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DON DE GENTES
Columna
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La magdalena de Proust

Elvira Lindo

ÚLTIMAMENTE, CHICA, es que casi no toco el suelo. No me he bajado de un avión cuando me subo a otro. El único sitio por el que paseo es el finger, el tubo ese por el que se entra a los aviones. Una señora dijo el otro día en el avión: "¡Qué bien, ya han puesto el esfínger!". Y eso me pareció de lo más gráfico porque realmente parece que va uno andando por el intestino delgado.

Pero no quiero seguir por ahí, que se me llena el artículo de caca y luego me riñen los lectores. Volvía de Dinamarca cargadita de arenques para mi amiga Bicoca, que está la pobre en casa postrada en el lecho del dolor. No se preocupen, no es cosa de salud, es que los otoños Bicoca se da un repaso: un peeling y una limpieza de colon. Para mí que Bicoca está superenganchada a eso de las limpiezas de colon. A mí me tira los tejos para que vaya con ella y me haga una; siempre me dice: "Deséngañate, la piel no se te va a poner mejor con cremas, hay que atajar los problemas desde la raíz".

Pero a mí me da no sé qué eso de vernos a ambas en sendas camillas tapadas por una sábana y con un tubo que hurga en nuestros interiores y saca de ellos lo peor. Seré muy antigua, pero me da un corte que te cagas, y ya sé que en la actualidad modelos, actrices y hombres de Estado se dejan meter el tubo a la mínima. Pero no quiero abundar en esto, que se me llena el artículo de caca y luego me riñen mis admiradores.

Antes de subir a casa de Bicoca compré unas pastas, porque es lo que tiene Bicoca: mucho tapiz del XVI, mucho jarrón de la dinastía Plin, pero cuando vas a merendar te quedas silbando. Eso sí, como lleves unas pastas, entre ella y su madre se comen hasta el cartón. Bicoca tiene una madre que va en silla de ruedas electrónica y que es acojonante: como no lleves pastas ni aparece, pero como la abuela las huela, mete la primera en la silla y coge una velocidad por el pasillo que te pilla por medio y te desgracia. Entre la madre y la hija acaban con ellas en una volá. Luego, la abuela le da al botón de marcha atrás y no me digas cómo, pero se hace todo el pasillo de culo sin chocarse ni nada. Dice Bicoca que tiene demencia, pero, oyes, yo que (de momento) no tengo demencia no te hago un pasillo marcha atrás ni de coña. Bicoca me dijo que hoy domingo la sacaría a votar, y yo le dije: pero si tiene demencia, Bicoca. Y Bicoca dijo: con demencia o sin demencia, mamá siempre votará a los nuestros. Y es literal, porque esta mañana, en el centro noble de Madrid se veía a muchas Bicocas con sus madres demenciales yendo a votar a los suyos. Qué unión que tiene esa gente. Ya me gustaría a mí que mi familia fuera como una piña, no que tengo un padre que ahora va con un bastón (no por mariconería, sino por salud) y como le digas que no lo tienes nada claro y que ganas no te faltan de abstenerte y de decir anda y que os den, este señor te levanta el bastón para agredirte y obligarte a que votes a su Simancas de su alma.

Ya te digo, le llevé unos arenques a Bicoca. Su madre se quedó mucho rato oliendo la lata porque tiene una pituitaria que atraviesa los metales. También la traje una figura de la Sirenita dentro de una bola de esas de cristal con nieve, pero la abuela ni puto caso. Prefería los arenques. Nada más llegar a Copenhague, yo me fui a ver a la Sirenita. Me dijo una traductora danesa que Martín Garzo hizo lo mismo, decía el escritor que le parecía emocionante que un país tuviera como emblema el personaje de un cuento. Pero me llevé el gran chasco porque a la Sirenita unos desaprensivos le habían puesto una bomba. Ya es la tercera vez que le arrancan la cabeza a la pobre Sirenita y luego siempre aparece su cabeza en un cubo de la basura.

Visto desde fuera, piensas que hay que ser muy hijoputa para hacerle eso a una pobre sirenita, pero, la verdad, cuando llevas tres días en Copenhague y ves que todo es tan organizado, que la gente espera a los semáforos aunque no pase un coche en todo el día, que hay un barrio hippie, Christiania, que da gloria verlo de lo primoroso que está y de los puestecillos de hachís que tienen, que te venden el hachís hasta cocinado en magdalenas para los no fumadores, cuando ves a esos bebés daneses sentados en sus magníficos carricoches que te miran como diciendo: "He tenido la potra de venir al mundo en esta socialdemocracia cojonuda con una renta per cápita insultante que me permitirá gozar de una vida subvencionada hasta que muera", cuando ves que hasta hay una asociación de pedófilos legalizada, cuando ves que las bicicletas están a tu disposición en la calle y que hasta los mendigos parece que están subvencionados para que la gente practique la caridad, cuando llevas tres días en este paraíso, francamente, como lo siento lo digo, acabas destrozado de los nervios. Yo me paso un invierno en Copenhague y le acabo poniendo una petardo a la Sirenita, descarao. Por animar un poco el cotarro.

Sé que soy una persona pública y que no debería hacer apologías, pero mi santo y yo nos fuimos bien prontito a la habitación, nos pusimos un whiskito, nos comimos nuestras dos magdalenas de Christiania, y mira, nos entró una risa que, no te lo vas a creer, pero no hubo manera, oyes.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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