En tu batalla pienso en ti
Conservo cual reliquia la noticia de Juan Arias, publicada en ese diario el pasado 22 de septiembre, sobre el relevo obligado, por jubilación, del obispo Pedro Casaldáliga, el obispo de las bienaventuranzas. Diligente estuvo la Curia de Roma para hacer cumplir el mandato, que Pedro acepto "en silencio". Fiel al compromiso, Casaldáliga se ofrece para trabajar cual sacerdote de base al servicio del nuevo obispo si éste opta por continuar su labor de compromiso con "los más pobres", "de lo contrario, buscaré otro lugar donde poder trabajar con los más olvidados".
Mientras escribo estas líneas, unas imágenes de TVE refrescan los momentos estrella de los 25 años del pontificado de Juan Pablo II y escucho perplejo la solemnidad de sus palabras, no sé si de conversión, pidiendo perdón público por los pecados de la Iglesia en su olvido con los más pobres. También asistimos al calado en la opinión pública, por la presión mediática, del talante progresista del papa Wojtyla en la urdimbre de lo social. Mas, qué paradoja, durante su atlético pontificado han sido crucificados, y permanecen estigmatizados, los que practican la teología de la liberación en la Iglesia viva de América Latina, y uno de sus baluartes es precisamente Pedro Casaldáliga, quien, desde la praxis de las bienaventuranzas, no concibe "la dicotomía entre evangelización y promoción humana".
Frente a la seguridad y prestigio de los palacios episcopales y de las parroquias de los barrios elitistas, Casaldáliga, fiel al Evangelio y a sí mismo, permanecerá como siempre en la humilde casa de campesino sin doblegarse ante los poderosos: "No poseer nada, no llevar nada, no pedir nada, no callar nada y, de paso, no matar nada". Por ser fiel a esto fue perseguido por la dictadura militar (ante sus pies asesinaron a su colaborador, el jesuita Joao Bosco Burniera) y por el Vaticano, que le convocó a Roma para abrirle un proceso. Unos acceden a Jerusalén en un pollino, otros con medios y honores de un jefe de Estado.
Casualmente veo los textos que el 16 de octubre se leyeron en todas las iglesias anunciando el juicio implacable de Dios: "Les enviaré profetas y apóstoles: a algunos los perseguirán y matarán".
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