Erudición y españolía
Para leer a Cervantes reúne tres libros anteriormente publicados y dos inéditos artículos de delicatessen. El primero, Aproximación al Quijote (1989), explica el libro de Cervantes a partir de su intención más evidente: parodiar los libros de caballerías. De Riquer repasa todos los episodios del Quijote explicando en cada caso los textos que Cervantes estiliza o las costumbres caballerescas que parodia. Esta introducción al Quijote, aunque elemental, sigue siendo hoy un texto recomendable para el lector no especializado.
Cervantes en Barcelona (1989) y Cervantes, Passamonte y Avellaneda (1988) son en cambio dos ejemplos de alta erudición. El primero rastrea el hipotético paso de Cervantes por Barcelona a partir de los lugares, hechos y personas que aparecen en el Quijote y en la novela ejemplar Las dos doncellas. El segundo demuestra que el personaje del Quijote, Ginés de Passamonte, es la ridiculización de una persona real, Gerónimo de Passamonte, a quien Cervantes conoció. Propone además una hipótesis: el Quijote de Avellaneda fue escrito por Gerónimo de Passamonte, que quiso así vengarse de las burlas cervantinas. Queda fuera algo interesante: ¿qué había cambiado en la institución literaria para que hacia 1614 continuar un libro no se considerara ya un elogio al primer autor, sino una venganza?
PARA LEER A CERVANTES
Martín de Riquer
Acantilado. Barcelona, 2003
574 páginas. 30 euros
CERVANTES CLAVE ESPAÑOLA
Julián Marías
Alianza. Madrid, 2003
303 páginas. 16 euros
El volumen de De Riquer se cierra con dos caprichos: Parapilla, que sugiere las razones por las que al personaje Ginés de Passamonte le saca de quicio que lo llamen Ginesillo de Parapilla, y Las armas en el Quijote, una revisión de la ropa civil y militar con que Cervantes viste a su disparatado personaje.
El libro de Julián Marías, Cervantes clave española (1990), es menos filológico, aunque también puede servir como introducción a la figura y a la obra de Cervantes. Adviértase que se trata de una introducción generacional. La última hornada de escritores españoles ha olvidado leer el Quijote. O ha renunciado a hacerlo. O no lo considera parte de su tradición literaria. El caso es que desde la lectura que de Cervantes hizo la generación del 98 no ha vuelto a haber una apropiación (absorción, diría Julián Marías) generacional de su literatura.
Marías lleva a cabo la suya -ésta- demostrando que la lectura noventayochista de Cervantes (realismo, conflicto entre el proyecto y la realidad, etcétera) no ha sido renovada y que por tanto sigue vigente. Aquí no interesa lo que Cervantes dice, sino lo que hace en sus libros: volcar su rica experiencia vital y su variadísimo mundo histórico, una variedad lingüística e ideológica llamada España. Cervantes no se puede entender sin esa España y esa España no se entiende sin Cervantes.
No estamos ante una lectura novedosa del Quijote. Los ecos de Unamuno, Azorín y sobre todo de Ortega resuenan por todo el libro. Paradójicamente, quizá sea por eso un libro en ocasiones provocador y en cierto modo radical. Provocador, al negar la decadencia del imperio durante el reinado de Felipe III o el desengaño vital y político de Cervantes, que muchos biógrafos cifran en su soneto "¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza!". Radical, al afirmar que ser español es el cauce por el que discurren todas las trayectorias vitales de Cervantes.
Al final este lector se pregunta dónde termina la españolía como preocupación real de Cervantes y dónde empieza a ser interés intelectual de Julián Marías.
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