Niños, ancianos y plutócratas
DURANTE UN TIEMPO, que ha parecido eterno, repetía una y otra vez, viniera o no a cuento, la canción de "los diputados corruptos". Cansados de no oír otra cosa, algunos de sus electores, únicos culpables de haber introducido en la urna la papeleta con los nombres de aquellos dos personajes, bajaron los brazos y se dijeron: "Ahí os quedáis". Entonces, y para que no cundiera el desánimo, no tuvo mejor ocurrencia que entonar de nuevo la canción, con otro estribillo: quien se queda en casa, o deposita un sobre en blanco, lo que hace es votar por los diputados corruptos. Con lo cual, los electores culpables acabaron con el ánimo literalmente por los suelos: si por haber votado aquella lista eran culpables de haber elegido a dos corruptos, y si por no votar ahora la lista de nuevo por él encabezada volvían a ser culpables de lo mismo, no quedaba más que renunciar a comprender nada de lo que les estaba pasando: ingenuos como son los electores, manipulables por el enemigo de clase, llegaron a creer que el mismo señor que les había pedido el voto para dos diputados corruptos no podía acusarles de elegir a los corruptos si habían decidido no volver a votar en la vida una lista con el nombre del mismo señor en primera posición.
Es verdad que para hacer como que algo había cambiado, había excluido a los dos corruptos de la lista, que él, limpio de polvo y paja, seguía encabezando, y había incluido en posiciones de privilegio a dos incorruptos o, más bien, a una incorrupta y a un incorrupto: una procede de los restos todavía flotantes de un naufragio de otros tiempos, de cuando iban mediados los años noventa y la nave se partió en dos; otro es una palpable demostración de que los partidos políticos -¿o hay que decir la clase política, sin distingos?- han convertido la división de poderes en una especie de misterio invertido de la Santísima Trinidad: una misma persona puede revestirse de tres naturalezas diferentes con sólo que pase el tiempo y se vaya haciendo mayor: del Tribunal Constitucional al Gobierno de una comunidad, pasando por el Consejo General del Poder Judicial.
A pesar de los pesares, la nueva lista no suscitaba grandes entusiasmos; a decir verdad, no suscitaba ningún entusiasmo, porque el discurso seguía erre que erre en lo mismo, dándole vueltas a lo de los diputados corruptos. Hasta que, de pronto, como si de un rayo de sol o de una repentina iluminación se tratase, dejó caer el pasado y dirigió la vista al futuro: niños y ancianos, viaje gratuito en metro y autobús. Nada que objetar, si no fuera que la infancia se alarga hoy hasta los 21 años de edad y la ancianidad comienza tan pronto como a los 65, cuando todavía queda un buen trecho de vida por delante. Pero es tan hermoso que nuestros niños y ancianos disfruten de los placeres de la vida, es tan enternecedor que vivan esos años irrepetibles libres de preocupaciones, sólo gozando de las cosas bellas, que no se pudo resistir a prometerles un fantástico regalo de Reyes: ir por la vida sin pagar los servicios que consumen.
Dio en el clavo. Al día siguiente, la losa de los corruptos dejó de pesar sobre el ánimo de los electores; por fin, un motivo para levantar los brazos abatidos, despejar la cabeza de fantasmas, sacudir la pereza y el aburrimiento y aprestarse al paseo dominical a las urnas. En verdad, no se habla de otra cosa: la campaña, que discurría mortecina, ha cobrado vida. Tanta, que entre los adversarios ha cundido el desconcierto y la confusión. Sencillamente, no saben qué responder; balbucean réplicas inconsistentes; reprochan que el regalo no se hubiera prometido antes; dicen que es una muestra de la desesperación del otro. Desesperados andan ellos, que para colmo se han cerrado la salida para emprender con orden la retirada: la gratuidad para niños y ancianos resulta más barata que la abolición, prometida por la señora candidata, del impuesto de sucesión, que, para mayor inri, grava a lo que nuestros abuelos llamaban la plutocracia.
Niños y ancianos contra plutócratas, así se plantea ahora la batalla electoral: gratuidad de transporte versus gratuidad de herencia. ¿Y por qué no las dos cosas en el mismo paquete, añadiendo caramelitos de menta para quienes se decidan a entrar en Madrid por alguna de las radiales? Al fin y al cabo, a base de contabilidades imaginativas, peajes en la sombra, ahorro de alquileres y funcionarios realizando informes a destajo, el déficit podrá continuar eternamente a cero, con nuestros niños, ancianos y plutócratas mejorando sin respiro su calidad de vida y... de muerte.
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