido a derogar aquella expresión de la voluntad popular. Y así, aunque sea sin saberlo, los abstencionistas de hoy se han venido a comportar como unos nuevos tamayos, replicando a pequeña escala el pucherazo del 25M. Aquel robo descarado representó un jarro de agua fría que ahogó el incipiente entusiasmo ciudadano, y todo lo que vino después, con el sucio desarrollo de la amañada comisión de investigación, no hizo sino acumular mayor frustración. Así fue como germinó un clima de opinión derrotista saturado de fatalismo, que daba por descontado el éxito final de la operación Tamayo. Y en efecto, ahora todo se ha consumado -como si el pueblo de Madrid hiciera suyas las palabras del Calvario: "Hágase tu voluntad y no la mía"-, quedando aquel pucherazo definitivamente confirmado.

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El electorado madrileño se ha enmendado a sí mismo, cambiando su voto en un sentido opuesto al emitido hace cinco meses: los que entonces ganaron quedan hoy descalificados y los que perdieron aquel día se proclaman hoy vencedores legales. De este modo, los madrileños han acabado por comportarse como un Tamayo colectivo. Y ello a pesar de creer en conciencia -según demuestran las encuestas- que aquí hubo tongo, pues a la izquierda se le robó un partido que había ganado limpiamente, sospechándose además que la compra del resultado ha estado relacionada con la especulación inmobiliaria. Pero a pesar de saberlo, los madrileños no han tenido escrúpulos en elegir a los beneficiarios políticos de tan fraudulento juego sucio. ¿Cómo explicar tan injusta desnaturalización de la voluntad popular?

Para interpretarlo, cabe atribuirlo a la pública constatación de que las candidaturas de la izquierda carecían de autoridad moral para merecer la revalidación de la confianza de sus electores. Su comportamiento ante el estallido de la crisis abierta por Tamayo ha revelado tanta debilidad política que resultaba prácticamente imposible confiar en que serían capaces de enfrentarse a ella, y mucho menos de superarla con éxito. Y esta última profecía fatalista -la de que Simancas y el PSOE no serían capaces de superar la crisis-, avanzada por la mayoría de los electores, es la que ha terminado por cumplirse a sí misma, confirmando las expectativas derrotistas abrigadas por todos.

Si los electores no han podido confiar en Simancas y los suyos ha sido porque, efectivamente, éstos sólo han dado muestras de debilidad. Y ello tanto por la misma agresión sufrida, que forzosamente debilita a quien la sufre, como por su manera de responder a ella. Cuando se es víctima de un atraco político, de poco sirve refugiarse en la dignidad ofendida, lo que puede confundirse con una impotente pataleta. Y en lugar de eso hay que hacer de tripas corazón, tomando iniciativas capaces de volcar las tornas. Iniciativas como la de aprovechar la ocasión para limpiar los establos de la Federación Socialista Madrileña y proponer otra candidatura nueva más fulgurante que ésta, con algún golpe de efecto como aquel de Aznar, cuando tomó por sorpresa a Trinidad Jiménez al sustituir a Álvarez del Manzano por Ruiz-Gallardón.

Pero hay otra explicación más desesperante, pues cabe sospechar que los madrileños han acabado por contagiarse del sincomplejismo de Aznar, aceptando sin escrúpulos ni mala conciencia hacer de Madrid un Marbella manchego -o algo peor, pues aquí no hay división de poderes entre el Ayuntamiento y la Comunidad Autónoma-. Igual que los marbellíes votan a los hombres y mujeres de paja que les presenta Gil y Gil, ¿por qué no habrían de hacer lo mismo los madrileños, a fin de salir del "rincón de la historia" al que les relega -Aznar dixit- el anticuado radicalismo socialista? Por algo la picaresca nació en Madrid, donde ser legal no paga pues sólo los listos medran.

El presidente de una mesa electoral, mientras depositaba ayer un voto en la urna.
El presidente de una mesa electoral, mientras depositaba ayer un voto en la urna.MIGUEL GENER

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