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DOPAJE | El mayor escándalo desde Ben Johnson

Inyecciones, píldoras, parches y gotas bajo la lengua

Carlos Arribas

Los fisioculturistas y el público en general recurre a los esteroides anabolizantes para desarrollar los músculos y perder grasa; los levantadores de pesas para desarrollar al máximo su fuerza; los lanzadores para llegar con el peso, la jabalina, el martillo o el disco más lejos que nadie; los nadadores y los fondistas para poder acumular largas sesiones de entrenamiento con fuertes cargas de trabajo sin que su cuerpo se rompa o se lesione; los jugadores de fútbol para aumentar su agresividad, su fuerza, para incrementar su masa muscular; otros, simplemente para adecuarse a los cánones de la moda.

Aunque los primeros esteroides anabolizantes -los derivados sintéticos de la testosterona, la hormona natural a la que debe el hombre su masculinidad- se desarrollaron en los laboratorios europeos en los años 30 del pasado siglo, y aunque en la literatura sobre el asunto se hable de que algunos atletas alemanes los utilizaron para prepararse para los Juegos de Berlín 36 y de que los soldados alemanes recurrieron a esteroides para aumentar su agresividad en los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial, su abuso en el deporte sólo se generalizó a partir de los años 50. Los primeros en recurrir a sus beneficiosos efectos sobre el rendimiento, y a sufrir sus peligrosos efectos secundarios, fueron los fisioculturistas de California y los levantadores de peso soviéticos. En los años 60 su uso, aún permitido -los primeros códigos antidopaje no se redactaron hasta 1967-, se generalizó tanto que las revistas de la época se referían a los anabolizantes como "el desayuno de los campeones". Sólo a partir de los años 80 pudieron empezar a detectarse en los laboratorios antidopaje. En 1988 se produjo la gran víctima de la historia de los esteroides, Ben Johnson.

Las primeras testosteronas sintéticas sólo podían administrarse mediante inyecciones intramusculares, lo que hacía engorroso, doloroso y peligroso -algunos atletas compartían jeringuillas y proliferaban las infecciones de hepatitis- su uso. Un primer avance llegó con la posibilidad de tomarlas por vía oral, en cápsulas, comprimidos o polvo. Después, ya en los 90, llegó lo que parecía el colmo de la sofisticación, los parches transdérmicos adheridos al escroto que permitían una liberación lenta y continua de los anabolizantes. Este sistema permitió una más eficaz dosificación y una mayor libertad frente a los temidos análisis antidopaje. Pero el último grito ha sido el método de la THG, la testosterona de diseño: con un par de gotas sublinguales, basta. Sus efectos durarán meses, mientras que su presencia en el organismo se reduce a una semana.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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