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Columna
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Lluvia

Desde aquel punto en que, según Rabindranath Tagore, "la sombra persigue a la luz y la lluvia avanza sobre las huellas del estío" hasta ese momento que evocó la poesía de Rafael Alberti en que "los árboles defienden, contra el viento, las penúltimas hojas de sus ramas", el otoño extiende sus dominios. Llega en esta estación la hora de que el tiempo se deshilache en lluvia y ésta inunde, a su vez, el ánimo de la gente con sus flecos de nostalgia, de tristeza... y de miedo. El esplendor de la sociedad urbana, con toda su maraña de sistemas especializados y tecnológicos, no sólo ha trastocado algunos valores en relación con los fenómenos naturales (supervivientes de un asfixiante y ardiente verano inacabable, ¿cómo podemos decir que hace un mal día cuando las nubes precipitan el agua sobre nuestras calles?). También ha situado la predicción meteorológica en el centro de las rutinas cotidianas. La aprensión de los ciudadanos ante la narrativa de los meteorólogos (con el temporal, el frente y la mitificada "gota fría") es comprensible, especialmente en nuestras tierras (al fin y al cabo, hace hoy 21 años que una pavorosa avalancha de agua procedente de la derrotada presa de Tous anegó la comarca de la Ribera). Sin embargo, de los responsables políticos y técnicos cabe esperar más temple: al menos, esa serenidad imprescindible en quien dispone de la información y ha de adoptar las decisiones. El viernes se coló el pánico de las masas en los circuitos del sistema experto y, como consecuencia, se suspendió el transporte escolar, sumiendo las aulas en la confusión, sin que el otoño, al final, nos deparara más que algunas salpicaduras de las nubes y el rugido del mar, siempre fiel a su fiero combate con la costa. La rivalidad entre centros que estudian la atmósfera y sus fenómenos (el instituto meteorológico fue mucho más prudente que el Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo) indujo a la Generalitat a exagerar las medidas cautelares. Más vale pasarse que quedarse corto, desde luego. Pero afinar es una condición básica para evitar agujeros en la confianza y borrones en el perfil de riesgo. Dejemos al otoño la lluvia y su prestigio.

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