Miedo en la cárcel del Polisario
El movimiento saharaui muestra a la prensa a los presos de guerra marroquíes, pero sólo unos pocos se atreven a quejarse
"No puedo hablar con usted pero debe saber que todo lo que figura en el informe es verdad". El hombre canoso pasa, sin detenerse, al lado del grupo de periodistas y pronuncia, mientras mira al suelo, esta frase.
Militar de las Fuerzas Armadas Reales (FAR), lleva más de dos décadas en manos del Frente Polisario, que le capturó en el Sáhara Occidental. El informe al que alude es el que publicó en septiembre France-Libertés, la organización que preside Danielle Mitterrand, la viuda del presidente francés.
La ONG francesa, muy crítica con la represión a la que somete Rabat a los simpatizantes del Polisario, arremetió el mes pasado contra los trabajos forzosos, los malos tratos y la falta de higiene que padecen los presos de guerra marroquíes, desatando una gran polémica porque acusa también a Argelia.
"Llevo 24 años aquí, no me casaré, no tendré hijos y puede que no reconozca a mi familia"
Tras sucesivas liberaciones, cerca de mil prisioneros marroquíes permanecen aún en cárceles del movimiento independentista. En la de Lasiad, cerca de Rabuni, en el suroeste del desierto argelino, están concentrados unos 280.
En un ejercicio de transparencia, el Polisario aceptó que, el martes, un reducido grupo de periodistas visitasen durante 40 minutos Lasiad. "No tenemos nada que esconder", declaró Brahim Ghali, delegado saharaui en España y organizador de la visita.
Sentados en el patio, bajo un sol de justicia, los prisioneros esperaron a la prensa. Cuando, por fin, pudieron dispersarse casi ninguno quiso hablar por miedo. "No podemos hacerlo porque cuando se vayan pagaremos por ello", dijo uno de los más atrevidos.
Lejos de las cámaras y de las miradas de los guardianes, alguno que otro audaz sí aceptó responder a preguntas. "Sí, se nos obliga a trabajar en la construcción, en infraestructuras, etcétera". Las decenas de gigantescas jaimas (tiendas de campaña beduinas) que acogen a los delegados al congreso del Polisario, que se celebra en Tifariti (Sáhara Occidental), fueron montadas por presos, asegura.
Cooperación española
El hospital financiado, en ese mismo poblado, por la comunidad autónoma de Navarra y la cooperación española también fue construido por los prisioneros de guerra, asegura quejoso uno de ellos. "Sí, pero fueron voluntarios que cobraron por ello dinares argelinos con los que pudieron mejorar sus raciones comprando comida", matiza Brahim Ghali.
En su pequeño dormitorio de unos siete metros cuadrados, que comparte con otros dos reos, el militar marroquí que nos acoge lo niega. "La única ventaja que puede tener trabajar es que, a veces, la gente nos da cosas". "Estas colchonetas en las que dormimos no nos las han entregado en la prisión, sino saharauis para los que trabajábamos".
La súbita entrada de un guardián en la celda obliga al preso a cambiar bruscamente de conversación y ensalza de pronto la frecuencia con la que recibe cartas de su familia en Errachdia.
La falta de higiene y las malas condiciones sanitarias constituyen la otra gran queja. "La alimentación es escasa, el control médico casi nulo desde que fueron liberados los médicos militares marroquíes" que habían caído prisioneros, afirma de tapadillo otro prisionero. "Su rancho es el mismo que el de sus guardianes porque el Polisario es un movimiento con escasos recursos", alega uno de los guías que acompañan a la prensa.
"La mayoría de los reclusos sufren dolencias gastrointestinales" aunque, tras un cuarto de siglo de detención, las patologías psiquiátricas son también frecuentes, señala uno de ellos. A causa de los accidentes de trabajo o de las enfermedades, unos cuantos han fallecido. Otros, muy pocos, han logrado fugarse a través del desierto con la complicidad de saharauis.
No sólo el trato que les dispensa el Polisario es motivo de crítica. "Nos sentimos olvidados por nuestra patria", afirma un oficial perteneciente a una gran familia marroquí, pese a que desde hace un par de años Rabat se moviliza a favor de sus presos. "Aun así y todo me parece bien que Marruecos haya rechazado el plan Baker" para el Sáhara, que, como el informe de France-Libertés, conocen todos al dedillo por haberlo escuchado en la radio. También disponen de televisores.
"No voy a entrar en la polémica que ha provocado el informe", subraya un hombre envejecido prematuramente. "Llevo 24 años aquí, no me casaré, no tendré hijo y si algún día vuelvo a Marruecos es posible que ya no tenga nada en común con los que quedan de mi familia". "Aun así lo único que me interesa de su visita es que escriba algo que pueda contribuir a mi liberación".
A más de uno se le nublan los ojos cuando el periodista, al que también hacen preguntas cuando cogen confianza, evoca la plaza Primo de Rivera de Tetuán o el paseo marítimo de El Jedida. "Le voy a dar un teléfono de mi hermano, le llama y le dice que estoy bien", ruega un presidiario mientras apunta nervioso en la libreta.
Pese al remolonear de la prensa, la visita sólo se prolonga 40 minutos. Poco después, a las seis de la tarde, los presos salen, a su vez, de la cárcel provistos de una botella de agua. Los heridos de guerra son los que caminan más despacio por la arena. Cientos de hombres van a defecar simultáneamente en el desierto. Estos reclusos, que han construido más de un edificio con baño, carecen de aseo.
Decenas de presos saharauis están, según el Polisario, en las cárceles marroquíes y más de 500 han desaparecido en el último cuarto de siglo. El movimiento independentista lamenta que France-Libertés no pueda entrevistarles libremente como hizo con sus prisioneros de guerra.
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