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Reportaje:

Una sinfónica entre rejas

Una orquesta holandesa para los desfavorecidos actúa en la prisión de Albolote (Granada) ante 200 presos

Javier Arroyo

El esmoquin y la pajarita no son imprescindibles en la música sinfónica, ni para quien la toca, ni para quien la escucha. Ése es uno de los objetivos de la Ricciotti Ensemble, una orquesta sinfónica holandesa que ayer actuó ante 200 presos en la cárcel de Albolote (Granada). Entre sus componentes, 40 chicos y chicas de poco más de 20 años que suben al escenario en vaqueros y camiseta. Entre su repertorio, Albéniz, Granados o Manuel de Falla junto a Chick Corea, Astor Piázzola o el Bésame mucho cantado por una solista de conservatorio.

Pero toda sorpresa queda reducida casi a la nada si se revisan las salas donde actúan y el público al que se dirigen. Ayer actuaron por la mañana en la Prisión de Albolote y por la tarde en los teatros de Armilla y Alfacar. En Armilla el concierto se dirigió a jubilados y minusválidos psíquicos. Dorien de Bruijn, directora comercial de la Ricciotti Ensemble, explica cuál es el objeto de su grupo: "Tocar música por todo el mundo, para todo el mundo y en cualquier sitio".

El concierto de la prisión de Albolote es el mejor ejemplo de la falta de escrúpulos de estos jóvenes. Sus objetivos fundacionales dan una pista certera sobre ellos: nacieron en 1970 bajo el lema de "una orquesta de calle involucrada socialmente". Su objetivo prioritario: "Llevar el arte a la calle", cuentan sus fundadores, "a quienes no van, o no pueden ir, a una sala de conciertos". 33 años después de su primer concierto, el objetivo no ha variado un palmo.

Ayer, los cuarenta chicos, rubios casi todos, se subieron al salón de actos de la cárcel granadina. Frente a ellos, dos centenares de presos y presas aguantaban la espera a ver qué era aquello de la Riccioti Ensemble. No les decepcionó. Claudia, una reclusa nacida en Canadá, salió del concierto muy contenta: "Muy bonito y la solista ha sido muy buena". A su lado, otra compañera asentía. La respuesta de los internos a la orquesta fue muy receptiva. A algunos hubo que llamarles la atención por hablar durante la actuación, pero la mayoría escuchó llevando el ritmo con los pies.

La orquesta puso todo en el empeño. Estos jóvenes no cobran por tocar, sino que pagan por pertenecer al grupo. "Pagan muy poco", asegura Dorien de Bruijn, "pero les viene muy bien para coger experiencia en conciertos y giras". El grupo está formado al 50% por chavales que estudian en conservatorios holandeses o por músicos aficionados de gran calidad. Por lo general, cuenta de Bruijn, un músico está dos años en el grupo, tiempo en el que puede hacer seis o siete giras, más que perfecto para coger experiencia. La Ricciotti Ensemble ofrece aproximadamente 100 conciertos cada año. La orquesta tampoco cobra nada por sus actuaciones, más allá del transporte y la comida.

El concierto en la prisión acabó entre palmas y gritos de "otra, otra", pero era ya hora de volver a la realidad. Primero salieron los reclusos del módulo 9, luego los del 13 y 14 y así sucesivamente. Pero a esa hora, que le quitaran lo bailao: habían disfrutado de la música y, a juzgar por los aplausos y los vivas, sobre todo habían disfrutado de la actuación de la solista, Susana Dé, una holandesa de 28 años que tuvo la osadía de cantarles a los internos el Bésame mucho. Y para cantar eso a los presos (también había presas), hay que tener mucho valor.

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