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Columna
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Parece normal, pero no lo es

Soledad Gallego-Díaz

Criticar la calidad de las televisiones públicas es algo muy frecuente en los países democráticos. Lo que no es frecuente, sino muy extraño, es que una parte importante de los ciudadanos de uno de esos países dé por supuesto que los servicios informativos de los medios de comunicación pública mienten y que lo normal es que, esté quien esté en el gobierno, manipulen la información. Eso sucede casi exclusivamente en España y por más que nos hayamos convencido a nosotros mismos de que es algo normal, no lo es.

Por algún extraño motivo, los españoles parecemos haber renunciado a exigir el respeto de las normas profesionales periodísticas a los responsables de los medios de comunicación pública, con la curiosa teoría de que también se manipula en los medios privados. Pero a nadie se le ocurre en Alemania que porque exista el periódico sensacionalista Bild, las cadenas públicas ADR o ZDF puedan manipular los hechos en beneficio del canciller de turno o de alguno de sus ministros; por no hablar de la BBC británica. Y tengan la seguridad de que los informativos de la televisión pública francesa no se permiten ni la menor broma en este sentido, gobierne Jospin o Chirac.

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Que un tribunal condene al responsable de los servicios informativos de una televisión pública de manipular la información y vulnerar derechos fundamentales de los espectadores es una acusación realmente muy grave que no puede archivarse sin más, esperando que termine por escampar. El espectáculo que ofreció ayer Alfredo Urdaci es inconcebible y no porque leyera deprisa o porque lo hiciera después de despedirse los presentadores habituales. Eso son aspectos técnicos o marrullerías, según se mire, pero sin relevancia profesional.

Lo inconcebible es que un periodista admita en público, obligado por los tribunales, que ha manipulado una información en un medio que es propiedad del Estado (es decir de los ciudadanos) y que inmediamente después no presente su dimisión. Es posible que los periodistas en España tengamos piel de cocodrilo, pero este caso de vulneración de las normas profesionales supera lo disculpable.

El señor Urdaci no sólo pretendió ayer hacernos creer que lo que le ha ocurrido es algo casi habitual, sino que ni tan siquiera optó por mantenerse personalmente en un discreto, y muy justificado, segundo plano. Bien al contrario, el jefe de los informativos de TVE decidió hace unos días desplazarse a Roma para cubrir el aniversario de la elección de Juan Pablo II, en lugar de ceder el protagonismo al buen periodista y corresponsal de TVE en la zona que es Ángel Gómez Fuentes. Urdaci lleva varios telediarios ilustrándonos a todos los espectadores no sólo sobre la vida y obra del Pontífice sino también sobre su propia fe religiosa, que sin duda es muy valiosa y profunda, pero que debería permanecer en el ámbito privado. Incluso en el telediario de las 15 horas de ayer, en el que reconoció su desagradable pecado profesional, nos había ofrecido minutos antes una amplia crónica, muy personal, sobre la biografía del Papa. Debió darse cuenta de que no era el mejor momento.

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