Y ahora el año Dalí
Daaalí
Más de un viajero de autobús, pasajero de taxi o transeúnte de Valencia es presa de un estupor sin nombre al verse incluido por la cara en el monto de visitantes de la inexistente Bienal de Valencia
¿Se le ocurrirá a Dalí la humorada de resucitar con el pretexto del año que se le dedica? Bastante tuvimos que soportarlo en vida. Su agonía se pareció a la del general Franco, agónica hasta las heces de su mostacho lacio, incluso en el aquelarre de buitres carroñeros tratando de retrasar lo inevitable para ver qué podían birlarle todavía. A Albert Boadella, un bufón de postín, le hace mucha gracia el personaje, al que dedicó un espectáculo elogioso y poco afortunado, pero es difícil convertir en simpático a un tipo que fue recibido en El Pardo por el asesino de García Lorca, su mejor amigo de juventud. Por lo demás, aquel excelente dibujante reconvertido en pintor de calendario para marquesas menopáusicas amantes de la vitalidad sobrevivió como un payaso trágico, oculto en un castillo de pesadilla, que todavía espera al Valle-Inclán que lo retrate con toda su temblorosa mezquindad en el teatro.
Depresión mortal
Como era previsible para todos salvo para quienes encabezaron la invasión, la situación en Irak no hace más que empeorar día tras día. Bajo Sadam Husein, sin duda un sátrapa sin escrúpulos, no se conocía allí el terrorismo interior contra el régimen, probablemente porque todos los opositores estaban encarcelados o de cuerpo presente en centenares de fosas comunes. Pero lo cierto es que la cruzada antiterrorista ha producido en ese país índices de terrorismo disperso desconocidos hasta ahora. Para disfrazar la inquietud, los jefes militares de la ocupación redactan cartas llenas de entusiasmo que invitan a firmar a la tropa para remitirlas a sus familiares, en una ridícula iniciativa acaso no del todo constitucional. La misma tropa, por cierto, entre la que está creciendo de una manera más que alarmante el número de suicidios. Se ve que aún entre los marines hay gente floja.
El pasado en euros
Abundan los artistas, escritores, intelectuales y políticos que mantienen con su vida o con su obra, cuando no con ambas a la vez, esa curiosa indeterminación del comerciante al fijar el precio en euros. En cantidades pequeñas apenas si se nota, ya que seis euros son mil pelas, y se acabó. Pero cuando anuncian la venta de un piso por 132. 222, 66 euros, entonces está claro que estamos ante una traducción de 22 millones de pelas, sin echar mientes en que la cifra en euros sugiere una cierta fijación a una moneda inexistente. Se sigue pensando en pesetas, por lo mismo que el escritor de novela negra reconvertido en cronista social seguirá sin resolver la debilidad de la trama, el socialista renovador sigue arengando a las masas en clave interna de partido, el cineasta sin talento hará pasar por homenaje a los maestros su habilidad para copiarlos. Un paso adelante y dos atrás. En el fondo, a su manera, muchos son leninistas sin saberlo.
La segunda transición
Muchos años después, ante el pelotón de los acreedores, el gobierno popular de esta crédula comunidad tiene que admitir sin ambages que la mitad más uno de sus proyectos culturales, cuando por no mencionar ahora otros, se encuentran en fase de transición. En esa incómoda postura se encuentra Teatres de la Generalitat, por ejemplo, según ha reconocido su nuevo responsable, Joaquín Hinojosa. En transición hacia la ruina presupuestaria de los contribuyentes se encuentra el complejo sin complejos de Terra Mítica, y hasta en Castellón el nuevo responsable de un espacio artístico se ha visto obligado a admitir que se encuentra con lo puesto. En transición endémica se encuentra el IVAC-La Filmoteca, con proyecciones a veces impropias de una entidad de esa clase, y no menos transitoria es la actual edición de la Mostra de València. Incluso el IVAM, de más prestigio anterior que interior, parece condenado a una transición inevitable.
La cuenta de la vieja
A la inanidad de la segunda bienal de Valencia hay que sumar la estrafalaria desenvoltura con la que sus responsables presentan la cuenta de resultados. A la responsable directa del asunto se le ocurre afirmar que siempre será barato invertir en cultura, como si eso fuera lo que ella hace y como si ese bobo maximalismo excluyera la matización del según y cómo. También nos toman por tontos a la hora de cuantificar los asistentes. De entradas vendidas nada se dice, seguramente por su cuantía insignificante, pero se incluye a cualquier paseante de ciudad entre los asistentes al evento. No se sabe si en ese curioso recuento se suman también las decenas de miles de viajeros de autobús, taxis o vehículos privados que habrán circulado varias veces por las cercanías de los solares bienales. Como diría un escolar de barracón, mucho morro -y muy caro- es lo que tienen.
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